jueves, 27 de febrero de 2020

Matacanes "tacho y pego"

Bueno, enésimo intento. Cuando leáis esta versión ya habrá cambiado. Sigo resumiendo (justo ahora) pero de lo que había a esto ya hay cambios sustanciales. Aproximadamente desde la mitad está sin retocar copiado tal cual de lo que tenía en el pasado por lo que creo que aún le sobran unas tres o cuatro páginas.
Gracias Bárbara y José Luis por vuestros ánimos y buenísimos consejos que estoy siguiendo.


Al principio apenas sintió que alguien le tocaba los pies por encima de las mantas. Entre sueños creyó escuchar una fuerte respiración, pero no acabó de despertarse. Su mente permanecía pastosa como un barrizal y se mantenía en un estado intermedio entre el sueño y la realidad. De pronto, notó perfectamente como una mano le agarraba con fuerza un tobillo y eso sí le hizo despertar. Izan se revolvió instintivamente, en un seguido pasó de estar tumbado plácidamente en su colchón a quedarse sentado en su cama. Aún era de noche.
Mezclada con las sombras que poblaban la habitación, percibió una silueta en forma de esqueleto a los pies de su cama. Estaba quieta, erguida y mirándole en silencio. Un olor nauseabundo como salido de un vertedero llegó a sus fosas nasales. Completamente alterado por los nervios acertó a dar un manotazo a su teléfono móvil. La pantalla se encendió e iluminó tenuemente la habitación. De aquella figura esperpéntica sólo pudo distinguir unos ojos saltones y enormes que le miraban sin parpadear. Izan soltó un grito de horror. La figura estiró el cuello hacia él sacando su rostro de las sombras y mostrándolo por completo a la luz. Abrió una boca oscura de la que asomaron unas encías melladas, con algunos dientes esparcidos al azar y empezó a gritar también con una voz cascada y ronca que parecía generar su propio eco. Su cabeza estaba cubierta una maraña de pelos encrespados de un color de huesos secados al sol. Y ese hedor. Ahora la figura estaba completamente a la vista de Izan pero aunque la reconoció al instante, no pudo evitar mantener el grito hasta que se le acabó el aliento.
-                     ¡MAMÁ! ¡COÑO! ¡ME CAGO EN LA PUTA QUÉ SUSTO! ¡¿CÓMO COÑO HAS CONSEGUIDO…?!
No quiso acabar la frase pues sabía que no obtendría respuesta alguna. De su madre sólo quedaba un envoltorio sin nada dentro, una cáscara de nuez sin semilla que de alguna manera se las había arreglado para plantarse a los pies de su cama y darle un susto de muerte. Ahí estaba, vestida de negro, inmóvil y en silencio, con los ojos muy abiertos mirando a la nada y dejando escapar un hilillo de baba de la comisura de sus labios.
Izan se levantó, estaba enfadado y con el corazón llenándole de golpes el pecho. Cómo diantres se las había apañado su madre, para salir de la jaula y entrar en la casa. Miró la hora, eran las cinco de la mañana. Joder. Activó la linterna del teléfono la emprendió a empujones con su madre. La obligó a caminar deprisa y trastabillando, casi la hace caer un par de veces, pero la anciana se dejó hacer sin protestar. En pocos minutos ambos alcanzaron una construcción contigua a la casa de campo, levantada toscamente con bloques de hormigón y cemento. Era el lugar donde Izan guardaba en jaulas a sus perros de caza y a su madre.
Aquella cárcel de tela metálica era el lugar donde Izan había decidido que la anciana pasara las frías noches de ese invierno equipada tan solo con una silla de enea y una manta vieja. No estaba sola, compartía celda con tres de los animales. Su hijo consideraba que ese encierro cumplía una doble función beneficiosa: los perros protegían su única fuente de ingresos y la jaula evitaba que la vieja anduviera por ahí molestando.
Entraron en aquella especie de bunker de suelo de cemento, frío y desprovisto de luz eléctrica. Los perros los observaron, estaban sentados y en completo silencio. Eso era raro de cojones. Los alumbró y vio sus ojos refulgentes dirigir sus miradas a un punto situado justo a su espalda. Sintió que algo o alguien le echaba el aliento en la nuca. Se asustó y se giró con brusquedad. Alumbró la zona con su teléfono pero allí no había nada, nadie. Uno de los perros aislado en una de las jaulas le miraba fijamente. Izan empezó a ponerse nervioso.  
Propinó un último empujón a su madre y la metió en la jaula con los animales, la obligó a sentarse en la silla y le puso la sucia manta por los hombros. Cogió un viejo candado que usaba para encerrar a los perros por la noche y trabó con él el pestillo metálico. Entonces reparó en que su madre también tenía la vista fija en algo que estaba a su espalda. Como los perros. Se giró otra vez y volvió a alumbrar. Nada. Sintió un fuerte hormigueo en la nuca y unas ganas incontrolables de salir de allí.
Dejó a su madre encerrada y salió a paso ligero. Echó un vistazo al móvil. Las cinco y veintitrés minutos. Ya no volvería a acostarse. Quería darse una vuelta con uno de los perros así que decidió que se vestiría y saldrían ya. De la jaula en la que estaba aislado sacó a Braco 19 agarrándolo del pescuezo y lo metió en el maletero de su todoterreno.
Tardó unos minutos en vestirse y estar de vuelta en el coche. Se alejó de la casa de campo por un angosto camino de tierra que atravesaba un pequeño pinar. Cuando lo dejó atrás encaró una ruta campo a través que, de tantas veces recorrerla, se sabía de memoria. Tras varios minutos de insufribles vaivenes y traqueteos alcanzó su destino, la plana y redonda cima de “La Galocha”, una colina de tierra en forma de volcán en miniatura.
Consiguió salir del coche con lentitud y pesadez, la dieta de Izan era de todo menos saludable y tenía sobrepeso. Se dirigió a la parte de atrás del coche liberó a Braco19 que salió dando un salto del maletero y sacó con cuidado su escopeta preferida. Siempre la guardaba en el coche. Comprobó que estaba cargada y rebuscó en uno de los bolsillos de su chaqueta tres cuartos de camuflaje. Sacó una bolsa de plástico con un trozo requemado de pollo en su interior que lanzó al suelo a escasos dos metros de distancia. La reacción de Braco19 no se hizo esperar. El animal se aproximó al trozo de carne moviendo la cola de lado a lado como si fuera un látigo.
Izan lo observaba sin inmutarse. La verdad es que era un animal precioso. Un braco alemán de pelo corto y moteado de color canela que aún era bastante joven y vigoroso. Era una pena que ya no resultara ser un buen rastreador. Por eso no les ponía nombre a sus perros, les ponía números para no cogerles cariño. Porque todo, incluso ellos tenían una vida útil y cuando esa vida útil acababa, el resto era vida inútil. Exactamente igual que la de su madre.
La calma reinante era total. No se escuchaba ni el trinar de un solo pájaro. Izan sólo podía escuchar los sonidos procedentes del ruidoso masticar de Braco19. La cima de La Galocha era de las más altas de la zona y desde ella podía observarse cómo el día despuntaba. Al este, el cielo se veía despejado y empezaba a tornarse de color naranja y amarillo, en pocos minutos todo quedaría iluminado por el sol. Aunque fuera de día, no le gustaba estar allí. Izan vivía convencido de que en aquella cima ocurrían cosas raras. Estaba seguro de que los arbustos, de vez en cuando, se agitaban sin motivo, como si un animal invisible pasara rozándolos y los moviera.
El momento que Izan esperaba llegó cuando el animal, tras rodear el trozo de pollo varias veces, se detuvo agachó la cabeza y estiró el cuello para comérselo. Tenía al perro a menos de dos metros de distancia, apoyó la culata de su escopeta en el hombro derecho. Braco19 no le hizo ni caso concentrado como estaba en alcanzar su preciado trozo de pollo. El dedo índice de su mano derecha se posó sobre el gatillo con un movimiento en perfecta sincronía con la acción de guiñar un ojo y apuntar. Aguantó la respiración un instante y sin siquiera pestañear, apretó el gatillo.
Lo normal en esos casos hubiera sido que el gatillo impulsara hacia delante el percutor que al impactar contra el pistón del cartucho relleno de fulminante lo incendiara, comunicando así el fuego y los gases incandescentes resultantes hacia la carga de pólvora que, al estallar, impulsase violentamente fuera del cañón un mortal enjambre de perdigones de posta. Luego un ruido ensordecedor, seguido de un golpe fuerte pero soportable en el hombro, una humareda con intenso olor a pólvora y un final rápido para Braco19. Pero algo no salió como Izan esperaba.
En medio de aquél espeso silencio que lo envolvía todo en la aislada y plana cima de la Galocha, Izan sintió que el estruendo del cartucho al explotar lo dejaba sordo temporalmente. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, en lugar de la espesa humareda con olor a pólvora, un inesperado flash de luz blanca cegó sus ojos al tiempo que un repentino golpe de calor le abrasaba las mejillas. El retroceso del arma resultó ser inusualmente fuerte. El inesperado y tremendo empujón de la culata sobre su hombro, fue de tal magnitud que le hizo trastabillar y perder el equilibrio. El cañón de su escopeta se alzó de golpe obligando a Izan a apuntar hacia el cielo mientras salía despedido. Tras un par de torpes zancadas caminando hacia atrás, mantener el equilibrio le resultó del todo imposible y fue definitivamente a dar con sus anchas espaldas en el duro suelo, aún agarrado a su escopeta.
Tras el alboroto y la caída, el silencio volvió a ganar terreno mientras un sorprendido Izan se incorporaba despacio, hasta quedar sentado en el suelo. Su escopeta estaba tirada junto a él. El cañón estaba abierto en dos mitades retorcidas hacia atrás como si de una piel de plátano se tratara. Entonces comprendió lo que había ocurrido. La escopeta le había estallado en la cara. Algo asustado se inspeccionó rápidamente. Se miró las manos y vio que conservaba todos los dedos, así que muy preocupado se tocó la cara ansioso por descubrir si sangraba o por el contrario aún conservaba todo en su sitio. No sentía dolor alguno y sus manos estaban limpias de sangre, por lo que al parecer, todo parecía en orden. Sin embargo al dirigir la mirada justo enfrente, descubrió que no era él, el que se había llevado la peor parte. Su escopeta estaba inutilizada por completo pero antes de reventar había realizado perfectamente el cometido para el que la fabricaron. El impacto de las postas sobre el desguarnecido costado de Braco19 fue definitivo.
El pobre animal yacía inmóvil en el suelo.  con la boca abierta y la lengua colgando. Tumbado sobre uno de sus costados el cuerpo yaciente de Braco19 permanecía inerte apenas a cuatro metros de distancia justo frente a su verdugo. Desde donde Izan se encontraba pudo ver que Braco19 había ido a caer encima del montón de los blancos y podridos huesos de sus otros 18 precedentes. No lo había hecho adrede, eso había salido así por casualidad. Izan se levantó y caminó hacia él. No jadeó y no le costó esfuerzo. Quería verlo más de cerca y asegurarse de que estaba muerto. Pese a la brutalidad del acto en sí, no soportaba ver sufrir a sus perros, prefería matarlos en el acto. Izan detuvo sus pasos cuando el cuerpo inerte de su excompañero de caza quedó a sus pies. Allí pudo ver al magnífico perro que había sido Braco19 tumbado sobre uno de sus costados, con la boca abierta y los ojos entrecerrados y una expresión rígida en la cara que hacía muy evidente que estaba sin vida.  El lado del perro que quedaba al descubierto mostraba un agujero justo detrás de su pata delantera izquierda, en el que Izan calculaba que le cabrían por lo menos tres dedos de la mano y que a buen seguro lo traspasaba de parte a parte.
Entonces a Izan escuchó algo que hizo que el estómago le diera un vuelco. Detrás de él escuchó con una claridad absoluta el sonido de golpeteo de las mandíbulas de Braco19 todavía devorando su trozo de carne. De forma instintiva Izan se volvió instantáneamente para ver qué ocurría. No vio nada. Un calor abrasador invadió su cuerpo y se puso a sudar. De nuevo giró la cabeza y volvió a ver a su perro completamente muerto en el suelo. Sin embargo, mientras el calor que le corría por las venas se transformaba de repente en un pegajoso escalofrío, volvió a escuchar los siseos de la respiración de su perro, los chasquidos que producía al salivar y los ruiditos que producía al mover la lengua dentro de su boca. De hecho, esos ruiditos eran los únicos sonidos que flotaban en el espeso ambiente. Presa del miedo Izan volvió a dirigir su atención al lugar de donde provenían las señales de vida de su, en teoría difunta mascota.
Entonces Izan miró al suelo en dirección hacia donde había estado su perro en vida y pudo ver cómo la sombra y sólo la sombra de éste, permanecía proyectada exactamente en el mismo lugar en que Braco19 había estado comiendo, hacía unos minutos. La sombra seguía a lo suyo, devorando otra sombra, la del trozo de carne, como si nadie le hubiera descerrajado un mortífero tiro a su original vivo. Sin embargo Izan volvió de nuevo a comprobar que el verdadero animal yacía muerto a sus pies, separado por lo menos dos pasos de su propia sombra viva. Izan, sintió cómo el miedo tomaba el control y dejaba de ser dueño de sus reacciones. Aquello era sencillamente IMPOSIBLE. Allí en el suelo, únicamente estaba esa… sombra. Comiendo. Una sombra que además, no estaba quieta, se movía con absoluta naturalidad como si la estuviera proyectando un perro vivo. Y podía escuchar el ruido que hacía en su actividad. Incluso parecía estar disfrutando. De hecho, su cola se movía de lado a lado como un látigo de lo contento que estaba.
Los músculos de Izan no respondían a nada. Quería huir pero huir, ¿de qué? ¿De una maldita sombra? ¿Qué debía hacer? Sus piernas no se decidían a hacer nada, su cerebro intentaba dar crédito a sus ojos, sin éxito, su respiración estaba más que acelerada, desbocada y sin embargo, sentía que se ahogaba, que le faltaba oxígeno. Forzó sus ojos a permanecer abiertos pese a que le lanzaban puntadas de dolor de tanto rato que llevaban sin parpadear. Entonces, mientras su cerebro buscaba inútilmente una explicación lógica a lo que sus ojos estaban viendo, escuchó una voz justo detrás de él.
                    ¡Buenas tardes, señor! – con un brutal alarido, Izan saltó instintivamente en dirección contraria a aquel vozarrón masculino–. ¿Ha llamado usted a mi puerta?
Un descompuesto y tembloroso Izan se volvió para advertir que allí no había nadie. ¿Estaba volviéndose loco o “algo” le había hablado con voz cavernosa desde sus mismas espaldas? Le había dicho… ¿Mi puerta? ¿Qué puerta? A Izan le hubiera gustado responder algo, pero le resultó imposible. No podía articular palabras. Aquella pregunta, no tenía sentido. ¡Joder! No tenía DUEÑO. Izan sintió que el terror petrificaba sus músculos y encogía su estómago hasta hacerle daño. No pudo evitarlo, quiso correr pero se quedó inmóvil, como un perro marcando una presa. Estaba atónito, buscando frenéticamente el origen de aquella voz.
-                     Estoy aquí, señor.
Dándole un nuevo susto de muerte, un hombre alto, extremadamente flaco, de rostro anguloso e inexpresivo, hombros muy juntos y tórax abultado y estrecho por los extremos, apareció de pronto justo a la izquierda de Izan, que hubiera jurado que hacía un momento, allí no estaba. Aquel hombre que le hablaba estaba a apenas tres pasos de distancia. ¿Cómo era posible que no lo hubiera visto a la primera?
El miedo aumentaba pese a que aquella persona, no parecía suponer una amenaza. Sencillamente estaba ahí, de pie apenas a un metro de distancia y con las manos a la espalda, mirándole fijamente sin ningún tipo de expresión en la cara.
                    ¿Señor? –volvió a preguntarle –. ¿Le importaría decirme si ha llamado usted a MI puerta?
Izan sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Un sexto sentido le alertaba. Además, ¿de dónde coño había salido el fulano? Hablaba alto y claro pese a tener una voz realmente profunda como si le hablara desde el fondo de un pozo generando su propio, ¿eco?. Su tono de voz era autoritario. Más que preguntar, le conminaba a confirmar algo que a él le resultaba evidente, aunque Izan no conseguía entender qué demonios era lo que realmente le estaba preguntando. ¿Qué diantre de puerta? Allí no había ninguna puerta, allí no había nada aparte de ellos dos y una sombra inquietante de perro moviéndose como si estuviese viva. Entonces aquél extraño individuo de inexpresivos ojos, volvió a dirigirse a él.
                    ¡Oh! – dijo poniendo cara de sorpresa, como si acabara de descubrir la solución a un problema de matemáticas – ¡Disculpe no me he presentado! Le aseguro que normalmente soy más educado. Es que no suelo salir yo a abrir la puerta.
Extendió su mano derecha y dijo en lo que a Izan le pareció un tono algo más amable:
                    Yo me llamo “Garm” – y extendió una mano enorme y peluda hacia Izan – aunque aquí me conocen como...
                    Yo… Izan – le interrumpió mientras correspondía al saludo chocándole la mano.
Agarró aquella mano que le tendían que era enorme y muy áspera. Parecía que en lugar de palma de la mano, aquél hombre tuviera un enorme y áspero callo.  Al tenerlo más cerca observó sus ojos. Eran unos ojos totalmente negros, profundos y carentes de pupilas, inexpresivos como los de un tiburón.
-          Encantado, Izan. – le soltó suavemente la mano y se inclinó un poco hacia él – No te importa que te tutee. ¿No? Dime: ¿Te encuentras bien? Estás pálido, como si acabaras de ver levantarse a un muerto.
-          Yo, yo – y señalando al suelo Izan pudo ver que la sombra de su perro había terminado su trozo de sombra de pollo y se dirigía directa y sumisamente, hacia Garm.
Éste por su parte ni se inmutó. Alargó una mano al vacío y con la palma abierta hacia el suelo, la balanceó con lentitud, como si pretendiera acariciar, algo. Sin embargo, bajo esa mano que Garm llevaba adelante y atrás rítmicamente, sólo había aire. Aire y nada más que aire. Aquel extraño personaje movía la mano a unos setenta centímetros del suelo y sin embargo a Izan le parecía que, en su balanceo, esa mano se posaba sobre algo sólido pero invisible que estaba bajo ella. Entonces sin casi darse cuenta, centró su atención en lo que podía verse claramente proyectado en el suelo, junto a los pies de Garm. Era como un lienzo en el que un pintor, hubiera olvidado representar a uno de sus personajes pero no a su sombra.
Garm bajó un instante la mirada hacia el suelo en dirección a su mano y le habló.
-                     ¡Chssst! Tranquilo, tranquilo.
Aunque su mano se balanceaba en el aire, su sombra proyectada sobre el suelo, se paseaba por la sombra del lomo de Braco19. La sombra del perro parecía corresponder a esas “caricias al aire”. Reaccionaba igual que el Braco19 vivo moviendo nerviosamente su cola de látigo. De repente, la alegre sombra mostró aún más alegría encaramándose de improviso con sus patas delanteras en el pecho de la sombra de aquél tipo.
Garm pareció sorprenderse e incluso alegrarse de esa inesperada muestra de cariño canino.
-                     Bueno, bueno – le dijo con media sonrisa en el rostro, mientras le acariciaba con ambas manos un lomo invisible y apartaba la cara como si una lengua fantasmal se la estuviera llenando de lametazos –. Tranquilo, chico, tranquilo. Pronto nos iremos a tu nueva casa.
Izan más perplejo que aterrorizado, observaba aquella estrambótica escena. Ya no se trataba de una impresión, ni de una sensación. Estaba viendo claramente moverse a una sombra por el suelo de forma completamente independiente, pero con las mismas reacciones que las de un perro real. Estaba escuchando los sonidos que el animal vivo haría si pudiera. Sus jadeos, el golpeteo de sus pisadas, incluso levantaba algo de polvo al caminar.
Por su parte el maldito Garm, no parecía alterado en absoluto. Estaba acariciando el lomo de un perro fantasma que proyectaba su sombra sobre su pecho con la misma naturalidad con la que un turista observa un bonito paisaje. De pronto Garm, susurró algo inaudible y aquella silueta fantasmagórica de Braco19, se sentó junto a sus pies.  Acto seguido le dirigió una mirada tan fría y vacía de todo sentimiento, que Izan no supo interpretar si era de odio o de desprecio. No importaba, no supo reaccionar. Seguía petrificado porque estaba seguro de estar viendo algo sobrenatural que no podía creer del todo pese a que estaba sucediendo delante de sus rechonchas narices.

He introducido unos cambios en Fermín
Los he marcado en amarillo para que, quien no quiera, no se tenga que leer todo.



FERMÍN
Fermín era el tonto de la clase en el colegio. No fue acoso escolar lo que le hacían los compañeros porque en aquella época nadie lo llamaba así. En clase unos pocos se dedicaban a burlarse de él y para el resto nos era indiferente. Siempre respondía a las burlas con su silencio y enrojeciendo su cara de forma alarmante. Quizá fue por su aspecto fofo y regordete, quizá porque nunca decía nada ni se quejaba el caso es que nunca vi que nadie le pegara.

En el recreo siempre se sentaba sólo con su bocadillo mientras los demás jugábamos al fútbol con una pelota de papel o a perseguirnos con el "tú la llevas" 

Fue toda una sorpresa encontrarlo en la Facultad de Medicina. Como hijo de panaderos me lo imaginaba trabajando en el negocio familiar ya que nunca había sacado notas brillantes. No podía imaginármelo en la Universidad y, menos aún, que lograse pasar el corte de los exámenes de selectividad. Además era especialmente complicado el acceso a la facultad que yo había elegido.

Mi relación con él fue cordial. Lo saludaba como ex-alumnos que éramos del mismo colegio pero no hice amistad con él. Pocas veces hablamos entre las clases. Ninguno de los dos quería hablar de los recuerdos que podríamos compartir. 

Él, a duras penas, logró acabar la carrera. Yo estaba acabando el MIR de médico rehabilitador cuando él finalizó sus estudios. 

Le perdí la pista durante algún tiempo hasta que me enteré que lo acababan de nombrar Consejero de Sanidad tras las elecciones al gobierno de la Comunidad Autónoma. Enseguida juzgué que la decisión había sido un gravísimo error del partido político que había ganado.

Estaba verdaderamente sorprendido, pero mi sorpresa aún fue mayor cuando, días más tarde, acabando la consulta me llamó el director del hospital para que me presentas en su despacho en cuanto acabara con todos los pacientes. 

Me comunicó que el nuevo Consejero de Sanidad había preguntado por mí y que requería mi presencia en la sede de la Consejería al día siguiente.

A mi llegada encontré a otros médicos de mi misma promoción. Nos fuimos presentando y pudimos comprobar que no había ninguna especialidad médica ni ningún hospital con dos representantes.  Fermín nos recibió a todos juntos. Nos alabó por nuestro recorrido profesional y nos contó su verdadera intención para con nosotros. Pretendía que fuéramos asesores suyos sin dejar de trabajar en los hospitales donde estábamos destinados. La forma legal para hacerlo era crear un equipo consultivo del cual formaríamos parte sólo los presentes en la reunión. 

Sentía que su pretensión era saber de primera mano lo que estaba sucediendo en los hospitales y que no se fiaba nada de los directores generales que su partido estaba colocando en la Consejería que, claramente, era políticos con mucha historia en el partido. Para que ninguno se hiciese atrás la pertenencia a este equipo consultivo estaba especialmente bien remunerada. Con una o dos reuniones mensuales casi doblábamos el sueldo. Ninguno de los presentes renunció a aquella bicoca.

La cordialidad fue patente en las primeras reuniones. Al principio nos pidieron que les informásemos de las mejoras que se podían hacer en los hospitales de donde proveníamos. De las propuestas que yo llevé, supervisadas por mi director de hospital, enseguida hicieron caso a las dos que apenas costaban dinero, del resto nada de nada. 

En el hospital los compañeros empezaron a pensar que yo era del partido gobernante. Yo lo desmentía diciendo que siempre había pasado de la política. Lo cierto fue que bien no me creían o bien me consideraban simpatizante del partido. En principio no me importó demasiado esa creencia, pero las cosas cambiaron ese mismo año.

Poco a poco las reuniones del equipo consultivo dejaron de ser cordiales. Como dice el viejo refrán "nadie da duros a cuatro pesetas". Empezaron a pedirnos información que no tenía que ver con la Sanidad. Las preguntas sobre qué médicos estaban en contra de la Consejería me hicieron sentirme fuera de lugar. Me abstuve de presentar ningún informe al respecto. Lo justifiqué diciendo que en el hospital me consideraban del partido y ningún médico hablaba mal de la Consejería delante de mí.

Los problemas serios empezaron con una medida especialmente polémica de la Consejería. Decidieron implantar como obligatoria la vacuna contra el papiloma humano en todas las adolescentes. El coste de la vacuna lo pagaría íntegramente la Consejería. Hubo detractores en todos los hospitales, pero fue el compañero de la promoción que representaba a los pediatras quien se manifestó especialmente duro dentro del equipo. Defendió que era un coste desproporcionado comprado íntegramente a una única empresa farmacéutica, que los estudios realizados demostraban que la fiabilidad de la vacuna era extremadamente baja y que los efectos secundarios podían ser muy graves.

En la siguiente reunión no hubo ningún representante de pediatría y Fermín nos informó de la dimisión de nuestro compañero. Su cara se puso igual de roja como se le ponía en el colegio cuando dijo la palabra "dimisión".

Lo que sucedió en el mes siguiente dio la razón al pediatra. Unas cuantas niñas que tuvieron que ser hospitalizadas tras la vacuna y dos de ellas acabaron en cuidados intensivos. La siguiente reunión del equipo tenía el aspecto de un funeral. Casi nadie hablaba y nos limitábamos a contestar lo más escuetamente posible las preguntas que Fermín nos hacía. Cuando acabó la reunión todos trataron de irse rápidamente y yo aproveché para quedarme a solas con Fermín.

-Fermín nos conocemos desde hace demasiado tiempo y quiero aclarar cosas contigo fuera del equipo consultivo ¿Podemos hablar ahora?

Se quedó mirándome fríamente y luego su gesto cambió. Me dijo que sí pero que debía hacer un par de llamadas. Tras quince minutos de espera salió de su despacho y me invitó a cenar.

Ya en el restaurante se desahogó conmigo. Me contó que si estaba en política era porque su padre era un antiguo y bien considerado militante del partido. Que él lucho por ser médico para que su padre no le obligara a seguir con el viejo negocio familiar que, para su descanso, había acabado en manos de su hermana menor. Que fue su padre quien lo afilió y quien hizo presión para que ocupase un puesto de responsabilidad.

Cuando le pregunté cómo había llegado tan alto sin haber ocupado nunca otros cargos en el partido volvió a sorprenderme, esta vez con su sinceridad.

-Estoy donde estoy porque era la única persona que mantenía el equilibrio dentro de las familias del partido. Yo era y soy un don nadie que iba a ser y está siendo manipulado por sus directores generales. Por eso creé el equipo consultivo y por eso no hay ningún director general dentro de ese equipo.

Me quedé boquiabierto. No me lo esperaba y me di cuenta que nunca había conocido a Fermín porque nunca me había acercado a él. Ante mi silencio prosiguió.

-La burrada de las vacunas procede del Director General de Farmacia y productos sanitarios. Tiene vínculos a través de la cuñada de su mejor amigo con la empresa farmacéutica que se ha quedado el contrato de la vacunas. Empresa que, por otra parte, financia generosamente al partido.

-¿Lo vas a denunciar?
-No tengo pruebas, sólo indicios.
-¿Por qué no dimites?
-No es tan fácil. Nada más salir lo de las hospitalizaciones de las niñas me llamó el Presidente para decirme que todo el gobierno y el partido están conmigo y que me van a defender a capa y espada. Lo que traducido fuera del ámbito político quiere decir que tú no te mueves de ahí.
-En cualquier caso cuando se enfríe la situación te irás.
-No creo que me dé tiempo. En el partido ya estarán buscando quien me sustituya. Serán ellos quien me digan cuando he de presentar la dimisión. Esto funciona así. No me dejan moverme ahora para que yo cargue con la responsabilidad y, cuando todo haya pasado, vendrá quién me sustituya que no tendrá que dar la cara por toda esta mierda.
-¿Cuándo crees que te van a sustituir?
-Cuando las vacunas ya no hagan ruido en los medios de comunicación. Antes ningún sustituto querría ocupar mi sitio.
-Yo quería cuestionarte cosas que se estaban produciendo en el Equipo consultivo y mi continuidad en él, pero con lo que has contado me he quedado sin palabras.
-Esto es la política. Cuanto más arriba llegas más fuerte es la caída. Nunca debí haber aceptado este puesto. Me hicieron creer que estaba capacitado y mi padre fue el que más me empujó para que lo aceptara. ¡Se siente tan orgulloso de mí!

Tras pensar un momento en lo que me estaba contando noté que había algo que no cuadraba. Y se lo pregunté abiertamente.

-Me extraña mucho que me hayas contado todo esto a mí ¿No tienes amigos a quién contárselo?
-Sabes que no hice amigos en el colegio. Estando en la Universidad entré en el partido. Mis amigos son del partido y no pretendo mover nada dentro del partido. Además creo que alguno me traicionaría y rápidamente contaría lo que te he dicho.

Me sentí mal por él. Me di cuenta donde me había metido al aceptar ser miembro del Equipo Consultivo. Para toda la Consejería de Sanidad yo era ahora un hombre de confianza de Fermín por lo que, cuando él ya no estuviese en el cargo, yo sería un hombre en el que no se podría confiar.

 En esos pocos meses como miembro del Equipo consultivo se había empezado hablar de hacerme un hueco en la dirección técnica del hospital. Un puesto equivalente al número dos del escalafón. Me podía despedir de ello. Por una parte me hacía mucha ilusión ya que mi ascenso en el Servicio de Rehabilitación era muy difícil teniendo varios buenos especialistas por delante de mí. Por otra parte me sentía descolocado en la dirección del hospital. No era lo mío. Yo, desde niño, había querido ser médico y ahora lo era.

 Era el momento de olvidarme de mí y centrarme en Fermín. Esto de ser médico hace que siempre te preocupes por la persona que tienes enfrente. Quería ayudarle y no sabía cómo hacerlo. De repente me acordé de mi mujer y se me ocurrió algo que le hiciera cambiar el pensamiento tan negativo que estaba sintiendo Fermín.

 -Permíteme que te hable de lo que más daño te está haciendo.
-¿De qué?
-De cómo vives la relación con tu padre.

Le cambió la cara. Le había tocado algún tabú. Nunca le había visto ese gesto.

-¿Que tienes que decirme de mi padre? -dijo con la cara enrojecida-
-Nada. No lo voy a juzgar. Él ha hecho lo que ha considerado mejor para su hijo. Es tu forma de relacionarte con él lo que te hace daño.

Ahora fui yo quien le sorprendió. No sabía qué contestarme hasta que me dijo

-¿Tu eres médico o psicólogo?
-Soy médico. Mi mujer es psicóloga y está haciendo su tesis doctoral con datos de mi servicio. Está estudiando la respuesta de los enfermos en relación a sus relaciones personales. No lo típico de las relaciones conflictivas si no lo que ella llama las relaciones tóxicas.
-¿Qué te hace pensar que tengo una relación tóxica con mi padre?
-Tu padre ha dirigido toda tu vida. En apenas unos minutos que me has hablado lo has puesto presente en todas las decisiones importantes por las que has pasado. No me extrañaría que una de las llamadas de teléfono que has hecho mientras te esperaba en la Consejería haya sido a tu padre.
La cara de Fermín se volvió a enrojecer mientras yo proseguí.
 -Y ahora la pregunta más importante que puedes hacerte para saber si la relación con tu padre es tóxica o no ¿Cuántas y cuáles de las decisiones importantes han sido verdaderamente tuyas?

 Tras un rato no demasiado largo de silencio me dijo que ninguna. Que de varias de ellas se sentía verdaderamente arrepentido. Consideró la peor de todas había sido meterse en política. Para mí lo más importante fue que reconoció su relación tóxica con el verdadero director de su vida.

 Me pidió pasar consulta con mi mujer de la forma más discreta posible. Debido a la apretada agenda de un consejero autonómico le fastidié los sábados por la mañana a Irene. Ella no se quejó. Quizá esa fuera la única ocasión en su vida de atender a un político de ese nivel.

 En los siguientes meses la batalla de las vacunas adquirió forma en todas las comunidades autónomas. El nombre de Fermín pasó a un segundo plano y la firme defensa de su partido del uso obligatorio de las vacunas puso en primera línea de la prensa a la Ministra de Sanidad.

Entre tanto Fermín realizó cambios en la cúpula de la Consejería. Acabó, con el beneplácito de sus directores generales, con el equipo consultivo pero me pidió que dejara provisionalmente mi puesto de trabajo para ser su asesor personal.

Se encargó de hacer público que procedíamos del mismo colegio y que éramos amigos desde la infancia. Esta información fue validada por la prensa ya que el colegio les confirmó que hicimos todo el bachillerato juntos.

Las consultas con Irene estaban ayudando mucho a Fermín.  Estaba consiguiendo una transformación personal significativa. Lo primero que aprecié fue que ya no se ponía rojo en público.  Fermín empezó a tomar decisiones de forma sosegada y sin consultarlas con su padre. Ni que decir tiene que su padre pasó a considerarme su peor enemigo político y eso que yo no me afilié al partido. Les dejé muy claro que mi puesto de asesor lo abandonaría cuando el Consejero lo decidiera o cuando Fermín dejara de serlo.

En poco tiempo mi trabajo con Fermín me hizo aprender muchas cosas del funcionamiento de la Consejeria que desconocía y sobre todo me hizo conocer a Fermín. No era la persona enganchada al poder que me había imaginado de él cuando me enteré de su nombramiento. Me escuchaba y aceptaba mis consejos. Nos tuvimos que enfrentar casi todos los días a nuevos problemas. Muchos días pasábamos más de 12 horas juntos.

Un buen día Fermín, tras la reunión semanal del Gobierno de la Comunidad Autónoma, me dijo que nos iríamos a comer juntos a su casa. Allí, sin posibilidad que nadie más nos oyera, me dijo:
 -Dejaré la Consejería en breve. Lo he hablado con el presidente y ya tienen un sustituto para mí.

Me esperaba que Fermín no siguiera en el gobierno toda la legislatura pero no que se fuera tan pronto y le dije

-Yo volveré a mi trabajo, pero ¿Tú dónde irás? Dejaste tu consulta de medicina general en un hospital privado que ya no existe.
-Eso le he planteado al Presidente y me ha dicho que no me va a dejar en la estacada, que le pidiera lo que quisiera.
-No me dejes en ascuas. Cuéntame.
-Le he pedido que me ayude a irme a Extremadura. Que quiero ser médico de pueblo donde nadie quiera ir.

Fermín no había perdido su capacidad de sorprenderme. Volví a quedarme sin palabras y el prosiguió:

 -Ya lo tenía hablado con Irene. Es una de las cosas que me hizo trabajar más. Decidir lo que quiero hacer con mi vida sin que nadie más intervenga en la decisión. Como imaginarás mi padre no lo sabe y se enterará de ello cuando ya esté de camino. 

Fermín no se fue de vacío. Antes de irse y aprovechando una directriz de la Consejería de Hacienda normalizó el gasto de cada dirección general. Así quien había tenido un incremento de gasto un año al siguiente tendría una disminución. La Dirección General de Farmacia y productos sanitarios tendría serios problemas incluso para pagar el gasto farmacéutico corriente. El próximo político al que mirarían mal sería al que ocupase esa dirección general.

La citada directriz le sirvió para más cosas. Limitó el gasto máximo en dietas y desplazamientos de todos los cargos públicos de la Consejería y bloqueó la posibilidad de que los pudieran subir. Fui yo el culpable de ese bloqueo. Le explique a Fermín que la mejor forma que quien viniera detrás no pudiera desbloquearlo era gastarse el dinero disponible. Le recomendé como hacerlo y conseguí que se ocuparan casi todas las vacantes de médico existentes en la región. El equipo médico de mi hospital me recibió como un héroe a mi regreso a la consulta externa de Rehabilitación.

El domingo siguiente a la dimisión del Consejero de Sanidad Irene y yo compramos el periódico regional. La portada hablaba de la caída del Consejero de Sanidad al que consideraban un globo que habían inflado para subirlo a Consejero y que había explotado.
Tras leer los dos la noticia Irene me dijo:

-Es totalmente cierta la primera parte de la noticia él era un globo al que habían hinchado pero Fermín no ha explotado. Lo lanzaron hacia arriba como a un globo, pero no lo pincharon.  Cayó despacio y llegó suavemente al suelo. El mundo de la política es como el mundo del espectáculo. Los que entran en él son lanzados hacia arriba con fuerza y poco a poco caen. No llegan al suelo si los vuelven a impulsar. Pero al final todos caen, todos caemos de una forma u otra.
-Muy poético lo que dices Irene pero ¿Por qué consideras que no ha explotado como dice el periódico?
-Porque no aceptó proseguir. No fue el Presidente Regional el que impuso al sustituto, fue él quien lo buscó. Con las aguas calmadas no les interesaba a los del partido que se fuera. Había sabido capear el temporal.
-¡No me dijo nada de eso!
-Yo le dije que no se lo contara a nadie y veo que me hizo caso. Tenía que romper con su pasado. Se ha dejado aquí a su padre, sus bienes y hasta la medio novia que tenía que también es del partido.
-Pero ha sido el partido quien le ha abierto la puerta de irse a Extremadura.
-Es lo que le cobra por los servicios prestados. Me dijo que cuando tenga en propiedad la plaza de médico se dará de baja.
-Me parece que voy hacer todo lo posible para que el Director de mi Hospital pase consulta contigo.

 Nos reímos un rato y luego me contó que estábamos invitados para ir a Cilleros, el pueblo donde lo habían destinado. Nosotros teníamos el honor de ser lo único que quería conservar de su tierra natal. Empecé a sentirme orgulloso de ser el amigo del tonto de la clase.

LA CLASE 20 de junio 2020

16 al 20 de junio de 2020 LA CLASE Lunes Su aspecto todo él era cuadrado. Incluso por partes era cuadrado, tirando a o...