FERMÍN
Fermín
era el tonto de la clase en el colegio. No se puede llamar acoso escolar a lo
que le hacíamos los compañeros porque en aquella época nadie lo llamaba así. En
el aula unos pocos se dedicaban a burlarse de él y al resto nos resultaba
indiferente, pero nunca lo defendimos. Siempre respondía a las burlas con su
silencio y enrojeciendo su cara de forma alarmante. Quizá fue por su aspecto
fofo y regordete, quizá porque nunca decía nada ni se quejaba el caso es que
nunca vi que nadie le pegara.
En el
recreo siempre se sentaba solo, con su bocadillo mientras los demás jugábamos
al fútbol con una pelota de papel o a perseguirnos con el "tú la
llevas". A nadie le importaba su soledad ni que nunca sonriera. Sus
amigos, si los tenía, serían de su pueblo. Llegaba y se marchaba en tren de
cercanías.
Fue
toda una sorpresa encontrarlo en la Facultad de Medicina. Como hijo de los
panaderos del pueblo me lo imaginaba trabajando en el negocio familiar ya que
nunca había sacado notas brillantes. Me sorprendió verlo en la Universidad.
Tenía que haber logrado una nota muy alta en los exámenes de selectividad para
conseguir el acceso a la facultad que yo había elegido. Me dejó la impresión
que era mentalmente mucho más fuerte que lo que creía.
Mi
relación con él fue cordial. Lo saludaba como ex-alumnos que éramos del mismo
colegio pero no hice amistad con él. Pocas veces hablamos entre las clases ya
que ninguno de los dos quería compartir los recuerdos de nuestro pasado.
A él
le costó bastante acabar la carrera. Lo logró cuando yo estaba acabando el MIR
de médico rehabilitador.
Le
perdí la pista durante algún tiempo hasta que me enteré de que lo acababan de
nombrar Consejero de Sanidad tras las elecciones al gobierno de la Comunidad
Autónoma. Enseguida juzgué que la decisión había sido un gravísimo error del
partido político en el poder. No lo veía capacitado para un puesto de tan alta
responsabilidad.
Mi
sorpresa aún fue mayor cuando, días más tarde, acabando la consulta me llamó el
director del hospital para que me presentara en su despacho en cuanto acabara
con mis pacientes. Me comunicó que el nuevo Consejero de Sanidad había
preguntado por mí y que requería mi presencia en la sede de la Consejería al
día siguiente.
Tuve miedo de
Fermín. Pensé en una venganza por su parte. Aparte de él yo era el único médico
de aquella clase en el colegio e imaginé sus ganas de devolver lo que, por
activa o por pasiva, le hicimos pasar.
A mi
llegada encontré a otros médicos de mi misma promoción. Nos fuimos presentando
y pudimos comprobar que todos éramos de especialidades médicas y hospitales
diferentes. Fermín nos recibió a todos juntos. Nos alabó por nuestro recorrido
profesional y nos contó su verdadera intención. Pretendía que fuéramos sus
asesores sin dejar de trabajar en los hospitales donde estábamos destinados. La
forma legal para hacerlo era crear un equipo consultivo del cual formaríamos
parte sólo los presentes en la reunión.
Sentí
un gran
descanso en ese momento e imaginé un Fermín menos vengativo y deseoso de
saber de primera mano lo que estaba sucediendo en los hospitales y que no se
fiaba nada de los directores generales que su partido estaba colocando en la
Consejería, políticos con mucha historia en el partido. Para que ninguno se
echara atrás la pertenencia a este equipo consultivo estaba especialmente bien
remunerada. Con una o dos reuniones mensuales casi doblábamos el sueldo.
Ninguno de los presentes renunciamos a aquella bicoca.
La
cordialidad fue patente en las primeras reuniones. Al principio nos pidieron
que les informásemos de las mejoras que se podían hacer en los hospitales de
donde proveníamos. De las propuestas que yo llevé, supervisadas por mi director
de hospital, enseguida hicieron caso a las dos que apenas costaban dinero, del resto
nada de nada.
En el
hospital los compañeros empezaron a pensar que yo era del partido gobernante.
Yo lo desmentía diciendo que siempre había pasado de la política. En principio
no me importaron demasiado sus insinuaciones, pero las cosas cambiaron ese
mismo año.
Como
dice el viejo refrán "nadie da duros a cuatro pesetas". Poco a poco
las reuniones del equipo consultivo dejaron de ser cordiales. Empezaron a
pedirnos información que no tenía que ver con la Sanidad. Las preguntas sobre
qué médicos estaban en contra de la Consejería me hicieron sentirme fuera de
lugar. Me abstuve de presentar ningún informe al respecto. Lo justifiqué
diciendo que en el hospital me consideraban del partido y ningún médico hablaba
mal de la Consejería delante de mí. No me sentía cómodo en aquel equipo, pero el
dinero que estaba ganado me venía muy bien. Me permitía vivir holgadamente pese
a la importante hipoteca de mi piso y a que mi mujer apenas ganaba dinero ya
que se dedicaba a su tesis doctoral.
Los
problemas serios empezaron con una medida especialmente polémica de la
Consejería. Decidieron implantar como obligatoria la vacuna contra el papiloma
humano en todas las adolescentes. El coste lo asumiría íntegramente la
Consejería. Hubo detractores en todos los hospitales, pero fue el compañero de
la promoción que representaba a los pediatras quien se mostró especialmente
duro dentro del equipo. Defendió que era un coste desproporcionado y además
comprado íntegramente a una única empresa farmacéutica, que los estudios
realizados demostraban que la fiabilidad de la vacuna era extremadamente baja y
que los efectos secundarios podían ser muy graves.
En la
siguiente reunión no hubo ningún representante de pediatría. Fermín nos informó
de la dimisión de nuestro compañero. Su cara se puso igual de roja como se le
ponía en el colegio cuando dijo la palabra "dimisión". Verlo así casi
me causa rubor también a mí.
Lo
que sucedió en el mes siguiente dio la razón al pediatra. Unas cuantas niñas
tuvieron que ser hospitalizadas tras la vacuna y dos de ellas acabaron en
cuidados intensivos. La siguiente reunión del equipo tenía el aspecto de un
funeral. Casi nadie hablaba. Nos limitábamos a contestar lo más escuetamente
posible las preguntas que Fermín nos hacía. Cuando acabó la reunión todos se
marcharon rápidamente y yo aproveché para quedarme a solas con él.
-Fermín nos conocemos desde hace demasiado tiempo y quisiera
comentar algunas cosas contigo, al margen del equipo consultivo ¿Podemos hablar
ahora?
Se
quedó mirándome fríamente y luego su gesto cambió. Me dijo que sí pero que
debía hacer un par de llamadas. Tras quince minutos de espera salió de su
despacho y me invitó a cenar.
En el
restaurante se desahogó. Me contó que si estaba en política era porque su padre
era un antiguo y bien considerado militante del partido. Que él quería ser
médico y lucho por ello. Su padre quería obligarle a seguir con el viejo
negocio familiar. Para su descanso, su hermana menor había acabado haciéndose
cargo de la panadería. Fue su padre quien lo afilió y quien hizo presión para
que ocupase un puesto de responsabilidad.
Cuando
le pregunté cómo había llegado tan alto sin haber ocupado nunca otros cargos en
el partido volvió a sorprenderme, esta vez con su sinceridad.
-Estoy donde estoy porque era la única persona que mantenía
el equilibrio dentro de las familias del partido. Yo era y soy un don nadie
fácilmente manipulable por sus directores generales. Por eso creé el equipo
consultivo y por eso no hay ningún director general dentro de ese equipo.
Me
quedé boquiabierto. No me lo esperaba y me di cuenta que no conocía a Fermín.
Asumí que para saber algo de alguien lo primero es acercarse a él y yo nunca lo
había hecho. Ante mi silencio prosiguió.
-La burrada
de las vacunas procede del Director General de Farmacia y productos sanitarios.
Tiene vínculos a través de la cuñada de su mejor amigo con la empresa
farmacéutica que se ha quedado el contrato de las vacunas. Empresa que, por
otra parte, financia generosamente al partido.
-¿Lo vas a
denunciar?
-No tengo
pruebas, sólo indicios.
-¿Por qué no
dimites?
-No es tan
fácil. Nada más salir lo de las hospitalizaciones de las niñas me llamó el
Presidente para decirme que todo el gobierno y el partido están conmigo y que
me van a defender a capa y espada. Lo que traducido fuera del ámbito político
quiere decir que tú no te mueves de ahí.
-En cualquier
caso, cuando se enfríe la situación, te irás.
-No creo que
me dé tiempo. En el partido ya estarán buscando quien me sustituya. Serán ellos
quienes me digan cuándo he de presentar la dimisión. Esto funciona así. No me
dejan moverme ahora para que yo cargue con la responsabilidad y, cuando todo
haya pasado, vendrá quien me sustituya. Así el nuevo no tendrá que dar la cara
por toda esta mierda.
-¿Cuándo
crees que te van a sustituir?
-Cuando las
vacunas ya no hagan ruido en los medios de comunicación. Antes ningún sustituto
querría ocupar mi sitio.
-Me has
dejado sin palabras. Lo que te iba a contar son tonterías comparado con lo que
me has dicho –le
dije ocultando que mi intención era la de abandonar también el equipo
consultivo -
-Esto es la
política. Cuanto más arriba llegas más fuerte es la caída. Nunca debí haber
aceptado este puesto. Me hicieron creer que estaba capacitado y mi padre fue el
que más me empujó para que lo aceptara ¡Se siente tan orgulloso de mí!
Tras pensar un momento en lo que me
estaba contando noté que había algo no me cuadraba. Le pregunté abiertamente.
-Me extraña
mucho que me hayas contado todo esto a mí ¿No tienes amigos a quién contárselo?
-Sabes que no
hice amigos en el colegio. Estando en la Universidad entré en el partido. Mis
amigos son del partido y no pretendo mover nada en ese ámbito. Además creo que
más de uno me traicionaría.
Me sentí mal por él y me di cuenta de
dónde me había metido al aceptar ser miembro del Equipo Consultivo. Para toda
la Consejería de Sanidad yo era ahora un hombre de confianza de Fermín por lo
que, cuando él ya no estuviese en el cargo, yo me quedaría como “el amigo del
de las vacunas”.
En esos pocos meses como miembro del
Equipo consultivo el director de mi hospital me dijo que me facilitaría la
incorporación a la dirección técnica del hospital. Un puesto equivalente al
número dos del escalafón. Me podía despedir de ello. Me hacía ilusión ya que mi
ascenso en el Servicio de Rehabilitación era muy difícil teniendo varios buenos
especialistas por delante de mí.
En ese momento me salió la vena
asistencial y me dije que era el momento de olvidarme de mí y centrarme en
Fermín. Quería ayudarle pero no sabía cómo hacerlo. Me acordé de mi mujer y se
me ocurrió algo que decirle a Fermín.
-Permíteme
que te hable de lo que más daño te está haciendo.
-¿De qué?
-De cómo
vives la relación con tu padre.
Le cambió la
cara. Me miró con odio y dijo:
-¿Qué tienes
que decirme de mi padre? -dijo con la cara enrojecida-
-Nada. No lo
voy a juzgar. Él ha hecho lo que ha considerado mejor para su hijo. Es tu forma
de relacionarte con él lo que te hace daño.
Ahora fui yo
quien le sorprendió.
-¿Tú eres
médico o psicólogo?
-Mi mujer es
psicóloga y está haciendo su tesis doctoral estudiando la respuesta de los
enfermos en relación a sus relaciones personales. No lo típico de las
relaciones conflictivas sino lo que ella llama las relaciones tóxicas.
-¿Qué te hace
pensar que tengo una relación tóxica con mi padre?
-Tu padre ha
dirigido toda tu vida. En los pocos minutos que me has hablado él ha estado
presente en todas las decisiones importantes que has tomado. No me extrañaría
que una de las llamadas de teléfono que has hecho mientras te esperaba en la
Consejería haya sido a tu padre.
La cara de
Fermín se volvió a enrojecer mientras yo proseguí.
-Y ahora la
pregunta más importante que puedes hacerte para saber si la relación con tu
padre es tóxica o no ¿Cuántas de las decisiones importantes de tu vida han sido
verdaderamente tuyas?
Tras un rato no demasiado largo de
silencio me dijo que ninguna. Que de varias de ellas se sentía verdaderamente
arrepentido. Consideró la peor de todas haberse metido en política.
Me pidió pasar consulta con mi mujer de
la forma más discreta posible. Debido a la apretada agenda de un consejero
autonómico le fastidié los sábados por la mañana a Irene. Ella no se quejó.
Quizá esa fuera la única ocasión en su vida de atender a un político de ese
nivel. Salí
de aquella cena orgulloso de mi mismo y con ganas de contarle las novedades a
Irene.
En los siguientes meses la batalla de las
vacunas se extendió a todas las comunidades autónomas. El nombre de Fermín pasó
a un segundo plano y la firme defensa de su partido del uso obligatorio de las
vacunas puso en primera línea de la prensa a la Ministra de Sanidad.
Entre tanto Fermín realizó cambios en la
cúpula de la Consejería. Acabó, con el beneplácito de sus directores generales,
con el equipo consultivo pero me pidió que dejara provisionalmente mi puesto de
trabajo para ser su asesor personal. No dudé en aceptar. Aquello era un reto. Pensé
también que si llegaba la ocasión de ser el número dos mi hospital entraría
allí con mucha experiencia en dirección médica.
En la dirección de la Consejería se
encargaron de hacer llegar a al prensa que procedíamos del mismo colegio y que
éramos amigos desde la infancia. Con ello nadie del partido gobernante puso pegas a mi
nombramiento.
Las consultas con Irene estaban ayudando
mucho a Fermín. Estaba consiguiendo una transformación personal significativa.
Lo primero que aprecié fue que ya no se ponía rojo en público. Fermín empezó a
tomar decisiones de forma sosegada y sin consultarlas con su padre. Esto no le
sentó nada bien a su padre que pasó a considerarme su peor enemigo político y
eso que yo no me afilié al partido. Tenía claro que yo estaba temporalmente
allí y que
trataría de disfrutar de lo que viniera.
En poco tiempo mi trabajo con Fermín me
hizo aprender muchas cosas del funcionamiento de la Consejería que desconocía
y, sobre todo, me permitió conocerlo. No era la persona enganchada al poder que
había imaginado cuando me enteré de su nombramiento. Me escuchaba y aceptaba
mis consejos. Nos tuvimos que enfrentar casi todos los días a nuevos problemas.
Muchos días pasábamos más de 12 horas juntos. El compañerismo fue nuestra
herramienta de trabajo. Me sentía muy cerca de Fermín y tenía la sensación que ambos
trabajábamos por un mismo objetivo. No era hacer política. Para esos ya estaban
los Directores Generales. Lo nuestro era llevar la gestión de un servicio
público.
Cada visita de uno de ellos era
habitualmente una trampa para sacar más dinero, o para hacerse fuerte en su
cargo, o para postularse como sustituto de Fermín. Bromeábamos con montar una
rifa entre ellos para que el ganador fuera el sustituto -Al menos sacaríamos de ellos algo- me decía. El apelativo más
cariñoso que él usaba para referirse a sus Directores Generales era el de aves
carroñeras.
A ninguno de ellos lo veíamos trabajar.
Para eso ya estaban los funcionarios de alto rango que, con bastante sensatez,
mantenían la consejería en funcionamiento. Más de una vez era yo quien me
reunía con ellos, de funcionario a funcionario, para enterarnos de los
problemas reales de la Consejería. De paso descubríamos lo que los Directores
Generales trataban de ocultarnos y hacíamos nuestras las propuestas de los
verdaderos gestores.
Lo mejor de aquella época fueron nuestras
comidas de trabajo. Fermín había iniciado su confianza conmigo en un
restaurante y en esos establecimiento siempre pudimos relacionarnos con mucha
naturalidad. Menos de trabajo hablamos de casi todo. Era el lugar para las
bromas, los chistes sobre políticos, las confianzas y las confidencias. Él
estaba completamente al día de todos los “líos de faldas” dentro del partido.
Rita, su novia, le mantenía al día de todas esas novedades. Ella tenía un grupo
de amigas perfectamente informadas. Delante de mí Fermín las llamaba “el clan
de las arpías”. Ellas transmitían una información mucho más importante de lo
que parecía ya que esos líos le podían costar a algunos su carrera política.
Pero Fermín callaba sobre otras
confidencias más personales. Cuando trataba de hablar de su padre me decía que
ese tema lo llevaba con su psicóloga y ella le había prohibido tratarlo en
cualquier otro ambiente. Cuando yo sacaba ese tema, aunque fuera de forma
colateral, su respuesta habitual era que hablásemos de cosas más divertidas. Aceptada de buen
grado que no hubiera una confianza plena con alguien que no le ayudó cuando, de
niño, más lo necesitaba.
Fermín también me mantuvo alejado
del entorno político los fines de semana. Era habitual que se hiciesen
reuniones de militantes con sus parejas. Él nos excusaba diciéndoles que
nosotros no éramos del partido, pero yo sabía que él quería que no se le
relacionase en ese ambiente con Irene. Yo me sentía más libre con esa decisión
y estaba contento de no relacionarme con el “clan de las arpías”, pero también
era consciente que me perdía mucha información interesante para mi nuevo
trabajo.
Entre
semana yo iba siendo cada vez más conocido por todos los cargos públicos y
funcionarios de la dirección de la Consejería. Me iba ganando el respeto en aquel
entorno. Me di cuenta que allí estaba mejor valorado ser médico que un buen
gestor. Se pensaba que los que veníamos de la atención directa sabíamos lo que
de verdad hacía falta y en parte no les faltaba razón. Aquellos trabajadores me
consideraban el autor del cambio que se estaba produciendo en Fermín. Ellos no
sabían que era Irene la que en verdad lo ayuda. He de reconocer que me sentía
muy alagado de ese reconocimiento y contento con el trato que recibía.
Cuando
yo daba cualquier indicación era como si la diera el propio consejero. Empecé a
vivir ese poder sin juzgarlo y estaba muy cómodo con él. Hasta ese momento no
sabía lo que era dar una orden y que todos obedecieran. Además Fermín se
permitió sesiones extras con Irene entre semana y me dejó al cargo en la
Conserjería. Era una sensación muy agradable tomar posesión del despacho del
consejero, aunque sólo fuera por un rato, y mirar el despacho desde su asiento.
Sentado
allí me di cuenta de cuanto me gustaba mi nuevo trabajo de asesor.
Un buen día Fermín, tras la reunión
semanal del Gobierno de la Comunidad Autónoma, me dijo que nos iríamos a comer
juntos a su casa. Allí, sin posibilidad que nadie más nos oyera, me dijo:
-Dejaré la
Consejería en breve. Lo he hablado con el presidente y ya tienen un sustituto
para mí.
Me esperaba que Fermín no siguiera en el
gobierno toda la legislatura pero no que se fuera tan pronto. Me sentí
descolocado ya que estaba muy a gusto con mi nuevo rol en la Consejería y le
dije:
-Yo volveré a
mi trabajo, pero ¿Tú dónde irás? Dejaste tu consulta de medicina general en un
hospital privado que ya no existe ¿No te interesa quedarte algo más de tiempo?
-No. Ya le he
planteado al Presidente mi decisión y le he contado mi situación laboral. Me ha
dicho que no me va a dejar en la estacada, que le pidiera lo que quisiera.
-No me dejes
en ascuas. Cuéntame.
-Le he pedido
que me ayude a irme a Extremadura. Que quiero ser médico de pueblo donde nadie
quiera ir.
Fermín no había perdido su capacidad de
sorprenderme. Volvió a decirme algo que se salía de mis esquemas y no me
esperaba. Además me dejó sin argumentos para tratar de convencerle de que
siguiera en su cargo más tiempo. Él prosiguió:
-Ya lo he
hablado con Irene. Es una de las cosas que me hizo trabajar más. Decidir lo que
quiero hacer con mi vida sin que nadie más intervenga en la decisión. Como
imaginarás mi padre no lo sabe y se enterará de ello cuando ya esté de camino.
Fermín no se fue de vacío. Antes de irse
y aprovechando una directriz de la Consejería de Hacienda que obligaba a hacer
recortes normalizó el gasto de cada dirección general. Así quien había tenido
un incremento de gasto un año al siguiente tendría una disminución. La
Dirección General de Farmacia y productos sanitarios tendría serios problemas
incluso para pagar el gasto farmacéutico corriente. El próximo político al que
mirarían mal sería al que ocupaba esa dirección general.
La citada directriz le sirvió para más
cosas. Fermín limitó el gasto máximo en dietas y desplazamientos de todos los
cargos públicos de la Consejería y bloqueó la posibilidad de que los pudieran
subir. Fui yo el causante de ello. Le explique a Fermín que la mejor forma de
que quien viniera detrás no pudiera desbloquearlo era gastarse el dinero
disponible. Le recomendé como hacerlo y conseguí que se ocuparan una buena
parte de las vacantes de médico existentes en la región.
El equipo médico de mi hospital me
recibió como un héroe a mi regreso a la consulta externa de Rehabilitación.
Conseguir ocupar vacantes en época de recortes era todo un éxito y todos
pensaron, en este caso con razón, que yo había sido quien había conseguido esos
contratos para nuestro colectivo. Me costó un poco volver a la dinámica de mi
trabajo después del período en la Consejería. Aquello había sido como un chute
de poder que tenía que soltar. No me dieron mucho tiempo para hacerlo. Rápidamente se
acabó la alegría y buen rollo.
A las dos semanas de la toma de posesión
del nuevo Consejero de Sanidad me comunicaron por escrito que dejaba de hacer guardias
y además
salía mi puesto de trabajo a concurso. Por una parte las guardias era el
único ingreso extra que tenía además de mi sueldo básico de médico. Por otra yo
tenía la plaza de médico rehabilitador ganada en la comunidad autónoma pero mi
destino era provisional y ahora cualquier otro médico rehabilitador podía optar
a mi puesto de trabajo.
Me puse en contacto con el director del
hospital que esperaba mi visita. Me dijo que él no había provocado el concurso de mi puesto
de trabajo. Cuando le pregunté por las guardias fue muy parco en
palabras pero también muy claro.
-Órdenes son
órdenes.
-¿Vienen de
muy arriba?
-De lo más
alto.
El concurso lo ganó un médico con una formación
similar a la mía pero bastante más veterano que yo. Me mandaban, sin un
puesto de trabajo fijo, a un hospital que estaba a casi 200 kilómetros de mi
casa. Estaba pagando un precio muy alto por haber sido el asesor del
anterior consejero y, posiblemente, por los consejos que le di. Pensé que si me
habían quitado todo lo que podían de golpe era porque no podían despedirme al
tener la plaza en propiedad. Me daba miedo que los que detentaban el poder me
demostrasen tanto odio.
Esta faena no solo era cosa del nuevo
Consejero. Todos los Directores Generales también estarían encantados de mi
linchamiento.
Estaba bien
jodido en aquel nuevo destino, sin guardias y teniendo que alquilar un
apartamento para vivir de lunes a viernes lejos de mi ciudad. Mi pensamiento
habitual en mi primera semana de trabajo era como podría pagar la
hipoteca del piso. Mi consuelo era que los fines de semana los podía pasar con
mi mujer.
El primer sábado que regresé
junto a Irene nos quedamos en casa. A la hora del aperitivo Irene preparó un
espectacular picoteo, cervezas bien frías y, con la mesa llena, me trajo un
antiguo ejemplar del periódico regional. Ella había marcado un artículo
de opinión que hablaba de la caída de Fermín al que consideraban un globo que
habían inflado para subirlo a Consejero y que había explotado.
Irene me explicó
que cuando lo leyó no quiso mostrármelo ya que yo estaba preparando la
documentación del concurso. Me invitó a leerlo y cuando acabé me
preguntó:
-¿Qué te
parece la noticia?
-Aunque
tienen razón me parece que tratan de forma injusta a Fermín. Y me alegro de no
salir en la noticia viendo cómo lo han tratado.
-Para mí es
totalmente cierta la primera parte de la noticia. Él era un globo al que habían
hinchado pero Fermín no ha explotado. Lo lanzaron hacia arriba como a un globo,
pero no lo pincharon. Cayó despacio y llegó suavemente al suelo. El mundo
de la política es como el mundo del espectáculo. Los que entran en él son
lanzados hacia arriba con fuerza y poco a poco caen. No llegan al suelo si los
vuelven a impulsar. Pero al final todos caen, todos caemos de una forma u otra.
-Muy poético
lo que dices Irene pero ¿Por qué consideras que no ha explotado como dice el
periódico?
-Porque no
aceptó proseguir. No fue el Presidente Regional el que impuso al sustituto, fue
él quien lo buscó. Con las aguas calmadas no les interesaba a los del partido
que se fuera. Había sabido capear el temporal.
-¡No me dijo
nada de eso!
-Yo le dije
que no se lo contara a nadie y veo que me hizo caso. Tenía que romper con su
pasado. Se ha dejado aquí a su padre, sus bienes y hasta la medio novia que
tenía que también es del partido.
-Pero ha sido
el partido quien le ha abierto la puerta de irse a Extremadura.
-Es lo que le
cobra por los servicios prestados. Me dijo que cuando tenga en propiedad la
plaza de médico se dará de baja.
Quería
saber más cosas de Fermín hacía demasiado tiempo que no hablaba con él y sabía
que seguía en contacto con su psicóloga. No suelo meterme en el trabajo de
Irene, pero hablando de Fermín yo también estaba interesado. Ella lo entendió y
se permitió contarme confidencias.
-Me parece
que la marcha de Fermín se asemeja más a una huida hacia adelante que a otra
cosa – le comenté a Irene-
-No es una
huida hacia adelante, es una ruptura de cadenas. Fermín nunca vivió su vida. Ni
tan siquiera de niño con la pandilla de impresentables que tenía por compañeros
–dijo mirándome con desdén y prosiguió- Siempre se sintió solo y se dejó
arrastrar por su padre primero y por el partido después.
-¿Cómo es
posible dejarse arrastrar por un partido si nunca has comulgado con su
ideología? Como en el caso de Fermín.
-El partido
fue el primer grupo no familiar en su vida en el que fue aceptado. Allí se
sentía cómodo y no fallaba ni a los mítines ni a las reuniones por pesadas que
estas fueran. En el partido si bien no lo veían brillante lo veían fiel y lo
consideraban de los suyos. Nunca le habían tenido en consideración hasta
entonces.
-Si es el
único punto en el que se podía apoyar fuera de la familia ¿Por qué lo va a
dejar ahora?
-Porque por
fin ya ha empezado a considerarse a sí mismo como un ser válido y ha dejado de
necesitar apoyos externos.
-Aun así me
extraña su ruptura con Rita. Aunque ella sea del partido una cosa son los
amores y otra como se sentía con el partido.
-En los
amores de partido priman muchas veces los intereses. Al principio era Fermín
quien iba detrás de Rita sin que esta le hiciera mucho caso, pero en cuanto fue
nombrado Consejero de Sanidad la situación dio la vuelta como una tortilla.
Como comprenderás esto mosqueó mucho a Fermín, pero como a él le gustaba mucho
la chica se aprovechó de su momentáneo interés y enrolló con ella. Ahora que se
va a un pueblecito de Extremadura hace bien en romper. Ella busca otro tipo de
vida y en poco tiempo habría sido Rita quien hubiera roto la relación.
-¿Por qué
eligió Extremadura?
-Él está
empezando a considerarse válido y para que esto cuaje sentía que tenía que irse
a un pueblo donde lo recibieran de entrada con los brazos abiertos. No eligió
específicamente Extremadura. Estuvo un par de semanas mirando destinos vacantes
en distintas regiones con poca densidad demográfica. Eligió primero el pueblo y
luego se movió para pedir ese destino. Además recuerda que Fermín es de pueblo
y le atrae la expectativa de vivir en uno de ellos.
Como me estaba pasado muy a menudo desde
que Fermín entró en mi vida de lleno volví a quedarme sorprendido y sin
palabras. Recordé la impresión que me causo verlo por primera vez en la
facultad. Lo que me estaba contando mi mujer refrendaba esa sensación de fuerza
interior de Fermín que había aprendido a valorar en el breve e intenso período
en el que trabajé con él. Mi silencio momentáneo lo aprovecho Irene para
decirme:
-Además
estábamos invitados para ir a Cilleros, el pueblo donde ha conseguido que lo
destinen. Nosotros tenemos el honor de ser lo único que quiere conservar de su
tierra natal.
En ese momento me di cuenta que, pese que
a la faena que me habían gastado en mi trabajo por haber sido su asesor, me sentía
orgulloso de ser amigo del tonto de la clase.
Fermín me demostró que con su esfuerzo consiguió
lo que quería. Yo lo iba a imitar ¡Que se preparen esos Directores Generales!
Ahora tienen un nuevo enemigo político. No soy sólo un médico más. Soy un
médico con mucha información sobre ellos. Creo que hay un partido político en
la oposición que estaría encantado con tenerme de colaborador.
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