jueves, 19 de diciembre de 2019

Llevo tanto tiempo idealizándote que te has convertido en uno de mis personajes de ficción.


Está oscuro y hace mucho frío, estoy recorriendo un pasillo. Puedo ver el final pero no sé dónde empieza. Estoy en una casa que me resulta familiar pero como si hubieran movido todas las habitaciones de su sitio. Es de día y aunque las ventanas son bastante grandes apenas entra la luz. Se escucha “Kooks” de David Bowie, el sonido llega desde una de las habitaciones y rebota entre las paredes vacías de este lugar hasta perderse en el pasillo oscuro del que vengo. Will you stay in our lover’s story?. “Hunky Dory” es el disco favorito de Miguel. Se escucha una risa, es él pero hay alguien más. De repente, por primera vez desde que he entrado aquí, siento miedo y se me doblan las rodillas. Echo a correr buscando la estancia de la que provienen las risas y me doy cuenta de que en toda esta casa, que parece infinita, no hay un solo espejo. Escucho una luz tenue y veo ruido. Cuando llego allí me encuentro a Miguel, está con una mujer que me da la espalda. Will you stay in our lover’s story?. If you stay you won’t be sorry. 

Abrí los ojos. Fuera llovía y hacía tanto viento que la ventana de la habitación se había abierto de golpe despertándome. Tardé unos segundos en darme cuenta de dónde estaba. Miguel estaba a mi izquierda, tan profundamente dormido que ni se había dado cuenta. El agua estaba entrando dentro, así que me levanté a cerrar la ventana, que era muy vieja y de madera. Llevábamos poco más de un mes viviendo allí, las mudanzas siempre me ponían algo triste y yo todavía no terminaba de acostumbrarme a esa ciudad.

—¿Qué haces ahí de pie?

—El viento ha abierto la ventana. Habrá que cambiarlas, son viejísimas ¿te he despert

Pero Miguel ya estaba roncando antes de que hubiera podido terminar la frase. Me metí en la cama y enrosqué mis pies fríos entre los suyos. No podía dormir con los pies fríos o el estómago lleno, tenía pesadillas.

El despertador de Miguel sonó, como cada mañana, muy temprano. Yo todavía podía dormir un par de horas más pero me levantaba todos los días con él para desayunar, y él antes de irse se despedía con un beso en la frente. Después esperaba unos segundos hasta escuchar como Miguel se ponía el abrigo y cerraba con fuerza la puerta para coger el vaso de cristal y escaparme a hurtadillas, como si alguien pudiera verme, hacia el baño. Allí apoyaba el vaso en el suelo, pegaba mi oído al vaso y aguardaba hasta que la escuchaba empezar. Este ritual comenzó unos cuántos días después de que llegásemos al piso. Había decidido ponerme trabajar en mi libro hasta que encontrase algo con lo que pudiera aportar dinero para pagar el alquiler, pero desde que nos habíamos mudado no había sido capaz de escribir una sola palabra. Me sentaba en mi estudio con mi ordenador viejo y me quedaba en blanco mirando a la nada, o me paseaba por la casa habitación por habitación, o me quedaba durante horas mirándome en el espejo del recibidor y reventándome granitos. Hasta que una mañana, después de que Miguel se despidiera con un beso en la frente, se pusiera su abrigo y cerrase dando un portazo; la escuché. Estaba meando, y me había fijado en que todos los azulejos de mi cuarto de baño seguían un patrón, en todos se podía apreciar el mismo rostro triste y grotesco. Y entonces oí esa melodía, era a piano y aunque no la conocía me resultaba profundamente familiar, como una nana antigua. Pensé que si yo pudiera escribir música sonaría así. Pensé que si alguien leyera mis textos en voz alta, quizá sonarían así. Cogí un vaso de cristal de la cocina, lo apoye en el suelo y me quedé ahí, imaginando cómo serían sus dedos, largos y blancos como los de esa figura de lladró que tenía la yaya.

Al principio solo la escuchaba un ratito por las mañanas mientras tocaba el piano. Me gustaba quedarme allí de rodillas en el suelo frío del cuarto de baño y pensar en ella, porque estaba segura de que era ella, y en cómo sería su cara mientras toca, o en cómo sería su cara cuando le daba el sol en los ojos, le pegaban un empujón en el bus o alguien se le colaba en la caja del supermercado. Empecé a crearla de cero en mi imaginación. Con el tiempo comencé a escucharla también un rato después de comer y antes de volverme a sentar a escribir, la oía hacerse el café y fregar los platos. Y también un ratito antes de oír el tintineo de las llaves de Miguel antes de entrar por la puerta.

Esa mañana tardó un poco más de lo habitual en empezar a tocar. Oí risas y la música se interrumpió, parecía que ella no estaba sola. Me sentí una intrusa y pensé en que quizá debería dejar de escuchar, que estaba traspasando unos límites. Pero no lo hice, y me reconocí por primera vez, sorprendida, en el gesto de una niña que espía a sus padres a través de las paredes.

Hace frío, otra vez el pasillo oscuro, veo el final pero no el principio. La casa sin espejos, “Kooks” de David Bowie, Miguel y esa mujer cuyo rostro no veo. Tienen el tocadiscos en marcha. Una náusea me recorre el cuerpo. Empieza en la punta de los dedos de mis pies descalzos y termina en mi esófago. Quiero gritar pero cuando abro la boca no emite ningún sonido. Miguel me ha visto, veo terror en sus ojos pero ni rastro de culpa. La mujer se gira hacia mí, le miro a los ojos, y ella está ahí pero no puede ser.

Abrí los ojos sobresaltada, Miguel ya no estaba. El reloj marcaba las doce del mediodía. Me levanté corriendo hacia la cocina, cogí el vaso y me dirigí al cuarto de baño. Pegué mi oído, nada. Los rostros tristes y grotescos de los azulejos del baño me devolvían la mirada. Aquel día había llegado tarde y estaba apunto de marcharme cuando la escuché. De nuevo, no estaba sola. Oí risas y los escuché corretear, me imaginé el largo pasillo hasta su habitación que sin duda sería como el mío pero seguro que ella tenía flores. Yo había intentado llenar la casa de flores en un par de ocasiones pero siempre olvidaba regarlas y se morían. Y entonces le oí a él. Al principio no quise creerlo y quise levantarme e irme, pero definitivamente era él. Reconocería la voz de Miguel a mil millas de distancia. Siempre sonaba enfadado pero en el fondo era muy dulce. Le gustaba doblar los anuncios cuando veíamos la tele, cantar en la ducha y tarareaba cuando estaba nervioso. Me di cuenta de que llevaba un tiempo mordiéndome los padrastros y había empezado a sangrar.

Hace frío, estoy en el pasillo oscuro, no veo nada pero hay un intenso olor a flores. Suena “Kooks” de David Bowie. No quiero avanzar porque sé lo que me espera al final del pasillo pero no tengo el dominio de mis piernas y cuando llegó allí presencio la escena como cada noche. Miguel, el tocadiscos y la mujer del rostro aterrador.

Sonó el despertador de Miguel, yo lo escuché perfectamente pero decidí no levantarme. Él salió de la habitación intentando no hacer ruido pero siempre andaba dándose golpes con todo. Se tropezó tres veces antes de salir por la puerta. Desde la cama le oí coger las llaves y marcharse. Aunque me meaba había decidido que no saldría de la cama hasta que llegase Miguel por la noche. Además no me encontraba muy bien, parecía estar incubando una gripe. Y entonces me llegó, muy leve, el rumor de la melodía de piano. Cogí la almohada y la apreté fuerte contra mi cabeza, allí no me podía quedar. Sin quitarme el pijama cogí el abrigo, las llaves y las zapatillas y salí dando grandes zancadas. Me calcé en el ascensor ante la mirada extraña de un vecino. Estuve dando vueltas toda la mañana hasta que decidí sentarme un rato en un banco al sol delante de nuestro patio. Entonces vi a Miguel, le habían dejado irse antes a casa. ¿Le habían dejado irse antes a casa? Me preguntó qué hacía en plena calle en pijama. Le dije que había bajado a que me diera un poco el aire pero no pareció convencerle mucho mi respuesta. ¿Estaba realmente preocupado o solo se sentía acorralado porque le había pillado?

Después de comer me tomó la temperatura. Me preocupas, siempre andas por ahí descalza. Yo no tenía ganas de hablar. Nos echamos en el sofá, teníamos una de esas teles inteligentes pero a mí me gustaba más la televisión normal, hacer zapping y ver los anuncios. En uno de los canales echaban Pulp fiction, la cogimos empezada. No podríamos contar ni sumando sus dedos con los míos todas las veces que habíamos visto esta película. Miguel se sabía diálogos enteros. Jules y Vincent estaban terminando de limpiar los sesos desparramados del pobre Marvin de los asientos traseros del coche.

—¿Cuál es la situación más aterradora que se te ocurre? yo creo que vivir el descolgamiento de un ascensor o tener que esconder un cadáver —yo no quería decirle que últimamente pensaba mucho en que me estaba engañando y en cómo rompería uno a uno todos sus discos de vinilo cuando le descubriera y que no encontraba nada más aterrador que eso.

—Perder todas mis bragas en mitad de un viaje.

—Esa también es buena.

El frío, el pasillo oscuro, “Kooks” de David Bowie, el olor a flores, a flores de muerto. Mis pies que caminan solos, Miguel, el tocadiscos, la mujer aterradora. Will you stay in our lover’s story? If you stay you won’t be sorry.

Cuando me desperté ya eran más de las doce del mediodía, la noche anterior me había tomado un ansiolítico con el vino sin que Miguel me viera. Me dolía todo el cuerpo como si me hubieran pegado una paliza y las pesadillas habían sido más intensas esa noche. Oí un correteo que venía del piso de abajo, era horrible, como si caminasen con los talones. Una punzada de dolor me atravesó el cerebro. Irritada me levanté, cogí el vaso de cristal y me puse a escuchar. Miguel estaba ahí, les oí reír y cantar y bailar. Estaba apretando el vaso tan fuerte contra el suelo que crujió y se abrió un grieta que lo atravesaba. Me subí en el ascensor dispuesta a bajar y pillarle. De repente las luces se apagaron, pero aquel trasto viejo seguía bajando a toda prisa y aunque era solo un piso parecía no tener final. Pensé que no habría peor momento para vivir el descolgamiento de un ascensor que aquel. Pero al final frenó en seco, el piloto marcaba solo un piso más abajo, se encendieron las luces y se abrieron las puertas. Cuando llegué estaba abierto, una corriente de aire frío emanaba del rellano y me invitaba a entrar. Dentro estaba oscuro, era exactamente como nuestra casa, con sus bonitas molduras, su enorme recibidor y su largo pasillo. Era exactamente como me lo había imaginado, todo lleno de flores, de flores de muerto, y sin un solo espejo. Al fondo, en el salón pude ver el enorme piano, cubierto de polvo, parecía que en cualquier momento iba a empezar a sonar solo, tocado por unas manos fantasmagóricas. Eso me causó un escalofrío y me frené al instante. Había llegado demasiado lejos. Se escuchaba como un tocadiscos estropeado. Al final del pasillo podía ver una luz tenue y salvo la música entrecortada todo estaba en completo silencio. El silencio era denso, casi tangible. Pesaba tanto que sentía que me ahogaba. Mi cabeza estaba decidiendo qué hacer pero mis pies habían empezado a caminar solos hacia la luz, como las polillas que vuelan directas hacia la vela hasta que, en el fuego, se queman. Cuando llegué descubrí que tanto la luz como la música provenían del parpadeo de una pequeña televisión vieja. Mi cerebro, perplejo, recogió algunos datos, lo único que había en aquella habitación era: la pequeña televisión vieja, el cadáver de Miguel tendido en el suelo y la figura encorvada de una mujer sobre el cuerpo sanguinolento. En la tele estaban dando Pulp Fiction, Vincent y Mia estaban volviendo en coche tras una larga noche. La mujer estaba sollozando y yo estaba paralizada. Parecía que se había dado cuenta de mi presencia porque se giró muy despacito, temblando y cuando creía que ya había visto la cosa más aterradora de toda mi vida comprobé que el rostro que me estaba devolviendo la mirada no era otro que el mío. Sentí el cosquilleo caliente de mi propia orina recorriéndome el muslo interior izquierdo y llegando hasta mis pies descalzos.

—Dios mío, Celeste ¿qué has hecho? —escuché decir a Miguel justo detrás mío.

Hada.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

El cuento sigue creciendo. Aún falta algo por añadir pero ya va tomando forma

José Luis Romero


CORRUPTOR
ABUELO

Hacía tiempo que no veía a mi hijo tan alterado. Me sorprendió que no pidiera permiso para entrar en el despacho. Él que mantenía el respeto profesional hacia el Jefe de la empresa como cualquier otro trabajador. Su cara estaba enrojecida y no encontraba como empezar a contarme el problema. Le hice sentarse en el sofá de las visitas y traté de calmarle:

-Tranquilo. No permitas que los problemas te alteren de esa forma. No será tan grave.
-Padre. Tu nieto quiere dejar la empresa.
-Será un enfado momentáneo. -no me dejo seguir-
-De momentáneo nada. "Criterios éticos le impiden seguir en la empresa" me ha dicho el muy cretino.

Respiré profundamente y me quedé mirándolo. No me gustaba que me interrumpiera cuando hablaba, pero entendía el problema y me di cuenta que se sentía desbordado e incapaz de solucionarlo.

-Entonces imagino que quieres que hable yo con él y que resuelva el problema.
-Sí -dijo sin levantar la cabeza-

No llevaba nada bien que le hiciera ver su incapacidad de comunicación con su hijo. Tras pensar un poco como actuar le pedí que me contara todo lo que supiera. Tras una larga conversación me quede unos minutos pensando y le pedí a la secretaria que llamara a mi nieto al despacho.
Entró con paso tranquilo, demostrando que sabía lo que quería y seguro de que yo le iba a llamar. Supe en ese instante que él ya contaba con que le llamaría y que se habría preparado lo que iba a decirme. Era mucho más hábil que su padre. Tendría que ser muy directo si quería obtener resultados.

- Así que quieres irte de la empresa. Explícame las causas. Tu padre apenas supo hablarme de no sé qué problemas éticos.
-Sí. Son problemas éticos. He descubierto como estáis comprando contratos. Me habéis ocultado que lo hacíais y eso me duele aún más.
-Sabía que tenías que enterarte algún día. Esperaba que fuera más adelante cuando estuvieras más hecho a la empresa y comprendieras mejor los complejos requisitos de la contratación pública.
-Abuelo. Tú mismo has hecho que me especialice en contratos. Casi me conozco la Ley de contratos del sector público de memoria y lo sabes ¿A qué complejos requisitos te refieres?

Estaba sorprendiéndome con su frialdad. Yo esperaba ganármelo con alguna explosión emocional que le hiciera cometer algún error. Esta vez lo había subestimado.

- ¿Has visto cómo funciona la competencia y como compra los contratos a un partido político con donativos?
- Sí y también he visto como llevan al presidente del consejo de dirección y al gerente ante los tribunales por corrupción y les toca cambiar el rumbo y de equipo directivo.
-Nosotros no hemos cometido ese error.
-Yo no me intereso en los errores no cometidos. Me intereso en lo que se ha hecho en esta empresa estando yo trabajando en ella. 

Le había contado a su padre como siguió sus viajes a Suiza el año anterior y como tras esas gestiones allí habíamos ganado de golpe tres concursos y que este año había vuelto a suceder lo mismo. Sabía que nuestras cuentas no habían movido ni un euro hacía ningún político español, pero nuestros socios suizos sí que habían recibido unas ayudas muy significativas. Sin contra-prestación alguna y para, en teoría, pagar unas fianzas de unos contratos que ellos habían ganado allí se llevaron una cuantiosa cantidad de dinero. En teoría porque los contratos no existían.

En verdad mi nieto era un gran investigador. Sabía que el dinero que recibían los políticos en Suiza vendría de algo punto de aquel país que no se podría vincular nunca con nuestra empresa.

Empezaba a asustarme. Veía que uno de mis nietos, los pilares en los que apoyar la empresa cuando ya no pudiese dirigirla yo, se me estaba yendo ¡Con lo inútiles que habían demostrado ser mis hijos y lo buenos y eficientes que eran los nietos que trabajaban conmigo!

Busqué otras alternativas para convencerlo.

-Sabes que esta empresa es una Sociedad Anónima y que nosotros sólo tenemos el 30% del capital. Los que han comprado las acciones que nos han hecho crecer quieren beneficios. Y siempre quieren más beneficios que el año anterior ¿cómo quieres que los consigamos si no hacemos alguna irregularidad?
-No llames irregularidad a un delito. Además el control de la empresa siempre será tuyo.
-¿No crees que los Suizos puedan incrementar su porcentaje y puedan pasar a dirigir ellos la empresa?
-Tratándolos tan bien como los tratas dudo que quieran el control. Tienen más beneficios si controlas tú que si lo hicieran ellos. Es más, si se diera el caso, seguro que te dejarían a ti seguir mandando.

Me quedé mirándolo un instante Lo veía muy centrado. Estaba seguro que habría preparado esta conversación hacía tiempo. Seguro que habría puesto a su padre de los nervios para conseguir que viniera a mí. Así había conseguido que yo le convocara sin tener que empezar pidiendo o justificando.

Me sentí como un juguete en sus manos. Cada vez lo veía más lejos de nosotros, su familia. Lo veía tan seguro de sí mismo, tan adulto que casi no lo reconocía. Nunca me había plantado cara así. Tocaba cambiar el tono con un golpe bajo.

-Yo no soy eterno. Sabes que eres el heredero. Por eso te pago casi todo lo que ganas en acciones de la empresa.
-Yo no lo elegí. Dices que seré el heredero. Pero el heredero no quiere seguir tus pasos.
-¿Qué camino quieres seguir?
-Un camino libre de corrupción. Ganar dinero limpio.
-Consideras esta empresa corrupta y tienes acciones de ella.
-Ya sé que las tengo y es así porque me pagas casi todo lo que gano con ellas. No te preocupes mi intención es venderlas para trazar mi propio camino desde cero.

Me dolió. Querer deshacerse de esas acciones era romper con la familia. La empresa era el eje central alrededor de los que todos sus miembros vivían. Mi nieto me dejaba y eso me dejaba roto. Desde la muerte de mi madre nunca me había sentido así de mal. No quería que se fuera y ya lo veía lejos de nosotros.

Me tragué el dolor como lo hice en el entierro de mi madre. Era la cabeza visible y no podía mostrar debilidad. Tenía que encontrar algo que me acercara a él. No se me ocurría nada hasta que recordé el dicho que dice “si no puedes con él únete a él

Decidí hacerme el vencido para darle confianza y que me explicara sus planes. Sólo así podría conseguir un acercamiento. Puse en mi voz el abatimiento que sentía y me permití mostrar el dolor que sentía a través de mi cara.

-¿Cómo?
-Comprando un hotel con el valor de las acciones.
-¿Dónde lo vas a comprar?
-En algún lugar de España que no es Madrid. Me quiero ir a vivir fuera.
-¿Estás seguro de que será una buena inversión?
-Sí abuelo. Me has enseñado tú. Donde voy a comprar el turismo va en aumento.

¡Con que va a comprar un hotel! Este chico es brillante, incluso más de lo que creía. Seguiré el juego. Seguro que será bueno para los dos.

-Tus acciones están en Suiza. Es por un tema fiscal. Pero no te preocupes. Llama a Werner y él te hará de traductor en el banco donde están depositadas para que las recuperes – dije tratando de disimular una sonrisa que se me escapaba-


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NIETO
Cuando salí del despacho respiré profundamente. Me sentía victorioso. Pensaba que por fin podría irme con Rocío a Valencia. Dejaría esa locura. En cuanto cerrara mi relación laboral volaría a Suiza para vender mis acciones para comprar el hotel.

Dos días más tarde aterricé en Zúrich. Había quedado con Werner  para que me entregara las acciones y su venta. Poco antes de despegar me mandó un mensaje indicándome la ubicación del banco donde me esperaba. Al llegar tomé un taxi para ir directamente al banco. Nada más entrar me hicieron pasar a una elegante sala donde me esperaban el depositario de las acciones con el director de la sucursal. La sorpresa fue que ambos hablaban un castellano perfecto. 

Me di cuenta que algo no cuadraba. No necesitaba a Werner de traductor ¿Mi abuelo había mentido o no lo sabía? Inicié la conversación con una pregunta a Werner:

-¿Ha traído los certificados de las acciones?
-Sí. Pero antes de pasar a ese tema he de informarle de varías cosas. En estos dos días ha habido muchos cambios que desconoce y le afectan.
-Adelante, le escucho -dije sorprendido y un poco asustado-
-El hotel Bristol de Valencia ha sido comprado por una sociedad de nueva creación con capital íntegramente suizo.

Se detuvo un momento al ver mi cara completamente desencajada. No podía entender como habían descubierto el hotel que pensábamos comprar en tan poco tiempo. Me di cuenta del enorme error que cometí al rebelarle mis planes al abuelo. Werner prosiguió.

-Si firma los papeles que estoy poniéndole delante  pasará a ser el representante legal y gestor único de la esta nueva sociedad.
-¿Cómo se enteraron del hotel que íbamos a comprar en tan poco tiempo?
-Era fácil. Su novia y futura gerente del hotel es de Valencia y el mercado inmobiliario de hoteles no es tan grande.
-¡Ya teníamos un preacuerdo!
-Les hicimos creer que su abuelo quería regalarle el hotel. Además les mejoramos la propuesta económica permitiendo cobrar una parte en francos suizos libres de impuestos.
-No puede creer que mi abuelo me esté haciendo esta jugada tan sucia.
-Yo no veo ninguna suciedad. Veo a un hombre rico que le da lo que quiere a su nieto.
-No creo que esa sociedad sea absolutamente independiente de la empresa de mi abuelo.
-La dependencia que tiene la nueva sociedad es el préstamo que ha solicitado con este Banco. Su abuelo me dijo que no puede jugar con el dinero de su Sociedad Anónima, pero si puede conseguir favores de algunos bancos. Los intereses son muy bajos como podrá ver cuando lea detenidamente los documentos. Entiendo que los necesite leer tranquilamente. Se me ha encargado que esté aquí con usted para responder todas las preguntas que me haga.

Me puse a leer. El nombre de la empresa Rocafe coincidía con el de mi novia Rocío Castelló Fernández. Esa idea sería también de mi abuelo. Había subestimado el poder que tenía sobre los suizos. 

De repente me di cuenta de la dimensión de su juego. Los suizos no eran socios de la empresa del abuelo, eran empleados. El abuelo en verdad tenía más del 50% de las acciones de la SA.  Por eso mis acciones se guardaban en Suiza. No era sólo un problema fiscal. Además el banco era con el que trabajábamos habitualmente y tenían un director de sucursal español. ¿Sería el banco también propiedad de mi abuelo? ¿Buscaba mi abuelo tenerme atado de esta forma? Probé fortuna con la pregunta que lancé.

-Parece que ambos trabajan para mi abuelo. ¿Es cierto que me va a dar tanta libertad como parecen reflejar estos documentos?
-La libertad es relativa. Ninguno de nosotros trabaja directamente para la empresa de su abuelo, pero ambos trabajamos con él y hacemos cumplir sus órdenes. Sería interesante que lea la parte final del documento. Quizá allí comprenda más el alcance de la situación.

Seguí leyendo. Las últimas cláusulas eran las garantías para el banco. Decían que si no podía pagar el préstamo la sociedad sería absorbida por la de los socios suizos. Esta asumiría los bienes y las deudas de Rocafe. Ahora todo encajaba. Tenía la opción de no pagar nada y Rocafe pasaría a ser una empresa más de mi abuelo. Se lo pregunté directamente a Werner y me contestó.

-Si. Es así como su abuelo ha hecho crecer sus posesiones. No creo que él tuviera problemas que usted se encargase de desarrollar una división hotelera desde nuestra empresa diversificando aún más el negocio.
-¿Ha dicho aún más?
-Sí ¿Sabe quiénes son la empresa panameña que tiene otro 10% de la SA?. Imagino que ahora estará pensando que es otra empresa de su abuelo y acertará. Ellos también están implantados en Estados Unidos con inversiones importantes en otras áreas. Son una empresa más grande y potente que la nuestra.

-Pero también tengo la opción de pagar el préstamo o incluso quitármelo pagándolo con mis acciones.
- Si esa es su decisión no hay problema. Su abuelo me dijo que le tratase lo mejor posible porque dentro de unos años usted será mi jefe.

Otra vez mi abuelo diciendo que yo sería el heredero y todo aderezado con las mentiras que me contó en mi reunión con él ¡Yo que creía haber salido victorioso de aquella reunión! 

Necesitaba tener más información ya que Werner me trataba como si ya fuera su nuevo jefe. Aproveche para seguir preguntando.

-¿Por qué le pusieron Rocafe a la empresa?
-Su abuelo pensó que su novia estaría encantada con ese nombre. Qué pensará que habría sido una idea suya no de su abuelo y que no haría muchas preguntas sobre quién sería el dueño de Rocafe con ese nombre.

Esa información me hizo ver la verdadera intención de mi abuelo. Él pretendía que yo siguiera en la empresa y que mi novia se sintiese feliz en una empresa con su nombre. Pero Rocafe no era independiente de su grupo de empresas. Conociendo su forma de pensar llegué a la conclusión que por su cabeza no pasaba la posibilidad de que alguien de la familia se quisiera ir de forma voluntaria de su grupo. Estaría pensando que era la presión de ella la que me había hecho tomar la decisión de dejarlo. Traté de jugar una baza más.

-¿Qué precio tiene para Rocafe el hotel? Quiero comprárselo.
-Rocafe no se vende. La única forma que disponga de ese hotel es firmando los documentos que le he traído.

Así era el juego de mi abuelo. Si quería el hotel que habíamos elegido tendría que entrar en su nueva empresa llamada Rocafe. Si no quería tenía mis acciones pero tendría que comprar otro hotel y negociar todo desde el inicio. Me quedé mirando al Director de la sucursal y le pregunté:

-Usted está aquí por si al final decido hacer uso de la acciones ¿No?
-No sólo por eso. Yo voy a volver a España. Ya sea a Madrid o a Valencia.
-Podría explicármelo por favor.
-Si usted se queda con Rocafe yo iré al puesto de trabajo que ha dejado en Madrid. Si no quiere ni regresar donde estaba ni el hotel de Valencia iré a vivir a la ciudad de su novia haciéndome cargo del hotel. No tengo problemas. En ambas ciudades hay un colegio alemán al que llevar a mis hijos.

El círculo se cerraba. Mi abuelo lo tenía todo atado y bien atado. Era el momento de decidir. Pero pedí unos minutos para pensar. No quería hacer nada sin hablar antes con Rocío. La decisión afectaba a la vida de los dos. Así que salí de la sala para hacer una llamada personal.

Al sacar mi móvil me di cuenta que continuaba en modo avión. Me había olvidado del móvil pensando en la venta de las acciones. Al activarlo me entraron varios mensajes de llamadas perdidas de Rocío y un mensaje en el que me pedía que la llamara inmediatamente.

La imaginé nerviosa esperando los resultados de la venta de la acciones. Temí desilusionarla. Suspiré profundamente y la llamé.

-¡Hola amor mío!
-¡Manuel, cielo. Me tenías muy preocupada! Pensé que te había pasado algo después de aterrizar.
-Olvidé quitar el modo avión. Lo he puesto ahora porque mi abuelo nos ha dado una sorpresa enorme.

Le relate lo sucedido con el máximo número de detalles que recordaba. Cuando acabé le pregunté:

-¿Qué crees que es lo mejor que podemos hacer?
-¿Aún no has hecho nada?
-No. Quería consultarlo contigo.
-Me alegro que quieras consultarlo conmigo y me alegraré aún más que, cuando yo soy quién te llama repetidas veces, que me escuches primero a mí y no me sueltes lo tuyo sin posibilidad de meter baza.
-Rocío, por favor, no discutamos ahora. Has visto que es muy importante lo que tenía que contarte.
-Si me hubieses preguntado porqué te estaba llamando tantas veces te habría dicho que ya sabía la jugada de tu abuelo.
-¿Cómo?
- Sí. Me llamó en cuanto despegaste de Madrid y me contó lo que te ibas a encontrar al llegar.

…/Falta desarrollar/…

ABUELO
En cuanto me avisaron que el avión se movía llamé a Rocío. No podía dejar cabos sueltos con este nieto cabezón al que adoro. Cuando descolgó me dijo:
-¿Ramiro, no te has equivocado, soy Rocío?
-Sé quién eres, y no me he equivocado. Te llamo porque he de contarte varias cosas que son de tu interés.
-Estoy encantada que Don Ramiro, el abuelo de mi novio, se interese por mí y por las cosas que me pueden interesar. Le escucho.
-En primer lugar decirte que no estoy enfadado con Manuel. Por una parte es comprensible que no me agrade, que Manuel se quiera ir de la empresa. Es un trabajador muy valioso, la empresa es mía y encima es un familiar. Por otra parte hay algo que me gusta mucho en la decisión que ha tomado.

Paré de hablar un momento para ver la reacción de Rocío. Fue cauta y no dijo nada. Proseguí.

-Me encanta la iniciativa propia. Las ganas de abrir un camino sin quedarse bajo el paraguas de la familia. Y quiero apoyar esa iniciativa.
-Me parece muy interesante y halagador lo que ha dicho de Manuel ¿Cómo piensa apoyar la iniciativa?
-Con un regalo.
-Esto se pone interesante ¿Qué es ese regalo?
 -El Hotel Bristol de Valencia.

No hubo respuesta y continué aprovechando el efecto sorpresa.

-No sé si me equivoco pero te imagino con la boca abierta. Supe que regalaros. Era fácil saber cuáles eran vuestros planes. Tu especialidad profesional es la actividad hotelera.
-Pero..
-Perdona que te corte pero quiero que sepas que estoy muy contento que mi nieto te haya elegido como su futura esposa. Me encanta que trabajes y que lo hagas en un puesto de gestión, no como otras novias o esposas de otros nietos. Tú sí que vas a conocer la importancia del trabajo. Es él quien forja y hace fuertes a las personas.
-Sí, pero ¿Cómo supo el hotel que queríamos comprar? –dijo Rocío con un tono de asombro.
-No es eso lo importante, me interesa que este hotel sea vuestra punta de lanza, que crezcáis.
-No le entiendo.

Noté que estaba descolocada y me alegré mucho. Era un signo que no le disgustaba el regalo. Las cosas iban por donde yo quería.

-He creado una empresa que es la propietaria del hotel. Dicha empresa tiene el respaldo de mis socios suizos y tendrá todas las facilidades legales y económicas para crecer con más hoteles.
-De momento no queremos crecer. Queremos hacerlo bien con ese hotel.

Implícitamente ya había aceptado el regalo. Todo iba sobre ruedas. Por fin lanzó la pregunta que esperaba:

-Entonces ¿Es usted o son los suizos los propietarios de las empresa?
-No te preocupes de la propiedad. Serán los accionistas los propietarios y Manuel el Administrador de la misma. Con un hotel o con una cadena hotelera. Estoy convencido que tienes buenos amigos de tu edad capaces de dirigir otros hoteles.

-Es demasiado bonito para ser cierto


…/Falta desarrollar/…

martes, 17 de diciembre de 2019

Ahí va un poco más de mi relato. Me falta el final, pero está casi acabado. Está sin corregir. No lo he repasado porque si lo hago no lo cuelgo. En fin. Gracias por leerme. María F.




Mi madre murió cuando cumplí los 20. Me dio un poco de pena, pero no demasiada. ¿Quién me lavaría la ropa y me haría la comida ahora? No tenía trabajo, ni estudios, y tenía que pensar de dónde sacar dinero. Irme de putas era una afición muy cara. Por suerte para mí, mis padres me dejaron varios pisos en herencia. Vendí dos de ellos y me quedé con el tercero. Saqué una buena suma de pasta en aquella operación.
Al poco tiempo de morir mi madre llevé por primera vez al piso a mi primera puta. La había recogido en la carretera de camino a casa. No tenía chulo, y eso me pareció interesante. Le pedí que se tumbara en la cama y lo hizo. Le tapé la boca con cinta aislante. Le expliqué que era la primera vez que llevaba a una mujer a casa. Que no quería que los vecinos la oyeran gritar. Saqué un pañuelo de mi padre que aún guardaba en el armario, rodeé su cuello con él, y apreté. Abrió los ojos, intentó gritar, me arañó la cara y los brazos queriendo zafarse de mí. Cuando por fin dejó de resistirse, acaricié sus tetas, le bajé las bragas, y me la follé. Tuve el mejor orgasmo de mi vida. Después de aquello intenté despertarla, pero no respondía. Traté de reanimarla, pero siguió sin responder. La realidad era que acababa de asfixiar a una mujer y eso me había excitado. ¿Quién era? ¿Tendría familia? ¿Alguien la echaría de menos? ¿Me había visto alguien entrando con ella en casa? ¿Qué iba a hacer ahora? Me subí el pantalón, cogí a la puta, y la metí en la bañera. Sabía que antes o después empezaría a descomponerse y a oler. Tenía que hacer algo. Era tarde y estaba cansado. Decidí irme a dormir. Mañana, a primera hora, lo solucionaría. Había sido un accidente. No quería matarla. ¿Acaso alguien iba a creer eso?
Cuando desperté por la mañana bien temprano, después de un par de horas de sueño interrumpido, fui al baño. Estaba meando cuando me acordé de la puta muerta en mi bañera. Un accidente, sí, pero pensando en ello me empalmé. Tenía que hacer algo con la puta. No sabía si alguien la estaría buscando. No sabía quién era. Tampoco me importaba. Leí que la cal viva encubre el olor de un cuerpo en descomposición y además acelera el proceso. No tenía claro cuánto tiempo podría aguantar a esa puta en la bañera, pero de momento con eso me valdría. También me ayudaría a deshacerme de cualquier rastro de mí que quedara en ella. Compré 50 kilos de cal viva, volví a casa, y le vacié los dos sacos encima. Cerré la mampara y coloqué un plástico de obra tapándolo todo. Llené el baño de incienso y velas aromáticas. Mi casa apestaría a vainilla y coco, pero eso no me preocupaba. Nadie me vio con ella. Nadie podía relacionarme con ella. Nadie vendría a buscarme. Solo era una puta muerta más.
Pasaron los meses y yo seguía obsesionado con el placer de haber asfixiado a aquella puta. Me masturbaba a diario, mientras su cadáver seguía en mi bañera descomponiéndose. Pero había algo que me perturbaba. Era una puta. Desde el primer momento hizo todo lo que le dije, e incluso aunque se resistió a que la asfixiara, al principio pareció disfrutar con todo aquello. Empezaba a invadirme la necesidad de repetir, pero esta vez no sería una puta sin chulo. Quería una mujer de verdad. Una a la que no tuviera que pagar para llevarla a mi casa. Una que tuviera algo que perder. Quería ver auténtico terror en sus ojos antes de morir. Empecé a obsesionarme con esa idea. Me fui de putas varias veces en todo aquel tiempo, pero la idea de asfixiarlas como a la de mi bañera me aburría. Putas, putas, putas. Necesitaba más.
Desde aquel día ya no podía pensar en otra cosa. Algo hizo click en mi cabeza. Algo que había estado dormitando hasta entonces. Sí, desde pequeño he pensado en estrangular a mi padre, a mi compañero de pupitre en el colegio, a mi novia en el instituto. Jamás lo hice. ¿Qué había cambiado? ¿Será que me faltaba el valor que ahora me sobra? Supongo que me he cansado de esconderme. Siempre viviendo bajo el dedo acusador de los demás. Haz esto. No hagas esto. Haz lo otro. No mires. No pienses. ¿Quién decide qué? ¿Por qué tengo yo que aguantar humillaciones, insultos, puñetazos, un brazo roto? ¿Por qué? ¿Para poder seguir formando parte de esta sociedad falsa y patética que me repugna?
La noche siguiente salí a tomar una copa. Fui a un sitio nuevo. Un whisky con hielo, por favor. Al otro lado de la barra había una mujer. La miré y me sonrió. Era una mujer cualquiera. Unos 35 años. Posiblemente acababa de salir de trabajar. ¿A qué se dedicaría? No era puta. Eso seguro. Era el tipo de mujer con el que me venía obsesionando meses. Creo que habría podido llevármela a casa en ese mismo instante, pero no quería que nadie me viera irme con ella de aquel sitio. Cuando me terminé mi whisky, me levanté y me marché. Esperé en la calle durante una hora aproximadamente. Ella salió y la seguí con el coche. Lejos del local, me acerqué a ella y le ofrecí subirse a mi coche. Ella me reconoció y volvió a sonreír. Te llevo a casa, le dije. Subió. Hablamos un rato hasta llegar a su casa. La calle estaba desierta. Todo estaba saliendo a pedir de boca. ¿Subes?- Me preguntó. Le dije que no, que prefería irme a casa. ¿Me enseñarías tu casa?- Insistió. Sonreí.
Cuando llegamos a mi casa le ofrecí una copa. Se tiró encima de mí y me desabrochó el pantalón. La llevé a la habitación y la tiré encima de la cama. Quítate la ropa. Y lo hizo. Me tumbé encima de ella y le tapé la boca con la mano. Sssssshhhhhh, no grites, no quiero que mis vecinos te oigan. Le abrí las piernas y se la metí. Ella intentó gemir, pero con mi mano en su boca lo único que pudo hacer fue revolverse de placer. Cerró los ojos. Aproveché ese momento para pegarle un puñetazo en la mandíbula y dejarla inconsciente. Le até las manos a la espalda, até sus pies, tapé su boca con cinta aislante, y esperé a que se despertara. Cuando recuperó el conocimiento y me miró pude ver el terror en sus ojos. Sí. Era exactamente ese terror el que buscaba. Me empalmé.
- No tengas miedo, preciosa. Vas a morir, pero todavía no.
Me masturbé y me corrí en su cara. Ella intentaba gritar. En vano. Se revolvía, pegaba patadas. Todo en vano. Cogí el pañuelo de mi padre de la mesilla de noche y rodeé su cuello. Ella seguía revolviéndose, intentando zafarse de mí. La asfixié despacio. No quería matarla. Aún no. Perdió el conocimiento. Una vez, dos, tres. Mientras tanto, me la follé. Una vez, dos, tres. Finalmente, no volvió a despertarse. Yo estaba extasiado. Agotado. Me tumbé a su lado y me quedé dormido. Al despertarme me encontré de nuevo con una muerta y nada que hacer con ella. Otra vez debía pensar una solución. ¿Qué haría con ella? Lo que estaba claro era que no podía meterla a ella también en la bañera. No había sitio para las dos. Cogí mis maletas de viaje del armario. Una para ella y otra para la puta de mi bañera. Iba siendo hora de deshacerme también de la puta. Antes, rocié las maletas en lejía. Envolví a la puta en plástico, y la metí en una de las maletas. No fue difícil. Lo difícil fue meter a la otra. Tuve que fracturarle unos cuantos huesos para encajarla dentro. Y ahí estábamos los tres. Yo, y dos mujeres muertas en dos maletas. Esperé a que anocheciera, metí la maletas en el coche y arranqué. No sabía dónde ir, lo único que tenía claro es que debía dejar las maletas lo más lejos posible de mi casa. Recordé un sitio en el campo, lejos de la ciudad, donde solía ir con mi padre a coger setas. Ese hijo de puta borracho de vez en cuando me sacaba a pasear y todo. Fui hasta allí y dejé las maletas. Suponía que alguien las encontraría, pero aunque así fuera, aunque las encontraran, jamás podrían relacionarlas conmigo de ninguna manera. Es curioso, pero no estaba preocupado en absoluto.
Pasaron un par de días cuando vi la cara de mi segunda muerta en la televisión. Mujer desaparecida. Fue vista por última vez en el bar X. Ahí supe que se llamaba Victoria. Todo el mundo buscaba a Victoria. En la calle, todos hablaban de Victoria. Pobre chica, decían. A ver si aparece pronto. Yo estaba ansioso. Deseaba que la encontraran. De la puta en mi bañera nadie hablaba. Pero Victoria... Pensar en ella me la ponía dura.
Después de un par de meses, por fin encontraron a Victoria. Y a la puta de mi bañera con ella. Joder ya era hora. La noticia salió en todos los medios de comunicación. "El asesino de las maletas" me bautizaron. Hablaban de mí en todas partes. En los telediarios, en internet, en los periódicos. En los cafés podía escuchar mi nombre en boca de todos. La policía de todo el país me buscaba. Mientras descorchaba una botella de vino, pensaba en cómo sería volver a matar. Sabía que era arriesgado, pero no podía parar de pensar en hacer de mi nombre una estrella.
Por aquel entonces, yo llevaba un tiempo saliendo con una chica. Era aburrida, pero estaba buena y follaba bien. Me ahorraba una pasta en putas, putas, putas. Nadie sabía de nuestra relación. Yo, le había dado un nombre falso, y jamás la había llevado a mi casa. Quedábamos en su casa, y nunca salíamos. No conocía a sus amigos ni familiares. Aquella noche quedé con ella. Estaba muy decepcionado conmigo mismo por no haber vuelto a salir de caza, pero la realidad era que me daba miedo que me pillaran. Sabía que no tenían nada que les pudiera llevar a mí, pero desconocía cómo funciona la policía y sus investigaciones, y no me fiaba ni un pelo. En esos últimos días había tenido la sensación de que me seguían, y estaba volviéndome loco.

Cuando Ana apareció le ofrecí una copa de vino.
- Me encanta tu casa. Ya era hora de que me invitaras. Empezaba a pensar que no te tomabas lo nuestro en serio.
Cerré la puerta con llave.
- Ana, yo no me tomo nada en serio. Y menos lo nuestro. Por cierto, me llamo Alberto, encantado de conocerte.
Ana abrió los ojos.
- No entiendo nada. ¿Alberto? Creía que te llamabas Luis.
Empezaba a asustarse.
Me puse entre ella y la puerta. Le tapé la boca con la mano. Empezó a revolverse.
- Ana, no hagas ruido. Estate quieta joder. Vas a morir, pero todavía no.
De nuevo ese terror. Recordé los ojos de mi padre en la silla de ruedas cada vez que me acercaba, los ojos de mi novia en el instituto casa vez que le pegaba, los ojos de la puta en mi bañera, los ojos de Victoria.
Ana siguió revolviéndose y no tuve más remedio que pegarle un puñetazo. Cayó al suelo. La cogí y la llevé al sofá. La desnudé. Empecé a lamer sus pies. Sus piernas. Su estómago. Sus tetas. Ella seguía respirando. Empecé a preguntarme cómo sabría. Me gustaba la carne poco hecha. Me gustaba trinchar un filete y ver la sangre correr burbujeante. ¿Sería lo mismo con ella? Ella seguía inconsciente. Me acerqué a su boca y la besé. Mordí con fuerza y le arranqué un trozo de labio. Se despertó y gritó. Volví a golpearle. Mastiqué y lo escupí. Qué asco joder. Quizá si lo pasaba un poco por la plancha sabría mejor.
La sangre salía de su labio a borbotones. Tenía que taparle la boca de una vez. Cogí cinta aislante y la até de pies y manos. También le tapé la boca. Cuando se despertó, ahí estaba yo, encima de ella, acariciándole el pelo. Empezó a respirar rápido, a revolverse, a llorar.
- Joder Ana. Está quieta joder. Vas a despertar a los vecinos. Vas a morir preciosa, pero todavía no. Tengo planes para ti.
Con los ojos suplicaba que la dejara irse. Pero yo tenía pensado algo mucho mejor. Era la hora de la cena. Cogí un cuchillo de cortar carne y empecé por sus pezones. Ella sollozaba, intentaba gritar, se retorcía de dolor. Empezó a chorrear sangre.


LA CLASE 20 de junio 2020

16 al 20 de junio de 2020 LA CLASE Lunes Su aspecto todo él era cuadrado. Incluso por partes era cuadrado, tirando a o...