domingo, 10 de mayo de 2020

Sin título


Eran las once y media de la noche. Como cada noche salió al balcón a fumarse un cigarro. Hacía frio. Era una noche tranquila y silenciosa. La luna llena se reflejaba en el mar. Silencio absoluto salvo por el sonido de las olas. Al final del espigón le pareció ver la figura de una mujer sentada al borde de las rocas. Miró al suelo, miró al techo. Se frotó un ojo, luego el otro. Volvió a mirar al espigón. Sí, ¡Ahí seguía! ¡Una mujer! Una mujer vestida con lo que parecía un camisón de color blanco. La luna llena no solo se reflejaba en el mar. Podía ver a esa mujer perfectamente. ¿Qué hacía ahí? Llamaré a la guardia civil, pensó. ¿Y para qué? ¿Y si solo está escuchando el mar y el silencio que viene después? A él le encantaba el sonido de las olas y la soledad del invierno. Pero ¿Quién baja en manga corta a un espigón en pleno invierno? En ese momento la mujer se levantó. ¿Qué iba a hacer? Se dió la vuelta, abrió sus brazos en cruz, y se lanzó al agua. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Lo sabía! ¡Debería haber llamado a la guardia civil! Corrió pasillo abajo hasta el dormitorio y cogió el móvil. Marcó. 062.
-Guardia civil, ¿Dígame?
-Oiga, mire, que una mujer se acaba de tirar al agua aquí en el espigón, y llevaba un camisón de manga corta, y eso en pleno invierno, y claro, y yo debería haber pensado que iba a tirarse al agua, que era una suicida, pero claro…
-A ver caballero. Tranquilícese. ¿Qué espigón?
-Pues el espigón. ¡El espigón! ¡Que se ha tirado al agua! ¡Que son las doce de la noche y hace frio!
-¡Pero caballero! ¡Dígame donde ha sido eso exactamente por favor!
-¡Oiga! ¡Pero mande a alguien ya! ¡Un helicóptero! ¡Buzos! ¡A los swat! ¡Al pentágono!
-¡Pero señor! ¡Si no se calma y me dice dónde ha sido no puedo mandar a nadie!
-¡Aquí! ¡Aquí! ¡En el espigón que linda entre las playas de medicalia y Puig Val! ¡Que se ha tirado al agua joder! ¡Al agua!
-Vale señor. Tranquilo. Vamos para allá.
Desde el balcón pudo ver cómo llegaban varias patrullas de la Guardia Civil al lugar y se adentraban en el espigón. Veía las luces de sus linternas arriba y abajo. Estuvieron en el lugar un buen rato, incluso una de las patrullas recorrió las dos playas desde la orilla mientras los otros seguían en el espigón, buscando. Al cabo de una hora se marcharon. Volvió a llamar al 062.
-Guardia civil, ¿dígame?
-Oiga soy el que ha llamado antes. El de la mujer en el espigón digo.
-Sí señor. Hemos mandado a varias de nuestras patrullas. Han recorrido la zona y no han visto nada.
-¿Y ya está? ¡Pero yo le digo que la he visto tirarse al agua!
-¡Y yo le digo que nuestras patrullas no han visto nada!
-Pero, ¿Y el helicóptero? ¿Y los buzos? Esa mujer se puede estar ahogando ahora mismo…
-Caballero, es la una de la mañana. Váyase a dormir. ¡Buenas noches!
Pi pi pi…
Estaba muy seguro de lo que había visto. Había visto a una mujer arrojarse al agua. Él supuso que había querido suicidarse, pero también podía ser que solo quisiera darse un chapuzón en camisón, de madrugada, en una noche de invierno cerrada y fría. Claro que sí. Muy lógico todo. El guardia tenía razón. Era la una de la mañana, hacía frío y tenía sueño. Por hoy ya estaba bien. La mujer no había aparecido por ningún lado, y ya no sabía bien qué pensar. Si tenía alucinaciones, si realmente se había suicidado, si era nadadora profesional de camisón, o si era una sirena que había venido a darse una paseo por la playa. Ni siquiera la había visto pasear, pero lo de que era una sirena tampoco era tan descabellado. Si él tenía razón, mañana saldría en todos los medios: “Mujer encontrada muerta, ahogada en la playa de Medicalia.”. Y él diría: “¡Yo lo vi todo y llamé a la Guardia Civil!”. No. Mejor se callaría. Él era más de esos a los que les gusta pasar desapercibidos.
A la mañana siguiente sonó el despertador como siempre a las diez. Lo ponía a esa hora para no dormir hasta el mediodía y así poder bajar a su pobre perro, que a esas horas ya estaba rascando la puerta de casa y arrastrando el culo por el suelo. Trabajaba desde casa con horario libre, y a parte de a comprar, a correr, y a pasear al perro, salía muy poco y dormía mucho. Bajaría al perro y aprovecharía para pasar por el estanco. Ayer por la noche se fumó un paquete entero. Entre tanta tensión de si mujer muerta o mujer sirena había empalmado un cigarro tras otro sin darse cuenta. ¿Habría aparecido la mujer? Se puso el chándal y se asomó al balcón. Todo tranquilo. Afuera hacía frio. El mar estaba algo revuelto y la playa desierta. Si la mujer había aparecido desde luego no había sido en la playa de Medicalia. Su perro seguía rascando la puerta y arrastrando el culo por el suelo. Luego miraría las noticias de actualidad por Internet. Ahora era la hora del perro.
-Vamos Roco. Es hora de salir a la calle.
Pasó por el quiosco y por el estanco. Compro el periódico y un cartón de tabaco y se fue con Roco a tomar una café al bar del paseo. Lo mismo de cada día. Salvo lo de la misteriosa mujer en el espigón, hacía años que no le pasaba nada interesante.
-Buenos días paco. ¿Lo de siempre?
-Sí. Gracias.
Lo de siempre, lo de siempre… ¿Desde cuándo era la vida tan aburrida?
El camarero salió con su café con leche mientras él esperaba sentado en la terraza leyendo el periódico y fumándose un cigarro. De aquí a casa, pensó. Acaricio a Roco tumbado en el suelo a su lado. Parecía tan feliz…
-Llevas un día de perros, ¿Eh Roco?
Roco movió la cola y le pego una lametón en la mano.
-Tú sí que eres feliz, cabrón. Con poco tienes bastante.
Pegó un sorbo al café y siguió leyendo el periódico. Se encendió otro cigarro.
De camino a casa se acordó de nuevo de la mujer misteriosa. Seguía dándole vueltas y vueltas. ¿Que había visto? ¿Vió realmente algo? Teniendo en cuenta lo dicho antes, que esta era la primera cosa interesante que le ocurría en años, pues no podía pensar en otra cosa.
El día paso sin pena ni gloria y sin noticias en la prensa de la mujer, o sirena, o lo que quiera que fuera.
De nuevo las once y media de la noche. Salió al balcón con la esperanza de volver a verla. El mar estaba revuelto. Las olas rompían contra las rocas con furia. Luna llena. Hacia frio. Miró al espigón. ¡Joder estaba ahí otra vez! ¡Era ella! Vale. No se había ahogado. Tranquilidad. Pero, ¿Qué hacia ahí otra vez? Segunda noche consecutiva. Dos opciones: era una sirena o una nadadora profesional un poco rarita. Tercera opción: era una loca suicida a la que no le había salido bien el plan el día anterior. Siguió observándola un rato más. Como el día anterior, de repente la mujer se levantó, se dio la vuelta, puso los brazos en cruz, y se lanzó al agua de nuevo. Todo exactamente igual que la noche anterior.
Intentó seguirla con la mirada una vez la vió sumergirse en el agua, pero nunca volvió a verla salir de nuevo. Si era una nadadora, ¿Por qué no volvía a salir a la superficie? ¿Igual tenía una bombona de oxígeno esperándola bajo el agua y luego buceaba hasta la orilla? ¿En camisón de manga corta? ¿En serio, Paco? Todo eran preguntas y ninguna respuesta. Empezó a barajar seriamente la opción más surrealista de todas. Era una sirena. Lo único que parecía tener algo de sentido era eso. Pero, ¿Solo la veía él? ¿Habrían más como él viéndola cada noche en el espigón? Cuando se dió cuenta, era de nuevo la una de la mañana. El tiempo pasaba volando mientras miraba a esa mujer en camisón desde su balcón. Era hora de irse a la cama. Estaba casi seguro de que ella estaría bien.
De nuevo al día siguiente, y como cada día, su despertador sonó a las diez. Roco arañaba la puerta y restregaba su culo contra el suelo. Se puso su chándal y salió a la calle. Periódico, café, paseo y casa. En casa comida precocinada, siesta, Roco, trabajo, salir a correr, más cocina precocinada y de nuevo roco. Estaba sentado en el sofá leyendo un libro cuando sonó el teléfono. Las diez y media de la noche, ¿Quién sería?
-Diga
-Hola paco. Soy Carmen, la amiga de Nacho.
-¿Carmen? Esto… No caigo. Lo siento
-Sí. Nos vimos el otro día, en la inauguración del bar de Nacho. Estuvimos hablando un buen rato sobre Nietzsche. ¿Te acuerdas ahora?
-Ah sí. Nietzsche. ¡Cómo olvidarme de Nietzsche! Dime Carmen.
-Le pedí tu teléfono a Nacho. Me preguntaba si querrías salir conmigo a cenar mañana.
Se quedó pensando un rato. Si salía a cenar no estaría en casa a las once y media para poder ver a su mujer misteriosa otra noche más. Si es que la veía otra noche más, claro estaba. Si no se había ahogado o golpeado contra una roca o se la había comido un pez espada. No había peces espada en  estas playas. ¿Quizá un tiburón? ¿Quizá un calamar gigante la habría atrapado entre sus tentáculos gigantes?
-¿Paco? ¿Ese silencio es un sí o un no?
-Lo siento Carmen. Estaba pensando. Me encantaría, pero no voy a poder. Tengo muchas cosas que hacer. Trabajo. Ya sabes
-Creí que tenías horario libre
-Y así es. Tan libre que llevo días sin hacer nada y ahora voy con mucho retraso. Muchas gracias por la invitación, pero la tengo que rechazar.
-Bueno. ¿Quizá más adelante? ¿La semana que viene por ejemplo?
-Quizá más adelante. De momento debo dedicarme a trabajar. Ser un poco vago a veces pasa facturas como esta. Lo siento.
-La semana que viene hablamos. Un beso y trabaja mucho estos días. ¡Me debes una cena!
-Un beso, Carmen. Adiós
Colgó el teléfono y sonrió. ¿Una mujer llamándole para pedirle una cita? El mundo se estaba volviendo loco.
En lugar de salir a cenar con Carmen, él solo podía pensar en su chica del espigón. Mi chica, pensó, y se echó a reír. Su chica era una lunática suicida que andaba entre las piedras de un espigón en manga corta en pleno mes de febrero para después tirase al agua. ¿Quién querría una chica así? Solo él.
Miró el reloj. Las once y media. ¿Estaría de nuevo ahí? Volvió a salir al balcón por tercer día consecutivo. De nuevo la mujer misteriosa estaba sentada en las piedras. Como cada día desde hacía tres noches. No paraba de preguntarse quién era, dónde vivía, de dónde había salido y cómo lograba lanzarse al mar y sobrevivir después de todo. ¿Tendría novio? ¿Sería todo aquello una apuesta? Sonaba a locura. Desde luego, si lo que intentaba era suicidarse, se le daba muy pero que muy mal. El mar seguía revuelto, y hoy era un día de mucho aire. Aún así, allí estaba ella, sentada en las rocas con su camisón blanco. Se quedó en el balcón mirándola ensimismado. Pensaba en bajar, en ir a buscarla. Deseaba conocerla y empezaba a obsesionarse con ella. Había dicho no a una cena con una mujer real solo para poder estar en su balcón mirando a su sirena una noche más. Cerró el balcón, cogió las llaves de casa, y bajó corriendo a la calle. Se dirigió rápidamente al espigón. Estaba oscuro. Subió las rocas y fue directo hasta el  final. Pudo verla a lo lejos allí sentada. Esperándole. Siguió corriendo hacia ella cuando de pronto la mujer se levantó, se giró, le lanzó un beso al aire con la mano, abrió los brazos en cruz, y se tiró al mar.
-¡No! ¡Espera! ¡Estoy aquí! ¡Espera!
Cuando por fin llegó al final del espigón, ella había desaparecido en el agua. ¿Ese beso era para él? ¡Desde luego que sí! ¡Allí no había nadie más! Se quedó mirando el mar esperando poder verla salir a la superficie. Esperando poder saber de dónde venía o a dónde iba. Cada noche se asomaba al balcón para verla llegar al espigón. Para averiguar algo sobre ella. Para verla caminar a la luz de las farolas. Pero ella simplemente aparecía en ese espigón sin más. No venía de ninguna parte. No iba a ninguna parte.  El oleaje era tan fuerte que era imposible ver nada. Más le valía a esa mujer ser una sirena en una noche como esa. Quizá lo era. Sí. Una sirena. Una sirena que había venido a buscarlo para sacarlo de su vida de mierda. Se imaginó viviendo en el mar con ella. Como en las películas.
-Vale Paco. Se te está yendo la cabeza. No es más que una mujer rarita y quizá inmortal. Nada más Paco. ¡Nada más!
Hacía muchísimo frio allí. Miró y miró en el mar, pero ella no aparecía. ¡Joder! ¡La había perdido! ¡Un minuto antes y habría podido alcanzarla! ¿Por qué no lo había esperado? ¿Por qué había saltado al mar aún a pesar de haberlo visto acercarse? ¿La había perdido para siempre?
Se fumó el ultimo cigarro entre las rocas mientras el frío viento golpeaba su cara. Cuando terminó se fue a casa. Eran las 2 de la mañana. Se metió en la cama e intentó dormir. Estaba muy nervioso. Con el corazón a mil por hora. Le pasaban mil cosas por la cabeza. Empezó a dar vueltas en la cama hasta que finalmente se durmió.
Al día siguiente sonó el despertador. Las diez de la mañana. Roco rascando la puerta. Pegó un bufido y se levantó de la cama. El día de la marmota. Él y Roco, Roco y él. Su trabajo. Algo de deporte. La llamada casual de una mujer casi desconocida invitándolo a cenar. Y una gran cantidad de rutina y desidia un día detrás de otro. Lo único que tenéa sentido ahora mismo en su vida era ella. La mujer del espigón. Ella. Mientras se ponía el chándal tomó una decisión. Debía conocerla. Sí. Iría al espigón de nuevo y se presentaría. Roco pego un ladrido y restregó el culo contra el suelo.
-Ya voy Roco. ¡Para ti es la vida!
Se levantó de un salto, le puso la correa al perro, y salió a pasear. Otro día más y él solo podía contar las horas para bajar al espigón por fin. Creía haberse enamorado de una sombra. ¿Qué sabía de ella en cualquier caso? Pero ese misterio que la envolvía… A él le había devuelto la ilusión. Las ganas de vivir. Deseaba que fueran las once y media de la noche para verla. ¿Acaso no era eso la vida? ¿Tener ganas de vivirla? Se le aceleraba el corazón solo de pensarlo. Por fin iba a saber quién era ella y qué quería de él. Su imaginación se desbordaba. La imaginaba con su gran cola de pez saltando entre las olas. Cualquiera que le hubiera oído hablar habría pensado que estaba como un capazo de gatos. La noche de antes llegó tarde, pero hoy sería diferente. Hoy llegaría a tiempo.
Pensó en llamar a Nacho, su único amigo, y contárselo todo. Pero Nacho ahora estaba demasiado ocupado con su nuevo negocio como para prestar atención a tonterías. Creía saber lo que le diría nacho: Nano, se te va la cabeza. No estás bien. Blablablá.
No. No le contaría nada a nacho. Por el bien de los dos.
El camarero le trajo su café con leche. Como siempre. Sonó el teléfono. Era Nacho.
¡Amigo! ¿Tenemos telepatía? ¡Justo ahora mismo estaba pensando en ti!
¡Paco! ¿Te ha llamado Carmen? Le di tu teléfono. Espero que no te importara.
-Sí tío. Me ha invitado a cenar. Le he dicho que no.
-¡Joder paco! ¡Necesitas salir! ¡Relacionarte!
-Mira nacho, ahora tengo mucho trabajo acumulado. No tengo tiempo de salir con nadie. Le dije que la semana que viene si eso. ¿Esto ha sido cosa tuya?
-Bueno… Ella me comentó que le pareciste un tío muy interesante, y bueno, yo he movido algunos hilos. Últimamente me preocupas.
-No tienes de qué preocuparte. Estoy bien. Y no tienes que mover hilos por mí. Te lo agradezco mucho, amigo, pero estoy bien. Sabes que siempre he sido un solitario.
-Bueno, no siempre… Pero desde el accidente…
-No hablemos de eso Nacho. Te juro que estoy mucho mejor. La semana que viene cenaré con Carmen. Iremos a tu nuevo restaurante. ¿Te parece bien?
-¡Claro que sí amigo! ¡Estoy deseando verte! Ando muy liado estos días, pero te llamo el lunes y hablamos de vuestro menú. Un abrazo.
-¡Un abrazo, amigo!
Se terminó su café y volvió a casa. Comida precocinada, siesta. En fin. Lo mismo de cada día. Solo podía contar los minutos que faltaban para ir al espigón y encontrarse con ella. Tenía tantas preguntas…
Después de cenar se tumbó en el sofá y puso una peli. Las diez de la noche. En una hora y media estaría allí, en las rocas, buscando a esa mujer que le esperaba cada noche hasta la medianoche antes de saltar al agua. Esa noche sería diferente. No la dejaría saltar. Hablarían durante horas. Se fumó un último cigarro. Miró el reloj. Las once y media. Se levantó del sofá de un salto, cogió las llaves de casa y salió corriendo hacia el espigón. Subió por entre las rocas y pudo verla allí a lo lejos. Se fue acercando despacio, sentía que el corazón se le iba a salir por la boca, y cuando por fin la tenía a menos de dos metros, cuando por fin podía hasta olerla, ella habló:
-Te estaba esperando.
-¿Quién eres? ¿Dónde vives? ¿Qué haces aquí cada noche?
-Me llamo Ana. Vivo en todas partes y en ninguna. Me lanzo al agua cada noche esperando poder volver a encontrarme conmigo misma. ¿Y tú? ¿Estás preparado?
-¿Preparado para qué? ¿Qué quieres de mí?
Ana seguía de espaldas a él. Podía ver su pelo negro, largo y rizado moviéndose al compás del viento. Quería verle la cara. Se acercó un poco más a ella desde un costado. Podía apreciar su piel pálida a través de las transparencias del camisón que llegaba hasta sus pies descalzos. Las olas la salpicaban con fuerza desde los pies hasta la cabeza, pero a ella parecía no importarle.
-Dime una cosa. ¿Eres feliz?
-¿Feliz? ¿Qué es ser feliz? Hace meses que no sé lo que es eso. El único atisbo de felicidad en mi vida desde hace mucho has sido tú.
-Lo sé. Te ofrezco un mundo nuevo de posibilidades. Te ofrezco todo lo que siempre has soñado. Yo puedo hacerte feliz.
-Yo solo quiero olvidar. ¿Quién eres, Ana?
-Soy tu ángel de la guarda. Tu salvadora. Te ofrezco el mar. El cielo. Puedo poner el mundo a tus pies. ¿Hace cuánto que dejaste de tomar tus pastillas?
-¿Mis pastillas? ¿Cómo sabes tú…?
-Hace meses que te espero cada noche aquí, sentada en las rocas. Creía que nunca vendrías. Que nunca estarías preparado. ¡Y por fin estás aquí!
Paco se quedó mirando a Ana. Ana, Ana, Ana… Se acercó un poco más a ella. Quería verle la cara. Sus manos en las rocas parecían fundirse con ellas. Como si ella misma emergiera de entre las piedras. Como si ella misma fuera una de esas piedras. En ese momento, Ana giro la cara y miró a Paco a los ojos. Paco pegó un respingo. ¡Era ella! ¡Su viva imagen! Sus ojos negros y brillantes, sus labios carnosos y sonrosados… ¡Era ella!
-Ana… yo… lo siento tanto…
-Te quiero. Siempre te he querido.
Paco se acercó aún más a ella y la acarició. Acarició su pelo y sus mejillas húmedas por el mar. Mientras tanto, ella seguía anclada a las piedras con sus manos.
-Me iría contigo al fin del mundo, preciosa.
En ese momento, Ana se levantó. Cogió a Paco de las manos, se acercó a él, y lo besó en la boca con dulzura.
-Salta conmigo- le dijo
A la mañana siguiente, la guardia civil rescató el cuerpo inerte de Paco flotando a pocos metros de la orilla.

María F.

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