miércoles, 3 de junio de 2020

Fermín, José Luis


FERMÍN
Fermín era el tonto de la clase en el colegio. No se puede llamar acoso escolar a lo que le hacíamos los compañeros porque en aquella época nadie lo llamaba así. En el aula unos pocos se dedicaban a burlarse de él y al resto nos resultaba indiferente, pero nunca lo defendimos. Siempre respondía a las burlas con su silencio y enrojeciendo su cara de forma alarmante. Quizá fue por su aspecto fofo y regordete, quizá porque nunca decía nada ni se quejaba el caso es que nunca vi que nadie le pegara.
En el recreo siempre se sentaba solo, con su bocadillo mientras los demás jugábamos al fútbol con una pelota de papel o a perseguirnos con el "tú la llevas". A nadie le importaba su soledad ni que nunca sonriera. Sus amigos, si los tenía, serían de su pueblo. Llegaba y se marchaba en tren de cercanías. 
Fue toda una sorpresa encontrarlo en la Facultad de Medicina. Como hijo de los panaderos del pueblo me lo imaginaba trabajando en el negocio familiar ya que nunca había sacado notas brillantes. Me sorprendió verlo en la Universidad. Tenía que haber logrado una nota muy alta en los exámenes de selectividad para conseguir el acceso a la facultad que yo había elegido. Me dejó la impresión que era mentalmente mucho más fuerte que lo que creía.
Mi relación con él fue cordial. Lo saludaba como ex-alumnos que éramos del mismo colegio pero no hice amistad con él. Pocas veces hablamos entre las clases ya que ninguno de los dos quería compartir los recuerdos de nuestro pasado.
A él le costó bastante acabar la carrera. Lo logró cuando yo estaba acabando el MIR de médico rehabilitador.
Le perdí la pista durante algún tiempo hasta que me enteré de que lo acababan de nombrar Consejero de Sanidad tras las elecciones al gobierno de la Comunidad Autónoma. Enseguida juzgué que la decisión había sido un gravísimo error del partido político en el poder. No lo veía capacitado para un puesto de tan alta responsabilidad.
Mi sorpresa aún fue mayor cuando, días más tarde, acabando la consulta me llamó el director del hospital para que me presentara en su despacho en cuanto acabara con mis pacientes. Me comunicó que el nuevo Consejero de Sanidad había preguntado por mí y que requería mi presencia en la sede de la Consejería al día siguiente.
Tuve miedo de Fermín. Pensé en una venganza por su parte. Aparte de él yo era el único médico de aquella clase en el colegio e imaginé sus ganas de devolver lo que, por activa o por pasiva, le hicimos pasar.
A mi llegada encontré a otros médicos de mi misma promoción. Nos fuimos presentando y pudimos comprobar que todos éramos de especialidades médicas y hospitales diferentes. Fermín nos recibió a todos juntos. Nos alabó por nuestro recorrido profesional y nos contó su verdadera intención. Pretendía que fuéramos sus asesores sin dejar de trabajar en los hospitales donde estábamos destinados. La forma legal para hacerlo era crear un equipo consultivo del cual formaríamos parte sólo los presentes en la reunión.

Sentí un gran descanso en ese momento e imaginé un Fermín menos vengativo y deseoso de saber de primera mano lo que estaba sucediendo en los hospitales y que no se fiaba nada de los directores generales que su partido estaba colocando en la Consejería, políticos con mucha historia en el partido. Para que ninguno se echara atrás la pertenencia a este equipo consultivo estaba especialmente bien remunerada. Con una o dos reuniones mensuales casi doblábamos el sueldo. Ninguno de los presentes renunciamos a aquella bicoca.
La cordialidad fue patente en las primeras reuniones. Al principio nos pidieron que les informásemos de las mejoras que se podían hacer en los hospitales de donde proveníamos. De las propuestas que yo llevé, supervisadas por mi director de hospital, enseguida hicieron caso a las dos que apenas costaban dinero, del resto nada de nada.
En el hospital los compañeros empezaron a pensar que yo era del partido gobernante. Yo lo desmentía diciendo que siempre había pasado de la política. En principio no me importaron demasiado sus insinuaciones, pero las cosas cambiaron ese mismo año.
Como dice el viejo refrán "nadie da duros a cuatro pesetas". Poco a poco las reuniones del equipo consultivo dejaron de ser cordiales. Empezaron a pedirnos información que no tenía que ver con la Sanidad. Las preguntas sobre qué médicos estaban en contra de la Consejería me hicieron sentirme fuera de lugar. Me abstuve de presentar ningún informe al respecto. Lo justifiqué diciendo que en el hospital me consideraban del partido y ningún médico hablaba mal de la Consejería delante de mí. No me sentía cómodo en aquel equipo, pero el dinero que estaba ganado me venía muy bien. Me permitía vivir holgadamente pese a la importante hipoteca de mi piso y a que mi mujer apenas ganaba dinero ya que se dedicaba a su tesis doctoral.
Los problemas serios empezaron con una medida especialmente polémica de la Consejería. Decidieron implantar como obligatoria la vacuna contra el papiloma humano en todas las adolescentes. El coste lo asumiría íntegramente la Consejería. Hubo detractores en todos los hospitales, pero fue el compañero de la promoción que representaba a los pediatras quien se mostró especialmente duro dentro del equipo. Defendió que era un coste desproporcionado y además comprado íntegramente a una única empresa farmacéutica, que los estudios realizados demostraban que la fiabilidad de la vacuna era extremadamente baja y que los efectos secundarios podían ser muy graves.
En la siguiente reunión no hubo ningún representante de pediatría. Fermín nos informó de la dimisión de nuestro compañero. Su cara se puso igual de roja como se le ponía en el colegio cuando dijo la palabra "dimisión". Verlo así casi me causa rubor también a mí.
Lo que sucedió en el mes siguiente dio la razón al pediatra. Unas cuantas niñas tuvieron que ser hospitalizadas tras la vacuna y dos de ellas acabaron en cuidados intensivos. La siguiente reunión del equipo tenía el aspecto de un funeral. Casi nadie hablaba. Nos limitábamos a contestar lo más escuetamente posible las preguntas que Fermín nos hacía. Cuando acabó la reunión todos se marcharon rápidamente y yo aproveché para quedarme a solas con él.
-Fermín nos conocemos desde hace demasiado tiempo y quisiera comentar algunas cosas contigo, al margen del equipo consultivo ¿Podemos hablar ahora?
Se quedó mirándome fríamente y luego su gesto cambió. Me dijo que sí pero que debía hacer un par de llamadas. Tras quince minutos de espera salió de su despacho y me invitó a cenar.
En el restaurante se desahogó. Me contó que si estaba en política era porque su padre era un antiguo y bien considerado militante del partido. Que él quería ser médico y lucho por ello. Su padre quería obligarle a seguir con el viejo negocio familiar. Para su descanso, su hermana menor había acabado haciéndose cargo de la panadería. Fue su padre quien lo afilió y quien hizo presión para que ocupase un puesto de responsabilidad.
Cuando le pregunté cómo había llegado tan alto sin haber ocupado nunca otros cargos en el partido volvió a sorprenderme, esta vez con su sinceridad.
-Estoy donde estoy porque era la única persona que mantenía el equilibrio dentro de las familias del partido. Yo era y soy un don nadie fácilmente manipulable por sus directores generales. Por eso creé el equipo consultivo y por eso no hay ningún director general dentro de ese equipo.
Me quedé boquiabierto. No me lo esperaba y me di cuenta que no conocía a Fermín. Asumí que para saber algo de alguien lo primero es acercarse a él y yo nunca lo había hecho. Ante mi silencio prosiguió.
-La burrada de las vacunas procede del Director General de Farmacia y productos sanitarios. Tiene vínculos a través de la cuñada de su mejor amigo con la empresa farmacéutica que se ha quedado el contrato de las vacunas. Empresa que, por otra parte, financia generosamente al partido.
-¿Lo vas a denunciar?
-No tengo pruebas, sólo indicios.
-¿Por qué no dimites?
-No es tan fácil. Nada más salir lo de las hospitalizaciones de las niñas me llamó el Presidente para decirme que todo el gobierno y el partido están conmigo y que me van a defender a capa y espada. Lo que traducido fuera del ámbito político quiere decir que tú no te mueves de ahí.
-En cualquier caso, cuando se enfríe la situación, te irás.
-No creo que me dé tiempo. En el partido ya estarán buscando quien me sustituya. Serán ellos quienes me digan cuándo he de presentar la dimisión. Esto funciona así. No me dejan moverme ahora para que yo cargue con la responsabilidad y, cuando todo haya pasado, vendrá quien me sustituya. Así el nuevo no tendrá que dar la cara por toda esta mierda.
-¿Cuándo crees que te van a sustituir?
-Cuando las vacunas ya no hagan ruido en los medios de comunicación. Antes ningún sustituto querría ocupar mi sitio.
-Me has dejado sin palabras. Lo que te iba a contar son tonterías comparado con lo que me has dicho –le dije ocultando que mi intención era la de abandonar también el equipo consultivo -
-Esto es la política. Cuanto más arriba llegas más fuerte es la caída. Nunca debí haber aceptado este puesto. Me hicieron creer que estaba capacitado y mi padre fue el que más me empujó para que lo aceptara ¡Se siente tan orgulloso de mí!

Tras pensar un momento en lo que me estaba contando noté que había algo no me cuadraba. Le pregunté abiertamente.

-Me extraña mucho que me hayas contado todo esto a mí ¿No tienes amigos a quién contárselo?
-Sabes que no hice amigos en el colegio. Estando en la Universidad entré en el partido. Mis amigos son del partido y no pretendo mover nada en ese ámbito. Además creo que más de uno me traicionaría.

Me sentí mal por él y me di cuenta de dónde me había metido al aceptar ser miembro del Equipo Consultivo. Para toda la Consejería de Sanidad yo era ahora un hombre de confianza de Fermín por lo que, cuando él ya no estuviese en el cargo, yo me quedaría como “el amigo del de las vacunas”.

En esos pocos meses como miembro del Equipo consultivo el director de mi hospital me dijo que me facilitaría la incorporación a la dirección técnica del hospital. Un puesto equivalente al número dos del escalafón. Me podía despedir de ello. Me hacía ilusión ya que mi ascenso en el Servicio de Rehabilitación era muy difícil teniendo varios buenos especialistas por delante de mí.

En ese momento me salió la vena asistencial y me dije que era el momento de olvidarme de mí y centrarme en Fermín. Quería ayudarle pero no sabía cómo hacerlo. Me acordé de mi mujer y se me ocurrió algo que decirle a Fermín.

-Permíteme que te hable de lo que más daño te está haciendo.
-¿De qué?
-De cómo vives la relación con tu padre.

Le cambió la cara. Me miró con odio y dijo:

-¿Qué tienes que decirme de mi padre? -dijo con la cara enrojecida-
-Nada. No lo voy a juzgar. Él ha hecho lo que ha considerado mejor para su hijo. Es tu forma de relacionarte con él lo que te hace daño.

Ahora fui yo quien le sorprendió.

-¿Tú eres médico o psicólogo?
-Mi mujer es psicóloga y está haciendo su tesis doctoral estudiando la respuesta de los enfermos en relación a sus relaciones personales. No lo típico de las relaciones conflictivas sino lo que ella llama las relaciones tóxicas.
-¿Qué te hace pensar que tengo una relación tóxica con mi padre?
-Tu padre ha dirigido toda tu vida. En los pocos minutos que me has hablado él ha estado presente en todas las decisiones importantes que has tomado. No me extrañaría que una de las llamadas de teléfono que has hecho mientras te esperaba en la Consejería haya sido a tu padre.

La cara de Fermín se volvió a enrojecer mientras yo proseguí.

-Y ahora la pregunta más importante que puedes hacerte para saber si la relación con tu padre es tóxica o no ¿Cuántas de las decisiones importantes de tu vida han sido verdaderamente tuyas?


Tras un rato no demasiado largo de silencio me dijo que ninguna. Que de varias de ellas se sentía verdaderamente arrepentido. Consideró la peor de todas haberse metido en política.
Me pidió pasar consulta con mi mujer de la forma más discreta posible. Debido a la apretada agenda de un consejero autonómico le fastidié los sábados por la mañana a Irene. Ella no se quejó. Quizá esa fuera la única ocasión en su vida de atender a un político de ese nivel. Salí de aquella cena orgulloso de mi mismo y con ganas de contarle las novedades a Irene.

En los siguientes meses la batalla de las vacunas se extendió a todas las comunidades autónomas. El nombre de Fermín pasó a un segundo plano y la firme defensa de su partido del uso obligatorio de las vacunas puso en primera línea de la prensa a la Ministra de Sanidad.

Entre tanto Fermín realizó cambios en la cúpula de la Consejería. Acabó, con el beneplácito de sus directores generales, con el equipo consultivo pero me pidió que dejara provisionalmente mi puesto de trabajo para ser su asesor personal. No dudé en aceptar. Aquello era un reto. Pensé también que si llegaba la ocasión de ser el número dos mi hospital entraría allí con mucha experiencia en dirección médica.

En la dirección de la Consejería se encargaron de hacer llegar a al prensa que procedíamos del mismo colegio y que éramos amigos desde la infancia. Con ello nadie del partido gobernante puso pegas a mi nombramiento.

Las consultas con Irene estaban ayudando mucho a Fermín. Estaba consiguiendo una transformación personal significativa. Lo primero que aprecié fue que ya no se ponía rojo en público. Fermín empezó a tomar decisiones de forma sosegada y sin consultarlas con su padre. Esto no le sentó nada bien a su padre que pasó a considerarme su peor enemigo político y eso que yo no me afilié al partido. Tenía claro que yo estaba temporalmente allí y que trataría de disfrutar de lo que viniera.

En poco tiempo mi trabajo con Fermín me hizo aprender muchas cosas del funcionamiento de la Consejería que desconocía y, sobre todo, me permitió conocerlo. No era la persona enganchada al poder que había imaginado cuando me enteré de su nombramiento. Me escuchaba y aceptaba mis consejos. Nos tuvimos que enfrentar casi todos los días a nuevos problemas. Muchos días pasábamos más de 12 horas juntos. El compañerismo fue nuestra herramienta de trabajo. Me sentía muy cerca de Fermín y tenía la sensación que ambos trabajábamos por un mismo objetivo. No era hacer política. Para esos ya estaban los Directores Generales. Lo nuestro era  llevar la gestión de un servicio público.

Cada visita de uno de ellos era habitualmente una trampa para sacar más dinero, o para hacerse fuerte en su cargo, o para postularse como sustituto de Fermín. Bromeábamos con montar una rifa entre ellos para que el ganador fuera el sustituto -Al menos sacaríamos de ellos algo- me decía. El apelativo más cariñoso que él usaba para referirse a sus Directores Generales era el de aves carroñeras.


A ninguno de ellos lo veíamos trabajar. Para eso ya estaban los funcionarios de alto rango que, con bastante sensatez, mantenían la consejería en funcionamiento. Más de una vez era yo quien me reunía con ellos, de funcionario a funcionario, para enterarnos de los problemas reales de la Consejería. De paso descubríamos lo que los Directores Generales trataban de ocultarnos y hacíamos nuestras las propuestas de los verdaderos gestores.

Lo mejor de aquella época fueron nuestras comidas de trabajo. Fermín había iniciado su confianza conmigo en un restaurante y en esos establecimiento siempre pudimos relacionarnos con mucha naturalidad. Menos de trabajo hablamos de casi todo. Era el lugar para las bromas, los chistes sobre políticos, las confianzas y las confidencias. Él estaba completamente al día de todos los “líos de faldas” dentro del partido. Rita, su novia, le mantenía al día de todas esas novedades. Ella tenía un grupo de amigas perfectamente informadas. Delante de mí Fermín las llamaba “el clan de las arpías”. Ellas transmitían una información mucho más importante de lo que parecía ya que esos líos le podían costar a algunos su carrera política.

Pero Fermín callaba sobre otras confidencias más personales. Cuando trataba de hablar de su padre me decía que ese tema lo llevaba con su psicóloga y ella le había prohibido tratarlo en cualquier otro ambiente. Cuando yo sacaba ese tema, aunque fuera de forma colateral, su respuesta habitual era que hablásemos de cosas más divertidas. Aceptada de buen grado que no hubiera una confianza plena con alguien que no le ayudó cuando, de niño, más lo necesitaba.

Fermín también me mantuvo alejado del entorno político los fines de semana. Era habitual que se hiciesen reuniones de militantes con sus parejas. Él nos excusaba diciéndoles que nosotros no éramos del partido, pero yo sabía que él quería que no se le relacionase en ese ambiente con Irene. Yo me sentía más libre con esa decisión y estaba contento de no relacionarme con el “clan de las arpías”, pero también era consciente que me perdía mucha información interesante para mi nuevo trabajo.

Entre semana yo iba siendo cada vez más conocido por todos los cargos públicos y funcionarios de la dirección de la Consejería. Me iba ganando el respeto en aquel entorno. Me di cuenta que allí estaba mejor valorado ser médico que un buen gestor. Se pensaba que los que veníamos de la atención directa sabíamos lo que de verdad hacía falta y en parte no les faltaba razón. Aquellos trabajadores me consideraban el autor del cambio que se estaba produciendo en Fermín. Ellos no sabían que era Irene la que en verdad lo ayuda. He de reconocer que me sentía muy alagado de ese reconocimiento y contento con el trato que recibía.
Cuando yo daba cualquier indicación era como si la diera el propio consejero. Empecé a vivir ese poder sin juzgarlo y estaba muy cómodo con él. Hasta ese momento no sabía lo que era dar una orden y que todos obedecieran. Además Fermín se permitió sesiones extras con Irene entre semana y me dejó al cargo en la Conserjería. Era una sensación muy agradable tomar posesión del despacho del consejero, aunque sólo fuera por un rato, y mirar el despacho desde su asiento. Sentado allí me di cuenta de cuanto me gustaba mi nuevo trabajo de asesor.

Un buen día Fermín, tras la reunión semanal del Gobierno de la Comunidad Autónoma, me dijo que nos iríamos a comer juntos a su casa. Allí, sin posibilidad que nadie más nos oyera, me dijo:

-Dejaré la Consejería en breve. Lo he hablado con el presidente y ya tienen un sustituto para mí.

Me esperaba que Fermín no siguiera en el gobierno toda la legislatura pero no que se fuera tan pronto. Me sentí descolocado ya que estaba muy a gusto con mi nuevo rol en la Consejería y le dije:

-Yo volveré a mi trabajo, pero ¿Tú dónde irás? Dejaste tu consulta de medicina general en un hospital privado que ya no existe ¿No te interesa quedarte algo más de tiempo?
-No. Ya le he planteado al Presidente mi decisión y le he contado mi situación laboral. Me ha dicho que no me va a dejar en la estacada, que le pidiera lo que quisiera.
-No me dejes en ascuas. Cuéntame.
-Le he pedido que me ayude a irme a Extremadura. Que quiero ser médico de pueblo donde nadie quiera ir.

Fermín no había perdido su capacidad de sorprenderme. Volvió a decirme algo que se salía de mis esquemas y no me esperaba. Además me dejó sin argumentos para tratar de convencerle de que siguiera en su cargo más tiempo. Él prosiguió:

-Ya lo he hablado con Irene. Es una de las cosas que me hizo trabajar más. Decidir lo que quiero hacer con mi vida sin que nadie más intervenga en la decisión. Como imaginarás mi padre no lo sabe y se enterará de ello cuando ya esté de camino.

Fermín no se fue de vacío. Antes de irse y aprovechando una directriz de la Consejería de Hacienda que obligaba a hacer recortes normalizó el gasto de cada dirección general. Así quien había tenido un incremento de gasto un año al siguiente tendría una disminución. La Dirección General de Farmacia y productos sanitarios tendría serios problemas incluso para pagar el gasto farmacéutico corriente. El próximo político al que mirarían mal sería al que ocupaba esa dirección general.

La citada directriz le sirvió para más cosas. Fermín limitó el gasto máximo en dietas y desplazamientos de todos los cargos públicos de la Consejería y bloqueó la posibilidad de que los pudieran subir. Fui yo el causante de ello. Le explique a Fermín que la mejor forma de que quien viniera detrás no pudiera desbloquearlo era gastarse el dinero disponible. Le recomendé como hacerlo y conseguí que se ocuparan una buena parte de las vacantes de médico existentes en la región.

El equipo médico de mi hospital me recibió como un héroe a mi regreso a la consulta externa de Rehabilitación. Conseguir ocupar vacantes en época de recortes era todo un éxito y todos pensaron, en este caso con razón, que yo había sido quien había conseguido esos contratos para nuestro colectivo. Me costó un poco volver a la dinámica de mi trabajo después del período en la Consejería. Aquello había sido como un chute de poder que tenía que soltar. No me dieron mucho tiempo para hacerlo. Rápidamente se acabó la alegría y buen rollo.


A las dos semanas de la toma de posesión del nuevo Consejero de Sanidad me comunicaron por escrito que dejaba de hacer guardias y además salía mi puesto de trabajo a concurso. Por una parte las guardias era el único ingreso extra que tenía además de mi sueldo básico de médico. Por otra yo tenía la plaza de médico rehabilitador ganada en la comunidad autónoma pero mi destino era provisional y ahora cualquier otro médico rehabilitador podía optar a mi puesto de trabajo.

Me puse en contacto con el director del hospital que esperaba mi visita. Me dijo que él no había provocado el concurso de mi puesto de trabajo. Cuando le pregunté por las guardias fue muy parco en palabras pero también muy claro.

-Órdenes son órdenes.
-¿Vienen de muy arriba?
-De lo más alto.

El concurso lo ganó un médico con una formación similar a la mía pero bastante más veterano  que yo. Me mandaban, sin un puesto de trabajo fijo, a un hospital que estaba a casi 200 kilómetros de mi casa. Estaba pagando un precio muy alto por haber sido el asesor del anterior consejero y, posiblemente, por los consejos que le di. Pensé que si me habían quitado todo lo que podían de golpe era porque no podían despedirme al tener la plaza en propiedad. Me daba miedo que los que detentaban el poder me demostrasen tanto odio.

Esta faena no solo era cosa del nuevo Consejero. Todos los Directores Generales también estarían encantados de mi linchamiento.

Estaba bien jodido en aquel nuevo destino, sin guardias y teniendo que alquilar un apartamento para vivir de lunes a viernes lejos de mi ciudad. Mi pensamiento habitual en mi primera semana de trabajo era como podría pagar la hipoteca del piso. Mi consuelo era que los fines de semana los podía pasar con mi mujer.

El primer sábado que regresé junto a Irene nos quedamos en casa. A la hora del aperitivo Irene preparó un espectacular picoteo, cervezas bien frías y, con la mesa llena, me trajo un antiguo ejemplar del periódico regional. Ella había marcado un artículo de opinión que hablaba de la caída de Fermín al que consideraban un globo que habían inflado para subirlo a Consejero y que había explotado.

Irene me explicó que cuando lo leyó no quiso mostrármelo ya que yo estaba preparando la documentación del concurso. Me invitó a leerlo y cuando acabé me preguntó:

-¿Qué te parece la noticia?
-Aunque tienen razón me parece que tratan de forma injusta a Fermín. Y me alegro de no salir en la noticia viendo cómo lo han tratado.
-Para mí es totalmente cierta la primera parte de la noticia. Él era un globo al que habían hinchado pero Fermín no ha explotado. Lo lanzaron hacia arriba como a un globo, pero no lo pincharon.  Cayó despacio y llegó suavemente al suelo. El mundo de la política es como el mundo del espectáculo. Los que entran en él son lanzados hacia arriba con fuerza y poco a poco caen. No llegan al suelo si los vuelven a impulsar. Pero al final todos caen, todos caemos de una forma u otra.
-Muy poético lo que dices Irene pero ¿Por qué consideras que no ha explotado como dice el periódico?
-Porque no aceptó proseguir. No fue el Presidente Regional el que impuso al sustituto, fue él quien lo buscó. Con las aguas calmadas no les interesaba a los del partido que se fuera. Había sabido capear el temporal.
-¡No me dijo nada de eso!
-Yo le dije que no se lo contara a nadie y veo que me hizo caso. Tenía que romper con su pasado. Se ha dejado aquí a su padre, sus bienes y hasta la medio novia que tenía que también es del partido.
-Pero ha sido el partido quien le ha abierto la puerta de irse a Extremadura.
-Es lo que le cobra por los servicios prestados. Me dijo que cuando tenga en propiedad la plaza de médico se dará de baja.

Quería saber más cosas de Fermín hacía demasiado tiempo que no hablaba con él y sabía que seguía en contacto con su psicóloga. No suelo meterme en el trabajo de Irene, pero hablando de Fermín yo también estaba interesado. Ella lo entendió y se permitió contarme confidencias.

-Me parece que la marcha de Fermín se asemeja más a una huida hacia adelante que a otra cosa – le comenté a Irene-
-No es una huida hacia adelante, es una ruptura de cadenas. Fermín nunca vivió su vida. Ni tan siquiera de niño con la pandilla de impresentables que tenía por compañeros –dijo mirándome con desdén y prosiguió- Siempre se sintió solo y se dejó arrastrar por su padre primero y por el partido después.
-¿Cómo es posible dejarse arrastrar por un partido si nunca has comulgado con su ideología? Como en el caso de Fermín.
-El partido fue el primer grupo no familiar en su vida en el que fue aceptado. Allí se sentía cómodo y no fallaba ni a los mítines ni a las reuniones por pesadas que estas fueran. En el partido si bien no lo veían brillante lo veían fiel y lo consideraban de los suyos. Nunca le habían tenido en consideración hasta entonces.
-Si es el único punto en el que se podía apoyar fuera de la familia ¿Por qué lo va a dejar ahora?
-Porque por fin ya ha empezado a considerarse a sí mismo como un ser válido y ha dejado de necesitar apoyos externos.
-Aun así me extraña su ruptura con Rita. Aunque ella sea del partido una cosa son los amores y otra como se sentía con el partido.
-En los amores de partido priman muchas veces los intereses. Al principio era Fermín quien iba detrás de Rita sin que esta le hiciera mucho caso, pero en cuanto fue nombrado Consejero de Sanidad la situación dio la vuelta como una tortilla. Como comprenderás esto mosqueó mucho a Fermín, pero como a él le gustaba mucho la chica se aprovechó de su momentáneo interés y enrolló con ella. Ahora que se va a un pueblecito de Extremadura hace bien en romper. Ella busca otro tipo de vida y en poco tiempo habría sido Rita quien hubiera roto la relación.
-¿Por qué eligió Extremadura?
-Él está empezando a considerarse válido y para que esto cuaje sentía que tenía que irse a un pueblo donde lo recibieran de entrada con los brazos abiertos. No eligió específicamente Extremadura. Estuvo un par de semanas mirando destinos vacantes en distintas regiones con poca densidad demográfica. Eligió primero el pueblo y luego se movió para pedir ese destino. Además recuerda que Fermín es de pueblo y le atrae la expectativa de vivir en uno de ellos.

Como me estaba pasado muy a menudo desde que Fermín entró en mi vida de lleno volví a quedarme sorprendido y sin palabras. Recordé la impresión que me causo verlo por primera vez en la facultad. Lo que me estaba contando mi mujer refrendaba esa sensación de fuerza interior de Fermín que había aprendido a valorar en el breve e intenso período en el que trabajé con él. Mi silencio momentáneo lo aprovecho Irene para decirme:

-Además estábamos invitados para ir a Cilleros, el pueblo donde ha conseguido que lo destinen. Nosotros tenemos el honor de ser lo único que quiere conservar de su tierra natal.

En ese momento me di cuenta que, pese que a la faena que me habían gastado en mi trabajo por haber sido su asesor, me sentía orgulloso de ser amigo del tonto de la clase.

Fermín me demostró que con su esfuerzo consiguió lo que quería. Yo lo iba a imitar ¡Que se preparen esos Directores Generales! Ahora tienen un nuevo enemigo político. No soy sólo un médico más. Soy un médico con mucha información sobre ellos. Creo que hay un partido político en la oposición que estaría encantado con tenerme de colaborador.

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