martes, 17 de diciembre de 2019

Ahí va un poco más de mi relato. Me falta el final, pero está casi acabado. Está sin corregir. No lo he repasado porque si lo hago no lo cuelgo. En fin. Gracias por leerme. María F.




Mi madre murió cuando cumplí los 20. Me dio un poco de pena, pero no demasiada. ¿Quién me lavaría la ropa y me haría la comida ahora? No tenía trabajo, ni estudios, y tenía que pensar de dónde sacar dinero. Irme de putas era una afición muy cara. Por suerte para mí, mis padres me dejaron varios pisos en herencia. Vendí dos de ellos y me quedé con el tercero. Saqué una buena suma de pasta en aquella operación.
Al poco tiempo de morir mi madre llevé por primera vez al piso a mi primera puta. La había recogido en la carretera de camino a casa. No tenía chulo, y eso me pareció interesante. Le pedí que se tumbara en la cama y lo hizo. Le tapé la boca con cinta aislante. Le expliqué que era la primera vez que llevaba a una mujer a casa. Que no quería que los vecinos la oyeran gritar. Saqué un pañuelo de mi padre que aún guardaba en el armario, rodeé su cuello con él, y apreté. Abrió los ojos, intentó gritar, me arañó la cara y los brazos queriendo zafarse de mí. Cuando por fin dejó de resistirse, acaricié sus tetas, le bajé las bragas, y me la follé. Tuve el mejor orgasmo de mi vida. Después de aquello intenté despertarla, pero no respondía. Traté de reanimarla, pero siguió sin responder. La realidad era que acababa de asfixiar a una mujer y eso me había excitado. ¿Quién era? ¿Tendría familia? ¿Alguien la echaría de menos? ¿Me había visto alguien entrando con ella en casa? ¿Qué iba a hacer ahora? Me subí el pantalón, cogí a la puta, y la metí en la bañera. Sabía que antes o después empezaría a descomponerse y a oler. Tenía que hacer algo. Era tarde y estaba cansado. Decidí irme a dormir. Mañana, a primera hora, lo solucionaría. Había sido un accidente. No quería matarla. ¿Acaso alguien iba a creer eso?
Cuando desperté por la mañana bien temprano, después de un par de horas de sueño interrumpido, fui al baño. Estaba meando cuando me acordé de la puta muerta en mi bañera. Un accidente, sí, pero pensando en ello me empalmé. Tenía que hacer algo con la puta. No sabía si alguien la estaría buscando. No sabía quién era. Tampoco me importaba. Leí que la cal viva encubre el olor de un cuerpo en descomposición y además acelera el proceso. No tenía claro cuánto tiempo podría aguantar a esa puta en la bañera, pero de momento con eso me valdría. También me ayudaría a deshacerme de cualquier rastro de mí que quedara en ella. Compré 50 kilos de cal viva, volví a casa, y le vacié los dos sacos encima. Cerré la mampara y coloqué un plástico de obra tapándolo todo. Llené el baño de incienso y velas aromáticas. Mi casa apestaría a vainilla y coco, pero eso no me preocupaba. Nadie me vio con ella. Nadie podía relacionarme con ella. Nadie vendría a buscarme. Solo era una puta muerta más.
Pasaron los meses y yo seguía obsesionado con el placer de haber asfixiado a aquella puta. Me masturbaba a diario, mientras su cadáver seguía en mi bañera descomponiéndose. Pero había algo que me perturbaba. Era una puta. Desde el primer momento hizo todo lo que le dije, e incluso aunque se resistió a que la asfixiara, al principio pareció disfrutar con todo aquello. Empezaba a invadirme la necesidad de repetir, pero esta vez no sería una puta sin chulo. Quería una mujer de verdad. Una a la que no tuviera que pagar para llevarla a mi casa. Una que tuviera algo que perder. Quería ver auténtico terror en sus ojos antes de morir. Empecé a obsesionarme con esa idea. Me fui de putas varias veces en todo aquel tiempo, pero la idea de asfixiarlas como a la de mi bañera me aburría. Putas, putas, putas. Necesitaba más.
Desde aquel día ya no podía pensar en otra cosa. Algo hizo click en mi cabeza. Algo que había estado dormitando hasta entonces. Sí, desde pequeño he pensado en estrangular a mi padre, a mi compañero de pupitre en el colegio, a mi novia en el instituto. Jamás lo hice. ¿Qué había cambiado? ¿Será que me faltaba el valor que ahora me sobra? Supongo que me he cansado de esconderme. Siempre viviendo bajo el dedo acusador de los demás. Haz esto. No hagas esto. Haz lo otro. No mires. No pienses. ¿Quién decide qué? ¿Por qué tengo yo que aguantar humillaciones, insultos, puñetazos, un brazo roto? ¿Por qué? ¿Para poder seguir formando parte de esta sociedad falsa y patética que me repugna?
La noche siguiente salí a tomar una copa. Fui a un sitio nuevo. Un whisky con hielo, por favor. Al otro lado de la barra había una mujer. La miré y me sonrió. Era una mujer cualquiera. Unos 35 años. Posiblemente acababa de salir de trabajar. ¿A qué se dedicaría? No era puta. Eso seguro. Era el tipo de mujer con el que me venía obsesionando meses. Creo que habría podido llevármela a casa en ese mismo instante, pero no quería que nadie me viera irme con ella de aquel sitio. Cuando me terminé mi whisky, me levanté y me marché. Esperé en la calle durante una hora aproximadamente. Ella salió y la seguí con el coche. Lejos del local, me acerqué a ella y le ofrecí subirse a mi coche. Ella me reconoció y volvió a sonreír. Te llevo a casa, le dije. Subió. Hablamos un rato hasta llegar a su casa. La calle estaba desierta. Todo estaba saliendo a pedir de boca. ¿Subes?- Me preguntó. Le dije que no, que prefería irme a casa. ¿Me enseñarías tu casa?- Insistió. Sonreí.
Cuando llegamos a mi casa le ofrecí una copa. Se tiró encima de mí y me desabrochó el pantalón. La llevé a la habitación y la tiré encima de la cama. Quítate la ropa. Y lo hizo. Me tumbé encima de ella y le tapé la boca con la mano. Sssssshhhhhh, no grites, no quiero que mis vecinos te oigan. Le abrí las piernas y se la metí. Ella intentó gemir, pero con mi mano en su boca lo único que pudo hacer fue revolverse de placer. Cerró los ojos. Aproveché ese momento para pegarle un puñetazo en la mandíbula y dejarla inconsciente. Le até las manos a la espalda, até sus pies, tapé su boca con cinta aislante, y esperé a que se despertara. Cuando recuperó el conocimiento y me miró pude ver el terror en sus ojos. Sí. Era exactamente ese terror el que buscaba. Me empalmé.
- No tengas miedo, preciosa. Vas a morir, pero todavía no.
Me masturbé y me corrí en su cara. Ella intentaba gritar. En vano. Se revolvía, pegaba patadas. Todo en vano. Cogí el pañuelo de mi padre de la mesilla de noche y rodeé su cuello. Ella seguía revolviéndose, intentando zafarse de mí. La asfixié despacio. No quería matarla. Aún no. Perdió el conocimiento. Una vez, dos, tres. Mientras tanto, me la follé. Una vez, dos, tres. Finalmente, no volvió a despertarse. Yo estaba extasiado. Agotado. Me tumbé a su lado y me quedé dormido. Al despertarme me encontré de nuevo con una muerta y nada que hacer con ella. Otra vez debía pensar una solución. ¿Qué haría con ella? Lo que estaba claro era que no podía meterla a ella también en la bañera. No había sitio para las dos. Cogí mis maletas de viaje del armario. Una para ella y otra para la puta de mi bañera. Iba siendo hora de deshacerme también de la puta. Antes, rocié las maletas en lejía. Envolví a la puta en plástico, y la metí en una de las maletas. No fue difícil. Lo difícil fue meter a la otra. Tuve que fracturarle unos cuantos huesos para encajarla dentro. Y ahí estábamos los tres. Yo, y dos mujeres muertas en dos maletas. Esperé a que anocheciera, metí la maletas en el coche y arranqué. No sabía dónde ir, lo único que tenía claro es que debía dejar las maletas lo más lejos posible de mi casa. Recordé un sitio en el campo, lejos de la ciudad, donde solía ir con mi padre a coger setas. Ese hijo de puta borracho de vez en cuando me sacaba a pasear y todo. Fui hasta allí y dejé las maletas. Suponía que alguien las encontraría, pero aunque así fuera, aunque las encontraran, jamás podrían relacionarlas conmigo de ninguna manera. Es curioso, pero no estaba preocupado en absoluto.
Pasaron un par de días cuando vi la cara de mi segunda muerta en la televisión. Mujer desaparecida. Fue vista por última vez en el bar X. Ahí supe que se llamaba Victoria. Todo el mundo buscaba a Victoria. En la calle, todos hablaban de Victoria. Pobre chica, decían. A ver si aparece pronto. Yo estaba ansioso. Deseaba que la encontraran. De la puta en mi bañera nadie hablaba. Pero Victoria... Pensar en ella me la ponía dura.
Después de un par de meses, por fin encontraron a Victoria. Y a la puta de mi bañera con ella. Joder ya era hora. La noticia salió en todos los medios de comunicación. "El asesino de las maletas" me bautizaron. Hablaban de mí en todas partes. En los telediarios, en internet, en los periódicos. En los cafés podía escuchar mi nombre en boca de todos. La policía de todo el país me buscaba. Mientras descorchaba una botella de vino, pensaba en cómo sería volver a matar. Sabía que era arriesgado, pero no podía parar de pensar en hacer de mi nombre una estrella.
Por aquel entonces, yo llevaba un tiempo saliendo con una chica. Era aburrida, pero estaba buena y follaba bien. Me ahorraba una pasta en putas, putas, putas. Nadie sabía de nuestra relación. Yo, le había dado un nombre falso, y jamás la había llevado a mi casa. Quedábamos en su casa, y nunca salíamos. No conocía a sus amigos ni familiares. Aquella noche quedé con ella. Estaba muy decepcionado conmigo mismo por no haber vuelto a salir de caza, pero la realidad era que me daba miedo que me pillaran. Sabía que no tenían nada que les pudiera llevar a mí, pero desconocía cómo funciona la policía y sus investigaciones, y no me fiaba ni un pelo. En esos últimos días había tenido la sensación de que me seguían, y estaba volviéndome loco.

Cuando Ana apareció le ofrecí una copa de vino.
- Me encanta tu casa. Ya era hora de que me invitaras. Empezaba a pensar que no te tomabas lo nuestro en serio.
Cerré la puerta con llave.
- Ana, yo no me tomo nada en serio. Y menos lo nuestro. Por cierto, me llamo Alberto, encantado de conocerte.
Ana abrió los ojos.
- No entiendo nada. ¿Alberto? Creía que te llamabas Luis.
Empezaba a asustarse.
Me puse entre ella y la puerta. Le tapé la boca con la mano. Empezó a revolverse.
- Ana, no hagas ruido. Estate quieta joder. Vas a morir, pero todavía no.
De nuevo ese terror. Recordé los ojos de mi padre en la silla de ruedas cada vez que me acercaba, los ojos de mi novia en el instituto casa vez que le pegaba, los ojos de la puta en mi bañera, los ojos de Victoria.
Ana siguió revolviéndose y no tuve más remedio que pegarle un puñetazo. Cayó al suelo. La cogí y la llevé al sofá. La desnudé. Empecé a lamer sus pies. Sus piernas. Su estómago. Sus tetas. Ella seguía respirando. Empecé a preguntarme cómo sabría. Me gustaba la carne poco hecha. Me gustaba trinchar un filete y ver la sangre correr burbujeante. ¿Sería lo mismo con ella? Ella seguía inconsciente. Me acerqué a su boca y la besé. Mordí con fuerza y le arranqué un trozo de labio. Se despertó y gritó. Volví a golpearle. Mastiqué y lo escupí. Qué asco joder. Quizá si lo pasaba un poco por la plancha sabría mejor.
La sangre salía de su labio a borbotones. Tenía que taparle la boca de una vez. Cogí cinta aislante y la até de pies y manos. También le tapé la boca. Cuando se despertó, ahí estaba yo, encima de ella, acariciándole el pelo. Empezó a respirar rápido, a revolverse, a llorar.
- Joder Ana. Está quieta joder. Vas a despertar a los vecinos. Vas a morir preciosa, pero todavía no. Tengo planes para ti.
Con los ojos suplicaba que la dejara irse. Pero yo tenía pensado algo mucho mejor. Era la hora de la cena. Cogí un cuchillo de cortar carne y empecé por sus pezones. Ella sollozaba, intentaba gritar, se retorcía de dolor. Empezó a chorrear sangre.


1 comentario:

  1. Por favor te lo pido termina esta maravilla, estoy enganchado y me quedé con la miel en los labios.

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