jueves, 27 de febrero de 2020

Matacanes "tacho y pego"

Bueno, enésimo intento. Cuando leáis esta versión ya habrá cambiado. Sigo resumiendo (justo ahora) pero de lo que había a esto ya hay cambios sustanciales. Aproximadamente desde la mitad está sin retocar copiado tal cual de lo que tenía en el pasado por lo que creo que aún le sobran unas tres o cuatro páginas.
Gracias Bárbara y José Luis por vuestros ánimos y buenísimos consejos que estoy siguiendo.


Al principio apenas sintió que alguien le tocaba los pies por encima de las mantas. Entre sueños creyó escuchar una fuerte respiración, pero no acabó de despertarse. Su mente permanecía pastosa como un barrizal y se mantenía en un estado intermedio entre el sueño y la realidad. De pronto, notó perfectamente como una mano le agarraba con fuerza un tobillo y eso sí le hizo despertar. Izan se revolvió instintivamente, en un seguido pasó de estar tumbado plácidamente en su colchón a quedarse sentado en su cama. Aún era de noche.
Mezclada con las sombras que poblaban la habitación, percibió una silueta en forma de esqueleto a los pies de su cama. Estaba quieta, erguida y mirándole en silencio. Un olor nauseabundo como salido de un vertedero llegó a sus fosas nasales. Completamente alterado por los nervios acertó a dar un manotazo a su teléfono móvil. La pantalla se encendió e iluminó tenuemente la habitación. De aquella figura esperpéntica sólo pudo distinguir unos ojos saltones y enormes que le miraban sin parpadear. Izan soltó un grito de horror. La figura estiró el cuello hacia él sacando su rostro de las sombras y mostrándolo por completo a la luz. Abrió una boca oscura de la que asomaron unas encías melladas, con algunos dientes esparcidos al azar y empezó a gritar también con una voz cascada y ronca que parecía generar su propio eco. Su cabeza estaba cubierta una maraña de pelos encrespados de un color de huesos secados al sol. Y ese hedor. Ahora la figura estaba completamente a la vista de Izan pero aunque la reconoció al instante, no pudo evitar mantener el grito hasta que se le acabó el aliento.
-                     ¡MAMÁ! ¡COÑO! ¡ME CAGO EN LA PUTA QUÉ SUSTO! ¡¿CÓMO COÑO HAS CONSEGUIDO…?!
No quiso acabar la frase pues sabía que no obtendría respuesta alguna. De su madre sólo quedaba un envoltorio sin nada dentro, una cáscara de nuez sin semilla que de alguna manera se las había arreglado para plantarse a los pies de su cama y darle un susto de muerte. Ahí estaba, vestida de negro, inmóvil y en silencio, con los ojos muy abiertos mirando a la nada y dejando escapar un hilillo de baba de la comisura de sus labios.
Izan se levantó, estaba enfadado y con el corazón llenándole de golpes el pecho. Cómo diantres se las había apañado su madre, para salir de la jaula y entrar en la casa. Miró la hora, eran las cinco de la mañana. Joder. Activó la linterna del teléfono la emprendió a empujones con su madre. La obligó a caminar deprisa y trastabillando, casi la hace caer un par de veces, pero la anciana se dejó hacer sin protestar. En pocos minutos ambos alcanzaron una construcción contigua a la casa de campo, levantada toscamente con bloques de hormigón y cemento. Era el lugar donde Izan guardaba en jaulas a sus perros de caza y a su madre.
Aquella cárcel de tela metálica era el lugar donde Izan había decidido que la anciana pasara las frías noches de ese invierno equipada tan solo con una silla de enea y una manta vieja. No estaba sola, compartía celda con tres de los animales. Su hijo consideraba que ese encierro cumplía una doble función beneficiosa: los perros protegían su única fuente de ingresos y la jaula evitaba que la vieja anduviera por ahí molestando.
Entraron en aquella especie de bunker de suelo de cemento, frío y desprovisto de luz eléctrica. Los perros los observaron, estaban sentados y en completo silencio. Eso era raro de cojones. Los alumbró y vio sus ojos refulgentes dirigir sus miradas a un punto situado justo a su espalda. Sintió que algo o alguien le echaba el aliento en la nuca. Se asustó y se giró con brusquedad. Alumbró la zona con su teléfono pero allí no había nada, nadie. Uno de los perros aislado en una de las jaulas le miraba fijamente. Izan empezó a ponerse nervioso.  
Propinó un último empujón a su madre y la metió en la jaula con los animales, la obligó a sentarse en la silla y le puso la sucia manta por los hombros. Cogió un viejo candado que usaba para encerrar a los perros por la noche y trabó con él el pestillo metálico. Entonces reparó en que su madre también tenía la vista fija en algo que estaba a su espalda. Como los perros. Se giró otra vez y volvió a alumbrar. Nada. Sintió un fuerte hormigueo en la nuca y unas ganas incontrolables de salir de allí.
Dejó a su madre encerrada y salió a paso ligero. Echó un vistazo al móvil. Las cinco y veintitrés minutos. Ya no volvería a acostarse. Quería darse una vuelta con uno de los perros así que decidió que se vestiría y saldrían ya. De la jaula en la que estaba aislado sacó a Braco 19 agarrándolo del pescuezo y lo metió en el maletero de su todoterreno.
Tardó unos minutos en vestirse y estar de vuelta en el coche. Se alejó de la casa de campo por un angosto camino de tierra que atravesaba un pequeño pinar. Cuando lo dejó atrás encaró una ruta campo a través que, de tantas veces recorrerla, se sabía de memoria. Tras varios minutos de insufribles vaivenes y traqueteos alcanzó su destino, la plana y redonda cima de “La Galocha”, una colina de tierra en forma de volcán en miniatura.
Consiguió salir del coche con lentitud y pesadez, la dieta de Izan era de todo menos saludable y tenía sobrepeso. Se dirigió a la parte de atrás del coche liberó a Braco19 que salió dando un salto del maletero y sacó con cuidado su escopeta preferida. Siempre la guardaba en el coche. Comprobó que estaba cargada y rebuscó en uno de los bolsillos de su chaqueta tres cuartos de camuflaje. Sacó una bolsa de plástico con un trozo requemado de pollo en su interior que lanzó al suelo a escasos dos metros de distancia. La reacción de Braco19 no se hizo esperar. El animal se aproximó al trozo de carne moviendo la cola de lado a lado como si fuera un látigo.
Izan lo observaba sin inmutarse. La verdad es que era un animal precioso. Un braco alemán de pelo corto y moteado de color canela que aún era bastante joven y vigoroso. Era una pena que ya no resultara ser un buen rastreador. Por eso no les ponía nombre a sus perros, les ponía números para no cogerles cariño. Porque todo, incluso ellos tenían una vida útil y cuando esa vida útil acababa, el resto era vida inútil. Exactamente igual que la de su madre.
La calma reinante era total. No se escuchaba ni el trinar de un solo pájaro. Izan sólo podía escuchar los sonidos procedentes del ruidoso masticar de Braco19. La cima de La Galocha era de las más altas de la zona y desde ella podía observarse cómo el día despuntaba. Al este, el cielo se veía despejado y empezaba a tornarse de color naranja y amarillo, en pocos minutos todo quedaría iluminado por el sol. Aunque fuera de día, no le gustaba estar allí. Izan vivía convencido de que en aquella cima ocurrían cosas raras. Estaba seguro de que los arbustos, de vez en cuando, se agitaban sin motivo, como si un animal invisible pasara rozándolos y los moviera.
El momento que Izan esperaba llegó cuando el animal, tras rodear el trozo de pollo varias veces, se detuvo agachó la cabeza y estiró el cuello para comérselo. Tenía al perro a menos de dos metros de distancia, apoyó la culata de su escopeta en el hombro derecho. Braco19 no le hizo ni caso concentrado como estaba en alcanzar su preciado trozo de pollo. El dedo índice de su mano derecha se posó sobre el gatillo con un movimiento en perfecta sincronía con la acción de guiñar un ojo y apuntar. Aguantó la respiración un instante y sin siquiera pestañear, apretó el gatillo.
Lo normal en esos casos hubiera sido que el gatillo impulsara hacia delante el percutor que al impactar contra el pistón del cartucho relleno de fulminante lo incendiara, comunicando así el fuego y los gases incandescentes resultantes hacia la carga de pólvora que, al estallar, impulsase violentamente fuera del cañón un mortal enjambre de perdigones de posta. Luego un ruido ensordecedor, seguido de un golpe fuerte pero soportable en el hombro, una humareda con intenso olor a pólvora y un final rápido para Braco19. Pero algo no salió como Izan esperaba.
En medio de aquél espeso silencio que lo envolvía todo en la aislada y plana cima de la Galocha, Izan sintió que el estruendo del cartucho al explotar lo dejaba sordo temporalmente. Hasta ahí todo normal. Sin embargo, en lugar de la espesa humareda con olor a pólvora, un inesperado flash de luz blanca cegó sus ojos al tiempo que un repentino golpe de calor le abrasaba las mejillas. El retroceso del arma resultó ser inusualmente fuerte. El inesperado y tremendo empujón de la culata sobre su hombro, fue de tal magnitud que le hizo trastabillar y perder el equilibrio. El cañón de su escopeta se alzó de golpe obligando a Izan a apuntar hacia el cielo mientras salía despedido. Tras un par de torpes zancadas caminando hacia atrás, mantener el equilibrio le resultó del todo imposible y fue definitivamente a dar con sus anchas espaldas en el duro suelo, aún agarrado a su escopeta.
Tras el alboroto y la caída, el silencio volvió a ganar terreno mientras un sorprendido Izan se incorporaba despacio, hasta quedar sentado en el suelo. Su escopeta estaba tirada junto a él. El cañón estaba abierto en dos mitades retorcidas hacia atrás como si de una piel de plátano se tratara. Entonces comprendió lo que había ocurrido. La escopeta le había estallado en la cara. Algo asustado se inspeccionó rápidamente. Se miró las manos y vio que conservaba todos los dedos, así que muy preocupado se tocó la cara ansioso por descubrir si sangraba o por el contrario aún conservaba todo en su sitio. No sentía dolor alguno y sus manos estaban limpias de sangre, por lo que al parecer, todo parecía en orden. Sin embargo al dirigir la mirada justo enfrente, descubrió que no era él, el que se había llevado la peor parte. Su escopeta estaba inutilizada por completo pero antes de reventar había realizado perfectamente el cometido para el que la fabricaron. El impacto de las postas sobre el desguarnecido costado de Braco19 fue definitivo.
El pobre animal yacía inmóvil en el suelo.  con la boca abierta y la lengua colgando. Tumbado sobre uno de sus costados el cuerpo yaciente de Braco19 permanecía inerte apenas a cuatro metros de distancia justo frente a su verdugo. Desde donde Izan se encontraba pudo ver que Braco19 había ido a caer encima del montón de los blancos y podridos huesos de sus otros 18 precedentes. No lo había hecho adrede, eso había salido así por casualidad. Izan se levantó y caminó hacia él. No jadeó y no le costó esfuerzo. Quería verlo más de cerca y asegurarse de que estaba muerto. Pese a la brutalidad del acto en sí, no soportaba ver sufrir a sus perros, prefería matarlos en el acto. Izan detuvo sus pasos cuando el cuerpo inerte de su excompañero de caza quedó a sus pies. Allí pudo ver al magnífico perro que había sido Braco19 tumbado sobre uno de sus costados, con la boca abierta y los ojos entrecerrados y una expresión rígida en la cara que hacía muy evidente que estaba sin vida.  El lado del perro que quedaba al descubierto mostraba un agujero justo detrás de su pata delantera izquierda, en el que Izan calculaba que le cabrían por lo menos tres dedos de la mano y que a buen seguro lo traspasaba de parte a parte.
Entonces a Izan escuchó algo que hizo que el estómago le diera un vuelco. Detrás de él escuchó con una claridad absoluta el sonido de golpeteo de las mandíbulas de Braco19 todavía devorando su trozo de carne. De forma instintiva Izan se volvió instantáneamente para ver qué ocurría. No vio nada. Un calor abrasador invadió su cuerpo y se puso a sudar. De nuevo giró la cabeza y volvió a ver a su perro completamente muerto en el suelo. Sin embargo, mientras el calor que le corría por las venas se transformaba de repente en un pegajoso escalofrío, volvió a escuchar los siseos de la respiración de su perro, los chasquidos que producía al salivar y los ruiditos que producía al mover la lengua dentro de su boca. De hecho, esos ruiditos eran los únicos sonidos que flotaban en el espeso ambiente. Presa del miedo Izan volvió a dirigir su atención al lugar de donde provenían las señales de vida de su, en teoría difunta mascota.
Entonces Izan miró al suelo en dirección hacia donde había estado su perro en vida y pudo ver cómo la sombra y sólo la sombra de éste, permanecía proyectada exactamente en el mismo lugar en que Braco19 había estado comiendo, hacía unos minutos. La sombra seguía a lo suyo, devorando otra sombra, la del trozo de carne, como si nadie le hubiera descerrajado un mortífero tiro a su original vivo. Sin embargo Izan volvió de nuevo a comprobar que el verdadero animal yacía muerto a sus pies, separado por lo menos dos pasos de su propia sombra viva. Izan, sintió cómo el miedo tomaba el control y dejaba de ser dueño de sus reacciones. Aquello era sencillamente IMPOSIBLE. Allí en el suelo, únicamente estaba esa… sombra. Comiendo. Una sombra que además, no estaba quieta, se movía con absoluta naturalidad como si la estuviera proyectando un perro vivo. Y podía escuchar el ruido que hacía en su actividad. Incluso parecía estar disfrutando. De hecho, su cola se movía de lado a lado como un látigo de lo contento que estaba.
Los músculos de Izan no respondían a nada. Quería huir pero huir, ¿de qué? ¿De una maldita sombra? ¿Qué debía hacer? Sus piernas no se decidían a hacer nada, su cerebro intentaba dar crédito a sus ojos, sin éxito, su respiración estaba más que acelerada, desbocada y sin embargo, sentía que se ahogaba, que le faltaba oxígeno. Forzó sus ojos a permanecer abiertos pese a que le lanzaban puntadas de dolor de tanto rato que llevaban sin parpadear. Entonces, mientras su cerebro buscaba inútilmente una explicación lógica a lo que sus ojos estaban viendo, escuchó una voz justo detrás de él.
                    ¡Buenas tardes, señor! – con un brutal alarido, Izan saltó instintivamente en dirección contraria a aquel vozarrón masculino–. ¿Ha llamado usted a mi puerta?
Un descompuesto y tembloroso Izan se volvió para advertir que allí no había nadie. ¿Estaba volviéndose loco o “algo” le había hablado con voz cavernosa desde sus mismas espaldas? Le había dicho… ¿Mi puerta? ¿Qué puerta? A Izan le hubiera gustado responder algo, pero le resultó imposible. No podía articular palabras. Aquella pregunta, no tenía sentido. ¡Joder! No tenía DUEÑO. Izan sintió que el terror petrificaba sus músculos y encogía su estómago hasta hacerle daño. No pudo evitarlo, quiso correr pero se quedó inmóvil, como un perro marcando una presa. Estaba atónito, buscando frenéticamente el origen de aquella voz.
-                     Estoy aquí, señor.
Dándole un nuevo susto de muerte, un hombre alto, extremadamente flaco, de rostro anguloso e inexpresivo, hombros muy juntos y tórax abultado y estrecho por los extremos, apareció de pronto justo a la izquierda de Izan, que hubiera jurado que hacía un momento, allí no estaba. Aquel hombre que le hablaba estaba a apenas tres pasos de distancia. ¿Cómo era posible que no lo hubiera visto a la primera?
El miedo aumentaba pese a que aquella persona, no parecía suponer una amenaza. Sencillamente estaba ahí, de pie apenas a un metro de distancia y con las manos a la espalda, mirándole fijamente sin ningún tipo de expresión en la cara.
                    ¿Señor? –volvió a preguntarle –. ¿Le importaría decirme si ha llamado usted a MI puerta?
Izan sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Un sexto sentido le alertaba. Además, ¿de dónde coño había salido el fulano? Hablaba alto y claro pese a tener una voz realmente profunda como si le hablara desde el fondo de un pozo generando su propio, ¿eco?. Su tono de voz era autoritario. Más que preguntar, le conminaba a confirmar algo que a él le resultaba evidente, aunque Izan no conseguía entender qué demonios era lo que realmente le estaba preguntando. ¿Qué diantre de puerta? Allí no había ninguna puerta, allí no había nada aparte de ellos dos y una sombra inquietante de perro moviéndose como si estuviese viva. Entonces aquél extraño individuo de inexpresivos ojos, volvió a dirigirse a él.
                    ¡Oh! – dijo poniendo cara de sorpresa, como si acabara de descubrir la solución a un problema de matemáticas – ¡Disculpe no me he presentado! Le aseguro que normalmente soy más educado. Es que no suelo salir yo a abrir la puerta.
Extendió su mano derecha y dijo en lo que a Izan le pareció un tono algo más amable:
                    Yo me llamo “Garm” – y extendió una mano enorme y peluda hacia Izan – aunque aquí me conocen como...
                    Yo… Izan – le interrumpió mientras correspondía al saludo chocándole la mano.
Agarró aquella mano que le tendían que era enorme y muy áspera. Parecía que en lugar de palma de la mano, aquél hombre tuviera un enorme y áspero callo.  Al tenerlo más cerca observó sus ojos. Eran unos ojos totalmente negros, profundos y carentes de pupilas, inexpresivos como los de un tiburón.
-          Encantado, Izan. – le soltó suavemente la mano y se inclinó un poco hacia él – No te importa que te tutee. ¿No? Dime: ¿Te encuentras bien? Estás pálido, como si acabaras de ver levantarse a un muerto.
-          Yo, yo – y señalando al suelo Izan pudo ver que la sombra de su perro había terminado su trozo de sombra de pollo y se dirigía directa y sumisamente, hacia Garm.
Éste por su parte ni se inmutó. Alargó una mano al vacío y con la palma abierta hacia el suelo, la balanceó con lentitud, como si pretendiera acariciar, algo. Sin embargo, bajo esa mano que Garm llevaba adelante y atrás rítmicamente, sólo había aire. Aire y nada más que aire. Aquel extraño personaje movía la mano a unos setenta centímetros del suelo y sin embargo a Izan le parecía que, en su balanceo, esa mano se posaba sobre algo sólido pero invisible que estaba bajo ella. Entonces sin casi darse cuenta, centró su atención en lo que podía verse claramente proyectado en el suelo, junto a los pies de Garm. Era como un lienzo en el que un pintor, hubiera olvidado representar a uno de sus personajes pero no a su sombra.
Garm bajó un instante la mirada hacia el suelo en dirección a su mano y le habló.
-                     ¡Chssst! Tranquilo, tranquilo.
Aunque su mano se balanceaba en el aire, su sombra proyectada sobre el suelo, se paseaba por la sombra del lomo de Braco19. La sombra del perro parecía corresponder a esas “caricias al aire”. Reaccionaba igual que el Braco19 vivo moviendo nerviosamente su cola de látigo. De repente, la alegre sombra mostró aún más alegría encaramándose de improviso con sus patas delanteras en el pecho de la sombra de aquél tipo.
Garm pareció sorprenderse e incluso alegrarse de esa inesperada muestra de cariño canino.
-                     Bueno, bueno – le dijo con media sonrisa en el rostro, mientras le acariciaba con ambas manos un lomo invisible y apartaba la cara como si una lengua fantasmal se la estuviera llenando de lametazos –. Tranquilo, chico, tranquilo. Pronto nos iremos a tu nueva casa.
Izan más perplejo que aterrorizado, observaba aquella estrambótica escena. Ya no se trataba de una impresión, ni de una sensación. Estaba viendo claramente moverse a una sombra por el suelo de forma completamente independiente, pero con las mismas reacciones que las de un perro real. Estaba escuchando los sonidos que el animal vivo haría si pudiera. Sus jadeos, el golpeteo de sus pisadas, incluso levantaba algo de polvo al caminar.
Por su parte el maldito Garm, no parecía alterado en absoluto. Estaba acariciando el lomo de un perro fantasma que proyectaba su sombra sobre su pecho con la misma naturalidad con la que un turista observa un bonito paisaje. De pronto Garm, susurró algo inaudible y aquella silueta fantasmagórica de Braco19, se sentó junto a sus pies.  Acto seguido le dirigió una mirada tan fría y vacía de todo sentimiento, que Izan no supo interpretar si era de odio o de desprecio. No importaba, no supo reaccionar. Seguía petrificado porque estaba seguro de estar viendo algo sobrenatural que no podía creer del todo pese a que estaba sucediendo delante de sus rechonchas narices.

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