José Luis
JESÚS
HA MUERTO
Vinieron a decirme
que Jesús había muerto. Aún quedaban clientes en el McDonald´s y uno de ellos
se santiguó al oírlo. Me quedé petrificado, no quería creerlo, no podía aceptar
que se hubiese ido para siempre.
Cuando pude
reaccionar me fui al jefe de turno, le explique lo sucedido y me permitió
marchar antes de tiempo. Me subí en el coche de sus compas y salimos a la
avenida Insurgentes que, como de costumbre a aquella hora, estaba embotellada.
No tenía ganas de ir con aquella gente y menos aún subir a un coche con ellos.
No me parecía nada seguro. Pero no tenía otra alternativa si quería ir donde
estaba el cadáver de mi hermano mayor.
Ya en el coche me dijeron:
-Eres tú el que dirá a los viejos que Jesús
murió. Ahorita no podemos enterrarlo ni se puede correr la noticia que murió.
Si nos cae la poli nos chinga la venganza.
Sabían que banda
había sido. Pensaron que habían matado a los dos y el compañero de Jesús estaba
solo malherido. Ahora lo tienen todo preparado para hacerles pagar por la muerte
de Jesús. Será esta noche.
Mientras íbamos
dentro de un denso tráfico al lugar donde habían escondido el cadáver de mi
hermano recordaba a Jesús. Él y yo casi nunca nos habíamos llevado bien, quizá
por lo distintos que éramos. Pero ambos nos reconocíamos como hermanos, era una
especie de respecto cuando los dos condenábamos la forma de vida elegida por el
otro.
Ya empezamos a
enfrentarnos en la escuela. Le sentó muy mal que él repitiera curso y yo lo
alcanzara. Ese año no soportaba que yo sacara mejores notas que él. Imagino que eso ayudó a su abandono escolar,
pero estoy convencido que lo habría dejado de todas formas. Nunca fue capaz de
concentrarse en los estudios. En cambio yo seguí hasta acabar la secundaria,
siempre con buenas notas.
Cuando la acabé mi
padre perdió su trabajo. Su afición al tequila no le ayudó a encontrar otro, sólo
sirvió para gastar lo poco que había en casa. De pronto me vi con la necesidad
de encontrar trabajo y con un hermano mayor que de vez en cuando le daba a
escondidas dinero a mi madre para ir tirando. Él, el delincuente que se había
convertido en vendedor de drogas, era el que aportaba dinero de familia. Se
sentía como el jefe.
Jesús me invitó a
trabajar con él, a que obtuviese dinero del trapicheo con drogas. No quería
hacerlo, antes prefería pasar hambre. Tanto insistió que me hizo probar la
marihuana. Como no había fumado tabaco en mi vida me mareé, vomité y decidí que
jamás volvería a probar ninguna droga.
Tuve un período de
búsqueda de trabajo sin ninguna suerte y encima teniendo que soportar burlas de
mi hermano, incluidas sus demostraciones de ser el adinerado de la familia.
Un día, que estaba
especialmente desanimado, Jesús vino a mí con los ojos muy brillantes para
contarme que había cambiado la venta de marihuana por la de coca. Me dijo:
-Ahora tengo nuevos
clientes que tienen mucho dinero y yo también gano mucho más.
Lo notaba eufórico
y me propuso sustituirle en la venta de marihuana. Tras otra negativa mía
recibí un montón de improperios relativos a mi cabezonería, pero al verme
abatido Jesús me rodeó los hombros con uno de sus potentes brazos y me dijo
que, si seguía ganando tanto, me pagaría los estudios para que aprendiera de
economía, de impuestos y todas esas zarandajas para que nos pasáramos al bando legal
y lleváramos una empresa digna.
Sabía que estaba
montando castillos en el aire, no pude convencerle de que eso no sería posible,
lo que sí le saqué, en su extraño estado de excitación, fue la promesa de que,
entre tanto, me ayudase a encontrar un trabajo legal. Poco después me di cuenta
que toda euforia era el efecto de la coca y olvidé esa conversación.
Los nuevos
trapicheos generaron nuevas competencias por el mercado de la droga. La lucha
entre bandas pasó de ser a palos y navajas a ser con pistolas. Estas se
consiguen con mucha facilidad. Es lo que tiene ser el vecino del sur del país
de las armas. Jesús me contó que en Distrito Federal los carteles de droga
trabajan de forma diferente. Se dedican a vender droga a las bandas juveniles
para que ellas las distribuyan. Solo venden, no bajan a la calle donde podrían
detenerlos.
Me enteré de la
presencia de pistolas el día que Jesús llego a casa con el pantalón roto y una
quemadura en la piel producida por el roce de una bala. Me contó que a partir
del día siguiente el llevaría también una y que nunca más saldría huyendo. Ya
se sabe las bandas están compuestas de machos muy machos.
Hace seis meses
llegó un día a casa y me hizo salir a la calle para contarme una cosa.
-Tengo una chambita para ti.
-Ya sabes que no estoy interesando en tu tipo de trabajitos.
-No es eso huevón, te he conseguido un trabajo digno de tu realeza,
tienes que ir a limpiar mierda de los baños y mesas de un McDonald´s.
-¿Cómo lo has conseguido? Exclamé con sorpresa
-Uno de los ricachones a los que suministro gestiona varios McDonald´s.
Tenía un bajón muy fuerte y lo caché sin dinero en efectivo. Le dije que le
pasaba lo que me pedía pero que me debía un favor. Tu trabajo es el favor.
Se lo agradecí
muchísimo. Era el primer trabajo que tenía y no era el de vender droga. Me
sentía feliz no sólo por el trabajo ¡Era mi hermano quien me lo había
conseguido! Fui enseguida a decírselo a mi madre que lloró de alegría.
Mi vida cambió.
Empecé a trabajar en el segundo turno. Cerrábamos a las 10 de la noche y tras
limpiar salía muy tarde. Llegaba a casa pasada la medianoche. Mi suerte era que
el barrio más peligroso que debía de atravesar era el controlado por la banda
de Jesús. Era una sensación extraña. Cuando llegaba a ese barrio me sentía a
salvo. No solo porque me conocían los de la banda. Era por Jesús. Para mí él
había pasado de ser un delincuente a ser mi salvador y en ese momento entraba
en su territorio.
La que lo llevaba
mal era mi madre. Ya tenía mucho miedo tanto por mi hermano mayor y su pistola
como porque yo llegara tan tarde a casa. Siempre me esperaba y cuando me veía
entrar siempre me decía lo mal que lo había pasado esperándome y a continuación
se ponía a hablar mal de la vida de Jesús. Yo le defendía y ella no entendía mi
defensa cuando siempre había reprochado su forma de vida.
Lo que ella no
sabía era como había conseguido yo el trabajo. Nunca se lo contamos ni mi
hermano -porque no quería delatar a un cliente- ni yo -porque a mi madre le
hubiera preocupado mucho que yo trabajara para un drogadicto-. Al final de la
discusión me iba a dormir con la sensación que mi madre tenía razón aunque yo
no quería reconocerlo.
Al poco tiempo
empecé a entender que aquel trabajo legal era una mierda y no por lo que tenía
que limpiar. El poco dinero que ganaba mi madre lo gastaba en muy poco tiempo.
Yo tenía la expectativa de poder mantener la familia sin que hiciera falta el
dinero sucio de mi hermano, pero madre tenía que recurrir a Jesús todos los
meses.
Aquel trabajo no me
gustaba y tampoco me satisfacía. Jesús seguía haciendo bromas sobre las
caquitas y las cacotas que tenía que limpiar. En otro momento me habría sentido
humillado, pero entendía que Jesús me consiguió lo que yo le pedí, no lo que él
tenía preparado para mí.
Lo veía venir pero
no quería aceptarlo. Siempre pensé que sería más tarde, o que no lo matarían.
Pero ahora ya estaba muerto.
Mientras bajaba del
coche y entrabamos en un barracón que usaban los drogadictos para pincharse me
dijeron que esperase con el cadáver hasta que ellos regresasen. Que después ya
podría revelar la muerte de Jesús.
Lo vi allí. Lo
habían dejado en aquel sucio suelo, rodeado de basura y de un olor
insoportable. Su piel se había vuelto extrañamente blanca. Estaba semi tapado
con un plástico. Lo levante y comprobé que tenía el pecho destrozado con dos
grandes boquetes. No me pareció que fueran disparos de bala. Junto a su mano
habían dejado su pistola. Me pareció un acto de honor de los de su propia banda
donde Jesús se había ganado el respeto con el manejo de ella.
Recordé cuando me
contaba como se había desecho de un par de tipos de una banda rival que venían
a trapichear a nuestro barrio. También la vez que me lo encontré en la calle de
vuelta a casa. Estaba con unos compas y pude comprobar el respeto que le
tenían. Uno de ellos dijo que ya le gustaría a él ser su hermano, que se
sentiría orgulloso de serlo.
Con este recuerdo
comprendí que hacía tiempo que yo me sentía orgulloso de ser el hermano de
Jesús. Yo era el ser más cercano a Jesús el valiente, el rebelde en un país
donde nada funcionaba, donde los carteles de la droga tenían más poder que el
ejército y que el Estado. En ese momento fui consciente queél había decidido
hacer su vida sin seguir los modelos que representaban un padre alcohólico o
unos profesores desencantados y mal pagados. Yo hubiese preferido otro tipo de
rebeldía, pero entendía que no tenía ninguna otra a mano. Además yo no había
sido capaz de ser rebelde como Jesús.
Me senté en el
suelo y empezaron a brotar las lágrimas de mis ojos. No sabía por qué brotaban
hasta que comprendí que lo echaba de menos. A él y a sus bravuconadas, a su
sinceridad, a su valor, a su atrevimiento, a su forma de entender la vida y a
su forma de tratar con las chicas. En esto último éramos especialmente
diferentes. Yo ocupaba el lado tímido de la balanza. Se decía en el barrio que
tenía varias novias y que una vez dos de ellas se habían peleado en la calle
por Jesús.
Pero eso no
importaba. Solo importaba que ya no estaba. Además tenía que ir armándome de un
valor, del que era bien escaso, para contarle a mi madre que ya sólo le quedaba
un hijo. Me atreví a tocarlo en ese momento en el hombro, sin querer rocé su
cuello. Me llego una sensación de frío que me recorrió todo el cuerpo. Algo
había pasado dentro de mí. Sentí dentro una determinación que nunca había
tenido. Dejé de llorar y ya no volví hacerlo. Mis lágrimas no le servirían de
nada a mi hermano. Le quité totalmente el plástico de encima de su cuerpo y me
puse en pie frente a él.
Mirando fijamente a
su cara me dije que Jesús no había muerto para nada. Al morir de esta forma me
había dado la lección más grande de mi vida y me hizo ver que no era ni
admiración, ni afecto, ni sensación de protección ni ninguna otra tontería lo
que sentía por él. Le estaba mirando sintiendo un profundo amor. Sentí que
podía llamar a Jesús hermano, pero también podía llamarlo padre.
En mitad de aquella
sensación oí que llegaba un coche y que frenaba bruscamente. Bajaron dos de sus
colegas y me dijeron que podía estar tranquilo que Jesús tendría compañía con
la cual entretenerse en el otro barrio. Estaría acompañado por los dos que le
dispararon por la espalda.
Fue entonces
cuando, sin saber por qué, me agaché tomé la pistola de mi hermano y les dije:
- Cuando necesiten que apriete el gatillo me
echan un toque.
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