miércoles, 29 de abril de 2020

LA CLASE Delia


No sabía como resolverlo, de una página poco más a mi me cuesta arrancar, porque yo solo hago cosas cortas y en el enlace de otras me pierdo. No he corregido, he hilado. Valoro un montón cuando veo la cantidad de hojas que llenáis. Al final me he divertido inventando putadas. Hasta mañana, son las 3'45h de ya el día 30



LA CLASE



Lunes

    Entró en la clase, precedido por la directora.

   -Les presento al profesor don Salvador Picher Maroto, les dará clase de…

    Él sin escuchar lo que decía ella, observó el alumnado y pensó:

“Que esta gente se fuera del país, nos ahorraría mucho dinero”

   Hacía tiempo que nadie le daba trabajo, si hacer una simple sustitución de una semana, se le podía llamar trabajo.

   Era un Instituto viejo con la fachada desconchada, llena de pintadas, con mucho emigrante, se encontraba en un barrio de las afueras y pecaba de problemático.

   Se volvió a la directora, parecía que había dejado de hablar hacía rato; y ahora, lo miraba con cara de quererlo asesinar.

   -En realidad me llaman Boro…, Boro Picheta

   Él sonrió con los labios en línea recta; no le había gustado como le había mirado esa mujer tan asquerosa, debería estar incapacitada para el puesto que ocupaba. Era fea.

   La directora salió, se le notaba ofendida y él empezó diciendo:

   -Solo voy a estar aquí una semana, así que hoy podéis hacer lo que queráis, incluso si queréis estudiar otra asignatura jajajaja.

   Inmediatamente se hicieron grupos en la clase para cuchichear.

   Él se fijó especialmente en un grupo de chicas, las miró con esos ojos pequeños que no destacaban en su cabeza cuadrada; esa cara, que reflejaba todos los vicios habidos y por haber.

   Y su pensamiento se revolucionó.

   -“¡Míralas como van!, están pidiendo guerra. Yo fuera de aquí las agarraría por el coño…, pero solo a las bonitas; las comenzaría a besar, SÍ, automáticamente, es… como un imán… no puedo esperar”.

   -¡¡Uf!!  -salió de su boca sin control, su flequillo hipnótico y su labio superior, le sudaban-.

   Pegó dos palmadas para llamar la atención.

   -LA CLASE HA TERMINADO.

   Al principio todos se quedaron parados, sin saber qué hacer, como actuar. Poco a poco fueron recogiendo las cosas  y saliendo, observando al nuevo profesor.

   Las chicas que antes había mirado, estaban todavía arremolinadas al final de la clase hablando entre ellas, al final se dirigieron hacia la puerta. Él de un salto se colocó cerca de ellas, estrechando el hueco de paso que se había formado hasta la salida

   A la altura de ellas, empezó a hacer sonidos con la nariz como olfateándolas y soltando una carcajada.

   Ellas apretaron el paso y salieron al pasillo, ya fuera se hicieron una señal y se dirigieron al cuarto de baño

   Una de ellas metió la mano en la cartera y sacó un porro, las cuatro se metieron en uno de los váteres para fumarlo, a la que le tocó la esquina empezó a querer salir porque había una gran telaraña con el habitante dentro

   Chelo que llevaba la voz cantante, dijo:

   -A este chulo de mierda le tenemos que preparar algo.

   -Sólo,  para que se acuerde del lugar donde va a estar una semana

   Empezaron a decir ideas, Clara  que estaba en el rincón sugirió

   -Le ponemos una bomba fétida en la pata de la silla y cuando se siente se esclafa

   Todas empezaron a decir que era una niñería y que además de donde sacaban una bomba fétida de hoy para mañana

   Elia, poniéndose bien las gafas contestó:

   -Tengo un tintero pequeño, pongo azulete,  que sé dónde lo guarda mi madre, echo vinagre, se mezcla bien y… ya está. No os podéis imaginar lo mal que huele, supera a la fétida

   Todas la miraron no muy convencidas

   -Loli dijo:

   -Echar caramelo líquido donde se sienta el profe

   -No seas pava –dijo Chelo- y siguió.

   - Con lo guarro que parece, una mancha en el culo no creo que ni le llame la atención

   Se habían emocionado, las voces y risas las delataban.

   De repente, la puerta se abrió y apareció doña Prudencia, la Directora.

   -¡Ajá! Os he pillado.

   -Salir -y dando una colleja a todas dijo- una, dos, tres y cuatro

   -¿Qué? ¿Queriendo pelarse la clase?

   -Estáis castigadas, durante un mes saldréis una hora más tarde

   Entre risas escaparon a correr hacia la salida

   Se despidieron diciendo

   -Mañana traer las cartas y organizamos después de clase una timba





Martes

    Hoy no ha tocado clase con el Boro. Toca la hora de castigo de después de clase. La directora les ha dicho que se queden en la clase sin armar escándalo.

   Cuando sale por la puerta, se oye a Elia que está asomada a la ventana

   -Mirad, el pajarito tiene sed

   Justo debajo de la ventana, en la pared,  hay una pequeña fuente de chorro en mitad del patio. Rápidamente, Chelo coge  una botella de agua de la cartera, moja el  pan del bocadillo  que le ha sobrado por la mañana, se acerca a la ventana y se lo tira al Boro  en plena cara

   Sorprendido, mira hacia arriba al tiempo que las cuatro chicas tiran hacia atrás los cuerpos

   El profesor empieza a pensar que son odiosas y que le están sacando de sus casillas. Le hierve la sangre, aprieta los puños, chirría los dientes…

   “Guauu, como le apetecería prenderles fuego con un lanzallamas, sonríe cínicamente. Piensa, cómo serían sus movimientos retorciéndose, los cuerpos gesticulando como en una danza dantesca. Cada día que pasa le es más insoportable asistir a clase”

   “Mucho me temo –sigue pensando- que me voy a tener que joder,  no puedo gritarles o decirles cualquier cosa, porque aparecerá la directora histérica menopáusica esa y me pondrá de patitas en la calle o peor, me denunciará y con el historial policial que tengo, esta vez me paso un tiempo contando barrotes.”



Miércoles

   Chelo=Consuelo cuando pasaban lista, ese día se puso un escote en pico. Era la que más pecho tenía de la clase, la mayoría todavía no se pronunciaba en ese aspecto y levantando la mano, preguntó al profesor si podía sentarse en la primera fila, cerca de la ventana para poder escucharlo mejor. Como ella ya sabía, a esa hora, la del Ángelus, el sol  entraba con fuerza por la ventana.

   Empezó a moverse. Tocarse el cuello. Retirarse el pelo con reflejos rojos largo y rizad. El escote como si lo ampliaracon las manos,  para que entrara un poco de aire.

   Cuando lo hacía, lo miraba y de vez en cuando dejaba frases como ¡qué calor! y en alguna ocasión se le cayó la goma o el lápiz cuando dibujaba y se inclinaba frente a él.

   El profesor empezó a sudar, abría la boca como para articular palabra, los ojos lo delataban porque no dejaba de mirar a Chelo, el escote…

   -Hoy vamos a hacer un bodegón

   Se oyó una voz femenina

   -Pero no tenemos fruta, verdura, búcaros, platos, cestas… para poner de modelo.

  -¡Qué poca imaginación! Algunas solo vais a servir para fregar suelos

   Bajó de la tarima y se dirigió a una bolsa de deporte que tenía un alumno a los pies. El chico no daba crédito, le estaba abriendo la cremallera y estaba rebuscando en el interior

  -A ver, hoy habéis hecho gimnasia pues pondremos unas zapatillas, calcetines y la pelota que usáis para balontiro

   -EMPEZAR.

   Puso una zapatilla tumbada y otra en escorzo, al principio hubo reniegos y pequeñas quejas, pero poco a poco la novedad les hizo disfrutar con el dibujo,  lo que cabreó más al profesor y que la sonrisa cínica que tenía ladeada se fuera borrando.

   Una de las chicas que de normal pasaba desapercibida, hizo un dibujo suelto y con gracia, por un momento parecía que iba a decir algo positivo, pero lo levantó por encima de su cabeza para que lo viera la clase y lo empezó a rasgar por la mitad lentamente

   -Esto, es, una mierda

   -¿No sabes hacerlo mejor?

   -Lo dicho, de aquí a fregar suelos o a la esquina de la calle

   “No los soporto, me dan ganas de invitarles a chuches pringados con coca, van a ser igual de insoportables, pero me voy a partir la polla cuando empiece el efecto, aunque así, chupado,  es más lento. ¿Mira que si les gusta? Pues nada, con el tiempo los dentistas a forrarse, les cambian la dentadura y les cobran un copón por curar las encías de mierda que les va a quedar. Pero qué digo, yo no me voy a quedar aquí para ver nada. Estoy deseando que acabe esta semana. “



Jueves

   Esta vez, las cuatro habían pedido ayuda al resto de la clase para gastarle una putada al Boro. Hicieron recolecta e idearon un plan. Hoy tampoco había clase con él



Viernes

   Y así, empezó el día

   Le colocaron coca en el bolsillo de la chaqueta mientras se dirigía por el pasillo a clase. La chaqueta la dejaba siempre descuidada encima de la mesa cuando entraba.

   Habían puesto  justo la cantidad que la policía cuando la encuentre, se lo van a llevar a comisaría y le van a hacer un montón de preguntitas. Ahora solo tenían que llamar a la policía y decir cuando les preguntaran, que lo habían pillado en el cuarto de baño pasándola

   ¡Angelitos!

   Esta mañana sí  que le habían preparado algo más

    Mesa al borde de la tarima, las dos patas delanteras casi en el aire y el cajón al otro extremo, por cerrar

   -No va a salir bien -se oyó decir, pero nadie hizo eco de la frase-.

   Entró en la clase sin ni siquiera decir los buenos días

   La silla estaba ligeramente separada de la mesa para que se sentara sin apoyarse en ella.

   Se sentó y miró el cajón medio abierto.

   Lo empujó con rabia  para cerrarlo, la mesa volcó, el instinto de él fue cogerla y el impulso le hizo caer encima de ella. Cuando todos se asomaron asustados vieron la que habían montado, el brazo estaba a la altura del codo puesto del revés y un trozo de hueso asomaba.

   Todos soltaron un grito, había salido como se había planeado. Mejor aún, bueno, ver el brazo así no estaba siendo agradable. Resultaba curioso. Todos giraron la vista pasando de uno a otro la mirada, las caras eran de sorpresa, solo Jorge el delegado y pelota de la clase reaccionó, se atrevió a atravesar la puerta para ir a por la directora.Por supuesto a él no se le había dicho nada

   El profesor seguía profiriendo gritos como un cerdo camino del matadero. Miraba alrededor, con los ojos como salidos de las cuencas, pero nadie se le acercaba, era como si tuvieran miedo de una fiera salvaje escapada de la jaula

   Los alumnos  fueron acercando sus espaldas a la pared, rodeando en cierta manera el cuerpo que se retorcía de dolor en el suelo, algunos se fueron, otros las piernas no reaccionaban

   Todos escucharon la sirena de la policía, se miraron y no podían articular palabras.

   La policía entró en la clase, miró la figura que había tumbada, el hueso del brazo, las papelinas que se habían desparramado por el suelo, y luego miró a los alumnos que estaban horrorizados con la que habían montado.

   Y el policía más alto, dijo

   -¿Aquí que ha pasado?

   -Usted, Salvador  Picher Maroto, queda detenido por tráfico de cocaína a menores.

   Doña Prudencia apareció por detrás de los policías

   -Ya he llamado a la ambulancia.

   Y mirando a la policía

   -¿Qué hacen aquí?



   La ambulancia tardó un poco. En la clase había veces  un silencio extraño el profesor no dejaba de quejarse, cagarse en todo y de decir que la coca no era suya.

   Al final apareció un médico hizo una primera cura y le dijo a los camilleros que se lo llevaran. La policía insistió en que lo iban a acompañar al hospital también y que cuando le curaran tenía que contestar una serie de preguntas.

   La clase salió como en procesión hasta la calle, al llegar allí  Chelo salió de entre el grupo y se acercó a la camilla antes de que la metieran en la ambulancia.

   Mientras iba hacia allí, el dedo índice de la mano hacía como pequeños círculos con el mechón de pelo rojo que le caía por la cara

   Se paró al lado,  inclinó ligeramente la cabeza hacia el profesor, lentamente se pasó la lengua por el labio superior y con un ligero guiño, le susurró al oído

   -Ahora sí, la clase, ha terminado



Delia

29 de abril de 2020


He colgado "Jesús ha Muerto". Es un relato que hice el año pasado pero que os llega con algunos retoques. Me gustaría mucho escuchar vuestros comentarios y preguntas mañana.
JL

José Luis


JESÚS HA MUERTO
Vinieron a decirme que Jesús había muerto. Aún quedaban clientes en el McDonald´s y uno de ellos se santiguó al oírlo. Me quedé petrificado, no quería creerlo, no podía aceptar que se hubiese ido para siempre.

Cuando pude reaccionar me fui al jefe de turno, le explique lo sucedido y me permitió marchar antes de tiempo. Me subí en el coche de sus compas y salimos a la avenida Insurgentes que, como de costumbre a aquella hora, estaba embotellada. No tenía ganas de ir con aquella gente y menos aún subir a un coche con ellos. No me parecía nada seguro. Pero no tenía otra alternativa si quería ir donde estaba el cadáver de mi hermano mayor.

Ya en el coche me dijeron: 

-Eres tú el que dirá a los viejos que Jesús murió. Ahorita no podemos enterrarlo ni se puede correr la noticia que murió. Si nos cae la poli nos chinga la venganza.

Sabían que banda había sido. Pensaron que habían matado a los dos y el compañero de Jesús estaba solo malherido. Ahora lo tienen todo preparado para hacerles pagar por la muerte de Jesús. Será esta noche.

Mientras íbamos dentro de un denso tráfico al lugar donde habían escondido el cadáver de mi hermano recordaba a Jesús. Él y yo casi nunca nos habíamos llevado bien, quizá por lo distintos que éramos. Pero ambos nos reconocíamos como hermanos, era una especie de respecto cuando los dos condenábamos la forma de vida elegida por el otro.

Ya empezamos a enfrentarnos en la escuela. Le sentó muy mal que él repitiera curso y yo lo alcanzara. Ese año no soportaba que yo sacara mejores notas que él.  Imagino que eso ayudó a su abandono escolar, pero estoy convencido que lo habría dejado de todas formas. Nunca fue capaz de concentrarse en los estudios. En cambio yo seguí hasta acabar la secundaria, siempre con buenas notas.

Cuando la acabé mi padre perdió su trabajo. Su afición al tequila no le ayudó a encontrar otro, sólo sirvió para gastar lo poco que había en casa. De pronto me vi con la necesidad de encontrar trabajo y con un hermano mayor que de vez en cuando le daba a escondidas dinero a mi madre para ir tirando. Él, el delincuente que se había convertido en vendedor de drogas, era el que aportaba dinero de familia. Se sentía como el jefe.

Jesús me invitó a trabajar con él, a que obtuviese dinero del trapicheo con drogas. No quería hacerlo, antes prefería pasar hambre. Tanto insistió que me hizo probar la marihuana. Como no había fumado tabaco en mi vida me mareé, vomité y decidí que jamás volvería a probar ninguna droga.

Tuve un período de búsqueda de trabajo sin ninguna suerte y encima teniendo que soportar burlas de mi hermano, incluidas sus demostraciones de ser el adinerado de la familia.

Un día, que estaba especialmente desanimado, Jesús vino a mí con los ojos muy brillantes para contarme que había cambiado la venta de marihuana por la de coca. Me dijo:

-Ahora tengo nuevos clientes que tienen mucho dinero y yo también gano mucho más.

Lo notaba eufórico y me propuso sustituirle en la venta de marihuana. Tras otra negativa mía recibí un montón de improperios relativos a mi cabezonería, pero al verme abatido Jesús me rodeó los hombros con uno de sus potentes brazos y me dijo que, si seguía ganando tanto, me pagaría los estudios para que aprendiera de economía, de impuestos y todas esas zarandajas para que nos pasáramos al bando legal y lleváramos una empresa digna.

Sabía que estaba montando castillos en el aire, no pude convencerle de que eso no sería posible, lo que sí le saqué, en su extraño estado de excitación, fue la promesa de que, entre tanto, me ayudase a encontrar un trabajo legal. Poco después me di cuenta que toda euforia era el efecto de la coca y olvidé esa conversación.

Los nuevos trapicheos generaron nuevas competencias por el mercado de la droga. La lucha entre bandas pasó de ser a palos y navajas a ser con pistolas. Estas se consiguen con mucha facilidad. Es lo que tiene ser el vecino del sur del país de las armas. Jesús me contó que en Distrito Federal los carteles de droga trabajan de forma diferente. Se dedican a vender droga a las bandas juveniles para que ellas las distribuyan. Solo venden, no bajan a la calle donde podrían detenerlos.
Me enteré de la presencia de pistolas el día que Jesús llego a casa con el pantalón roto y una quemadura en la piel producida por el roce de una bala. Me contó que a partir del día siguiente el llevaría también una y que nunca más saldría huyendo. Ya se sabe las bandas están compuestas de machos muy machos.

Hace seis meses llegó un día a casa y me hizo salir a la calle para contarme una cosa.

-Tengo una chambita para ti.
-Ya sabes que no estoy interesando en tu tipo de trabajitos.
-No es eso huevón, te he conseguido un trabajo digno de tu realeza, tienes que ir a limpiar mierda de los baños y mesas de un McDonald´s.
-¿Cómo lo has conseguido? Exclamé con sorpresa
-Uno de los ricachones a los que suministro gestiona varios McDonald´s. Tenía un bajón muy fuerte y lo caché sin dinero en efectivo. Le dije que le pasaba lo que me pedía pero que me debía un favor. Tu trabajo es el favor.

Se lo agradecí muchísimo. Era el primer trabajo que tenía y no era el de vender droga. Me sentía feliz no sólo por el trabajo ¡Era mi hermano quien me lo había conseguido! Fui enseguida a decírselo a mi madre que lloró de alegría.

Mi vida cambió. Empecé a trabajar en el segundo turno. Cerrábamos a las 10 de la noche y tras limpiar salía muy tarde. Llegaba a casa pasada la medianoche. Mi suerte era que el barrio más peligroso que debía de atravesar era el controlado por la banda de Jesús. Era una sensación extraña. Cuando llegaba a ese barrio me sentía a salvo. No solo porque me conocían los de la banda. Era por Jesús. Para mí él había pasado de ser un delincuente a ser mi salvador y en ese momento entraba en su territorio.

La que lo llevaba mal era mi madre. Ya tenía mucho miedo tanto por mi hermano mayor y su pistola como porque yo llegara tan tarde a casa. Siempre me esperaba y cuando me veía entrar siempre me decía lo mal que lo había pasado esperándome y a continuación se ponía a hablar mal de la vida de Jesús. Yo le defendía y ella no entendía mi defensa cuando siempre había reprochado su forma de vida. 

Lo que ella no sabía era como había conseguido yo el trabajo. Nunca se lo contamos ni mi hermano -porque no quería delatar a un cliente- ni yo -porque a mi madre le hubiera preocupado mucho que yo trabajara para un drogadicto-. Al final de la discusión me iba a dormir con la sensación que mi madre tenía razón aunque yo no quería reconocerlo. 

Al poco tiempo empecé a entender que aquel trabajo legal era una mierda y no por lo que tenía que limpiar. El poco dinero que ganaba mi madre lo gastaba en muy poco tiempo. Yo tenía la expectativa de poder mantener la familia sin que hiciera falta el dinero sucio de mi hermano, pero madre tenía que recurrir a Jesús todos los meses. 

Aquel trabajo no me gustaba y tampoco me satisfacía. Jesús seguía haciendo bromas sobre las caquitas y las cacotas que tenía que limpiar. En otro momento me habría sentido humillado, pero entendía que Jesús me consiguió lo que yo le pedí, no lo que él tenía preparado para mí.

Lo veía venir pero no quería aceptarlo. Siempre pensé que sería más tarde, o que no lo matarían. Pero ahora ya estaba muerto. 

Mientras bajaba del coche y entrabamos en un barracón que usaban los drogadictos para pincharse me dijeron que esperase con el cadáver hasta que ellos regresasen. Que después ya podría revelar la muerte de Jesús.

Lo vi allí. Lo habían dejado en aquel sucio suelo, rodeado de basura y de un olor insoportable. Su piel se había vuelto extrañamente blanca. Estaba semi tapado con un plástico. Lo levante y comprobé que tenía el pecho destrozado con dos grandes boquetes. No me pareció que fueran disparos de bala. Junto a su mano habían dejado su pistola. Me pareció un acto de honor de los de su propia banda donde Jesús se había ganado el respeto con el manejo de ella. 

Recordé cuando me contaba como se había desecho de un par de tipos de una banda rival que venían a trapichear a nuestro barrio. También la vez que me lo encontré en la calle de vuelta a casa. Estaba con unos compas y pude comprobar el respeto que le tenían. Uno de ellos dijo que ya le gustaría a él ser su hermano, que se sentiría orgulloso de serlo.

Con este recuerdo comprendí que hacía tiempo que yo me sentía orgulloso de ser el hermano de Jesús. Yo era el ser más cercano a Jesús el valiente, el rebelde en un país donde nada funcionaba, donde los carteles de la droga tenían más poder que el ejército y que el Estado. En ese momento fui consciente queél había decidido hacer su vida sin seguir los modelos que representaban un padre alcohólico o unos profesores desencantados y mal pagados. Yo hubiese preferido otro tipo de rebeldía, pero entendía que no tenía ninguna otra a mano. Además yo no había sido capaz de ser rebelde como Jesús.

Me senté en el suelo y empezaron a brotar las lágrimas de mis ojos. No sabía por qué brotaban hasta que comprendí que lo echaba de menos. A él y a sus bravuconadas, a su sinceridad, a su valor, a su atrevimiento, a su forma de entender la vida y a su forma de tratar con las chicas. En esto último éramos especialmente diferentes. Yo ocupaba el lado tímido de la balanza. Se decía en el barrio que tenía varias novias y que una vez dos de ellas se habían peleado en la calle por Jesús.

Pero eso no importaba. Solo importaba que ya no estaba. Además tenía que ir armándome de un valor, del que era bien escaso, para contarle a mi madre que ya sólo le quedaba un hijo. Me atreví a tocarlo en ese momento en el hombro, sin querer rocé su cuello. Me llego una sensación de frío que me recorrió todo el cuerpo. Algo había pasado dentro de mí. Sentí dentro una determinación que nunca había tenido. Dejé de llorar y ya no volví hacerlo. Mis lágrimas no le servirían de nada a mi hermano. Le quité totalmente el plástico de encima de su cuerpo y me puse en pie frente a él.

Mirando fijamente a su cara me dije que Jesús no había muerto para nada. Al morir de esta forma me había dado la lección más grande de mi vida y me hizo ver que no era ni admiración, ni afecto, ni sensación de protección ni ninguna otra tontería lo que sentía por él. Le estaba mirando sintiendo un profundo amor. Sentí que podía llamar a Jesús hermano, pero también podía llamarlo padre.

En mitad de aquella sensación oí que llegaba un coche y que frenaba bruscamente. Bajaron dos de sus colegas y me dijeron que podía estar tranquilo que Jesús tendría compañía con la cual entretenerse en el otro barrio. Estaría acompañado por los dos que le dispararon por la espalda.

Fue entonces cuando, sin saber por qué, me agaché tomé la pistola de mi hermano y les dije:

- Cuando necesiten que apriete el gatillo me echan un toque.

jueves, 23 de abril de 2020

También cuelgo la prueba de portada que hice probando cómo quedaría con el nuevo título y nuestros nombres abajo. No me sé algunos apellidos, lo he hecho un poco cutre. Perdón.

Cuelgo el relato corregido, creo que he avanzado un poquito más respecto a la última versión que te envié Bárbara. Espero que vaya cogiendo un poquito más de forma así, ya me diréis. Y porfa, si se os ocurre algún título... soy tan torpe para eso que no se me ocurren ni para este ni para el otro :( 





Llevo tanto tiempo idealizándote que te has convertido en uno de mis personajes de ficción.

I: La mujer del piano
Está oscuro y hace mucho frío, estoy recorriendo un pasillo. Puedo ver el final pero no sé dónde empieza. Estoy en una casa que me resulta familiar pero es como si alguien hubiera movido todas las habitaciones de sitio. Es de día y aunque las ventanas son bastante grandes, apenas entra la luz. Se escucha “Kooks” de David Bowie, el sonido llega desde una de las habitaciones y rebota entre las paredes vacías de este lugar hasta perderse en el pasillo oscuro por el que avanzo. Will you stay in our lover’s story?. “Hunky Dory” es el disco favorito de Miguel. Se escucha una risa, es él pero hay alguien más. De repente, por primera vez desde que he entrado aquí, siento miedo y se me doblan las rodillas. Echo a correr buscando la estancia de la que provienen las risas y me doy cuenta de que, en toda esta casa que parece infinita, no hay un solo espejo. Escucho una luz tenue y veo ruido. Cuando llego a la habitación del fondo me encuentro a Miguel, está con una mujer que me da la espalda. Will you stay in our lover’s story?. If you stay you won’t be sorry. 

Abrí los ojos. Fuera llovía y hacía tanto viento que la ventana de la habitación se había abierto de golpe, despertándome. Tardé unos segundos en situarme. Miguel dormía a mi izquierda, tan profundamente que ni se había dado cuenta. El agua estaba entrando, así que me levanté para cerrar la ventana, que era muy vieja y chirriaba. Aspiré una bocanada de aire fresco y lo solté con fuerza en un suspiro. Llevábamos poco más de un mes viviendo aquí y yo todavía no terminaba de acostumbrarme a esta ciudad. Miré a Miguel que dormía ajeno a la tormenta y el quejido de la madera hinchada. Me metí en la cama y enrosqué mis pies fríos entre los suyos. Nunca he podido dormir con los pies fríos o el estómago lleno, tenía pesadillas.

El despertador de Miguel sonó, como cada mañana, muy temprano. Yo me levantaba todos los días con él para desayunar, y él se despedía de mí con un beso en la frente. Después esperaba unos segundos hasta escuchar que cerraba con fuerza la puerta para coger un vaso de cristal y escaparme a hurtadillas, como si alguien pudiera verme, hacia el baño. Allí apoyaba el vaso en el suelo y aguardaba hasta que la escuchaba empezar. La primera vez estaba meando. Caí en la cuenta de que todos los azulejos de mi cuarto de baño seguían un patrón, en todos se vislumbraba la forma de un rostro triste y grotesco. Y entonces oí esa melodía, era a piano y aunque no la conocía me resultaba profundamente familiar, como una nana antigua. Pensé que si alguien leyera mis textos en voz alta quizá sonarían así. Me hipnotizó, quedé reducida a un personaje de cuento, una de esas ratas que siguen ciegamente al flautista de Hamelín. Estuve allí alrededor de una hora, imaginando cómo serían sus dedos: largos y blancos como los de esa figura de lladró que tenía la yaya en el recibidor.

Al principio solo la escuchaba un ratito por las mañanas mientras tocaba el piano. Me gustaba quedarme allí de rodillas en el suelo frío y pensar en ella, porque estaba segura de que era ella. Y en cómo sería su rostro cuando tocaba, cuando le daba el sol en los ojos, cuando le pegaban un empujón en el bus, cuando alguien se le colaba en la caja del supermercado. Empecé a crearla de cero en mi imaginación, ella me ayudaba a escribir.  Después de mucho tiempo en blanco conseguí retomar mi novela. Miguel pasaba todo el día en la oficina hasta llegar a casa por la noche y el clima de esta ciudad no invitaba a dar largos paseos así que, con el tiempo, comencé a escucharla también un rato después de comer. La oía fregar los platos mientras tarareaba y a través de la ventana de la cocina me llegaba el olor de su colada limpia o su café recién hecho. Un día, volviendo de la compra, eché un vistazo a su buzón. Comprobé que no había nombre. Y la ligera idea de que aquella enigmática mujer tan solo estuviera de paso me revolvió un poco el estómago.

II: Intrusos
Hace frío, otra vez el pasillo oscuro, veo el final pero no el principio. La casa sin espejos, “Kooks” de David Bowie, Miguel y esa mujer cuyo rostro no consigo distinguir. Tienen el tocadiscos en marcha. Una náusea me recorre el cuerpo. Empieza en la punta de los dedos de mis pies descalzos y termina en mi esófago. Quiero gritar pero cuando abro la boca no se escapa ningún sonido. Miguel me ha visto, veo terror en sus ojos pero ni rastro de culpa. La mujer se gira hacia mí y yo la miro directamente a los ojos.

El despertador de Miguel sonó, como cada mañana, muy temprano. Pero aquella mañana, como desde hacía unas cuantas, yo no me levanté. Miguel ya no se detenía en la cocina para desayunar y cuando se iba solo dejaba para mí el rastro del vapor caliente de la ducha y de la colonia barata que había empezado a usar. Oí un correteo que venía del piso de abajo. Y entonces recordé. Ella, ya no estaba sola. La última vez descubrí que tenía compañía, un hombre. Me sentí una intrusa y decidí dejar de escuchar durante un tiempo. Tiempo durante el cual también dejé de escribir. Pero aquella mañana, movida por una especie de hilo invisible que me condujo hasta el baño, volví a mi pequeña rutina. Los rostros tristes y grotescos de los azulejos me devolvieron la mirada, como si me dieran la bienvenida. Oí música y suspiros, y me llegó, desde algún lugar, el aroma dulce del azahar. Me imaginé el largo pasillo hasta su habitación que sin duda sería como el mío. Pero seguro que ella tenía flores. Yo había intentado llenar la casa de flores en un par de ocasiones pero olvidaba regarlas y siempre se morían. Y entonces le oí a él. Reconocería la voz de Miguel a dos manzanas de distancia. Siempre sonaba enfadado pero en el fondo era muy dulce. Pronunciaba mal la letra ce, cantaba boleros en la ducha y pensaba en voz alta cuando estaba nervioso. Me di cuenta de que llevaba un tiempo mordiéndome los padrastros y había empezado a sangrar. No podía ser él.

III: Miedo
Hace frío, estoy en el pasillo oscuro, no veo nada pero me llega un intenso olor a flores. Suena “Kooks” de David Bowie. No quiero avanzar porque sé lo que me espera al final del pasillo pero no tengo el dominio de mis piernas y cuando llego allí presencio la escena como cada noche. Miguel, el tocadiscos y la mujer del rostro aterrador.

Sonó el despertador, Miguel se tropezó por lo menos tres veces antes de salir de la habitación. Le oí coger las llaves y marcharse. Aunque me rugía el estómago había decidido que no saldría de la cama hasta que llegase Miguel por la noche. Además no me encontraba muy bien, parecía estar incubando una gripe. Y entonces me llegó, al principio muy leve, el rumor de la melodía de piano. Cogí la almohada y la apreté fuerte contra mi cabeza. Nunca antes la había oído desde la habitación. Pensé en sus dedos blancos de porcelana, en cómo acariciaban las teclas del piano mientras los míos aporreaban las del teclado del ordenador. Pensé en sus dedos blancos de porcelana, en cómo acariciaban la piel de Miguel mientras yo entrelazaba mis pies fríos entre los suyos cada noche, buscando calor. Al final se oía tan fuerte que sentí que estaba aquí, que si alargaba el brazo podría tocarla.  Allí no me podía quedar. Cogí mi abrigo y me lo eché por encima del pijama. Me calcé en el ascensor ante la mirada extraña de un vecino y salí a la calle. Estuve dando vueltas toda la mañana y durante un par de horas aquella melodía me persiguió en mi cabeza hasta que conseguí despistarla entre el ruido de la lluvia y el tráfico. Desde que llegamos no había dejado de llover un solo día. En Valencia en aquella época del año las calles ya estarían oliendo a naranjos en flor y crema solar y aquí todavía teníamos que usar una manta gorda para dormir. Cuando volví, ya entrada la tarde, coincidí con Miguel en el rellano.

—Me han dejado marcharme antes, no había casi faena y —el pijama asomaba tímidamente bajo mi abrigo Celeste, estás empapada ¿estás bien?

Le dije que había bajado a que me diera un poco el aire pero no pareció convencerle mucho mi respuesta. ¿Por qué sentía que era yo la que tenía que excusarme? Después de cenar nos echamos en el sofá y me tomó la temperatura dejando caer su mano áspera sobre mi frente tibia. 

Me preocupas, Celeste, siempre andas por ahí descalza. 

Yo no tenía ganas de hablar y encendí la televisión. En uno de los canales echaban Pulp fiction, la cogimos empezada. No podríamos contar ni sumando sus dedos con los míos todas las veces que habíamos visto esta película. Miguel se sabía diálogos enteros. Hablaba por encima de los personajes poniendo voces divertidas. Jules y Vincent estaban terminando de limpiar los sesos desparramados del pobre Marvin de los asientos traseros del coche.

—¿Cuál es la situación más aterradora que se te ocurre? yo creo que vivir el descolgamiento de un ascensor o tener que esconder un cadáver —yo no quería decirle que últimamente pensaba mucho en que me estaba engañando y en cómo rompería uno a uno todos sus discos de vinilo y que no encontraba nada más aterrador que eso.

—Perder todas mis bragas en mitad de un viaje —ni tampoco quise decirle que estar tan lejos del mar me causaba una claustrofobia terrible y que eso también era aterrador.

—Pues esa es buena —me acurruqué entre sus brazos y quise decirle muchas cosas y ninguna, y pedirle que me cogiera de las manos y me besase todos los padrastros.

VI: La casa sin espejos
El frío, el pasillo oscuro, “Kooks” de David Bowie, el olor a flores, a flores de muerto. Mis pies que caminan solos, Miguel, el tocadiscos, la mujer aterradora. Will you stay in our lover’s story? If you stay you won’t be sorry.

Cuando me desperté ya eran más de las doce del mediodía, la noche anterior me había tomado un ansiolítico con el vino sin que Miguel me viera. Me dolía todo el cuerpo como si me hubieran pegado una paliza, las pesadillas habían sido más intensas. Oí un correteo que venía del piso de abajo, era horrible, como si caminaran con los talones. Una punzada de dolor me atravesó el cerebro. Como movida por el encanto del flautista de Hamelín me dirigí hasta el baño y me arrodillé sobre el suelo. Oí risas. Reconocería la voz de Miguel a dos manzanas de distancia, pero su risa, su risa la reconocería a kilómetros. Era él. Se reía como cuando veía películas de Will Ferrell o como cuando empezamos a salir. Cuando me quise dar cuenta estaba apretando el vaso tan fuerte contra el suelo que crujió y se le abrió un grieta que lo atravesaba. Como en una especie de trance me subí en el ascensor dispuesta a pillarle. De repente las luces se apagaron, pero aquel trasto viejo seguía bajando a toda prisa. Aunque era solo un piso la caída parecía no tener final y pensé que no habría peor momento para vivir el descolgamiento de un ascensor que aquel. Frenó en seco, el piloto marcaba solo un piso más abajo y se encendieron las luces. Cuando llegué la puerta estaba abierta y una corriente de aire frío emanaba del rellano marcando el camino. Dentro estaba oscuro, era exactamente como nuestra casa, con sus bonitas molduras, su enorme recibidor y su largo pasillo. Era exactamente como me lo había imaginado, todo lleno de flores, de flores de muerto, y sin un solo espejo. Al fondo, en el salón pude ver el enorme piano, cubierto de polvo, parecía que en cualquier momento iba a empezar a sonar solo. Esa imagen me provocó un escalofrío y me frené al instante. Había llegado demasiado lejos. Se escuchaba, muy leve, lo que parecía un tocadiscos estropeado. Al final del pasillo podía ver un resplandor tenue y bajo la música entrecortada se adivinaba un silencio denso, casi tangible. Mi cabeza estaba decidiendo qué hacer pero mis pies habían empezado a caminar solos hacia la luz, como las polillas que vuelan directas hacia la vela hasta arder en su fuego. Cuando llegué descubrí que tanto la luz como la música provenían del parpadeo de una pequeña televisión vieja. Mi cerebro, perplejo, recogió algunos datos, lo único que había en aquella habitación era: la pequeña televisión, el cadáver de Miguel tendido en el suelo y la figura encorvada de una mujer sobre el cuerpo sanguinolento. En la tele estaban dando Pulp Fiction, Vincent y Mia estaban volviendo en coche tras una larga noche. La mujer sollozaba y yo estaba paralizada. Pareció que se había dado cuenta de mi presencia porque se giró muy despacito, temblando. Y cuando creía que ya había visto la cosa más aterradora de toda mi vida comprobé que aquel rostro no era otro que el mío. Sentí el cosquilleo caliente de mi propia orina recorriendo mi muslo interior y llegando hasta mis pies descalzos.

—Dios mío, Celeste ¿qué has hecho? —escuché decir a Miguel justo detrás de mí.

LA CLASE 20 de junio 2020

16 al 20 de junio de 2020 LA CLASE Lunes Su aspecto todo él era cuadrado. Incluso por partes era cuadrado, tirando a o...