Eran las once y media de la noche. Como cada noche salió al
balcón a fumarse un cigarro. Hacía frio. Era una noche tranquila y silenciosa.
La luna llena se reflejaba en el mar. Silencio absoluto salvo por el sonido de
las olas. Al final del espigón le pareció ver la figura de una mujer sentada al
borde de las rocas. Miró al suelo, miró al techo. Se frotó un ojo, luego el
otro. Volvió a mirar al espigón. Sí, ¡Ahí seguía! ¡Una mujer! Una mujer vestida
con lo que parecía un camisón de color blanco. La luna llena no solo se
reflejaba en el mar. Podía ver a esa mujer perfectamente. ¿Qué hacía ahí?
Llamaré a la guardia civil, pensó. ¿Y para qué? ¿Y si solo está escuchando el
mar y el silencio que viene después? A él le encantaba el sonido de las olas y
la soledad del invierno. Pero ¿Quién baja en manga corta a un espigón en pleno
invierno? En ese momento la mujer se levantó. ¿Qué iba a hacer? Se dió la
vuelta, abrió sus brazos en cruz, y se lanzó al agua. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Lo
sabía! ¡Debería haber llamado a la guardia civil! Corrió pasillo abajo hasta el
dormitorio y cogió el móvil. Marcó. 062.
-Guardia civil, ¿Dígame?
-Oiga, mire, que una mujer se acaba de tirar al agua aquí en
el espigón, y llevaba un camisón de manga corta, y eso en pleno invierno, y
claro, y yo debería haber pensado que iba a tirarse al agua, que era una
suicida, pero claro…
-A ver caballero. Tranquilícese. ¿Qué espigón?
-Pues el espigón. ¡El espigón! ¡Que se ha tirado al agua! ¡Que
son las doce de la noche y hace frio!
-¡Pero caballero! ¡Dígame donde ha sido eso exactamente por
favor!
-¡Oiga! ¡Pero mande a alguien ya! ¡Un helicóptero! ¡Buzos!
¡A los swat! ¡Al pentágono!
-¡Pero señor! ¡Si no se calma y me dice dónde ha sido no
puedo mandar a nadie!
-¡Aquí! ¡Aquí! ¡En el espigón que linda entre las playas de
medicalia y Puig Val! ¡Que se ha tirado al agua joder! ¡Al agua!
-Vale señor. Tranquilo. Vamos para allá.
Desde el balcón pudo ver cómo llegaban varias patrullas de
la Guardia Civil al lugar y se adentraban en el espigón. Veía las luces de sus linternas
arriba y abajo. Estuvieron en el lugar un buen rato, incluso una de las
patrullas recorrió las dos playas desde la orilla mientras los otros seguían en
el espigón, buscando. Al cabo de una hora se marcharon. Volvió a llamar al 062.
-Guardia civil, ¿dígame?
-Oiga soy el que ha llamado antes. El de la mujer en el
espigón digo.
-Sí señor. Hemos mandado a varias de nuestras patrullas. Han
recorrido la zona y no han visto nada.
-¿Y ya está? ¡Pero yo le digo que la he visto tirarse al
agua!
-¡Y yo le digo que nuestras patrullas no han visto nada!
-Pero, ¿Y el helicóptero? ¿Y los buzos? Esa mujer se puede
estar ahogando ahora mismo…
-Caballero, es la una de la mañana. Váyase a dormir. ¡Buenas
noches!
Pi pi pi…
Estaba muy seguro de lo que había visto. Había visto a una
mujer arrojarse al agua. Él supuso que había querido suicidarse, pero también
podía ser que solo quisiera darse un chapuzón en camisón, de madrugada, en una
noche de invierno cerrada y fría. Claro que sí. Muy lógico todo. El guardia
tenía razón. Era la una de la mañana, hacía frío y tenía sueño. Por hoy ya
estaba bien. La mujer no había aparecido por ningún lado, y ya no sabía bien
qué pensar. Si tenía alucinaciones, si realmente se había suicidado, si era
nadadora profesional de camisón, o si era una sirena que había venido a darse
una paseo por la playa. Ni siquiera la había visto pasear, pero lo de que era
una sirena tampoco era tan descabellado. Si él tenía razón, mañana saldría en
todos los medios: “Mujer encontrada muerta, ahogada en la playa de Medicalia.”.
Y él diría: “¡Yo lo vi todo y llamé a la Guardia Civil!”. No. Mejor se
callaría. Él era más de esos a los que les gusta pasar desapercibidos.
A la mañana siguiente sonó el despertador como siempre a las
diez. Lo ponía a esa hora para no dormir hasta el mediodía y así poder bajar a
su pobre perro, que a esas horas ya estaba rascando la puerta de casa y
arrastrando el culo por el suelo. Trabajaba desde casa con horario libre, y a
parte de a comprar, a correr, y a pasear al perro, salía muy poco y dormía mucho.
Bajaría al perro y aprovecharía para pasar por el estanco. Ayer por la noche se
fumó un paquete entero. Entre tanta tensión de si mujer muerta o mujer sirena
había empalmado un cigarro tras otro sin darse cuenta. ¿Habría aparecido la
mujer? Se puso el chándal y se asomó al balcón. Todo tranquilo. Afuera hacía
frio. El mar estaba algo revuelto y la playa desierta. Si la mujer había
aparecido desde luego no había sido en la playa de Medicalia. Su perro seguía
rascando la puerta y arrastrando el culo por el suelo. Luego miraría las
noticias de actualidad por Internet. Ahora era la hora del perro.
-Vamos Roco. Es hora de salir a la calle.
Pasó por el quiosco y por el estanco. Compro el periódico y
un cartón de tabaco y se fue con Roco a tomar una café al bar del paseo. Lo
mismo de cada día. Salvo lo de la misteriosa mujer en el espigón, hacía años
que no le pasaba nada interesante.
-Buenos días paco. ¿Lo de siempre?
-Sí. Gracias.
Lo de siempre, lo de siempre… ¿Desde cuándo era la vida tan
aburrida?
El camarero salió con su café con leche mientras él esperaba
sentado en la terraza leyendo el periódico y fumándose un cigarro. De aquí a
casa, pensó. Acaricio a Roco tumbado en el suelo a su lado. Parecía tan feliz…
-Llevas un día de perros, ¿Eh Roco?
Roco movió la cola y le pego una lametón en la mano.
-Tú sí que eres feliz, cabrón. Con poco tienes bastante.
Pegó un sorbo al café y siguió leyendo el periódico. Se
encendió otro cigarro.
De camino a casa se acordó de nuevo de la mujer misteriosa. Seguía
dándole vueltas y vueltas. ¿Que había visto? ¿Vió realmente algo? Teniendo en
cuenta lo dicho antes, que esta era la primera cosa interesante que le ocurría
en años, pues no podía pensar en otra cosa.
El día paso sin pena ni gloria y sin noticias en la prensa
de la mujer, o sirena, o lo que quiera que fuera.
De nuevo las once y media de la noche. Salió al balcón con
la esperanza de volver a verla. El mar estaba revuelto. Las olas rompían contra
las rocas con furia. Luna llena. Hacia frio. Miró al espigón. ¡Joder estaba ahí
otra vez! ¡Era ella! Vale. No se había ahogado. Tranquilidad. Pero, ¿Qué hacia
ahí otra vez? Segunda noche consecutiva. Dos opciones: era una sirena o una
nadadora profesional un poco rarita. Tercera opción: era una loca suicida a la
que no le había salido bien el plan el día anterior. Siguió observándola un
rato más. Como el día anterior, de repente la mujer se levantó, se dio la
vuelta, puso los brazos en cruz, y se lanzó al agua de nuevo. Todo exactamente
igual que la noche anterior.
Intentó seguirla con la mirada una vez la vió sumergirse en
el agua, pero nunca volvió a verla salir de nuevo. Si era una nadadora, ¿Por
qué no volvía a salir a la superficie? ¿Igual tenía una bombona de oxígeno
esperándola bajo el agua y luego buceaba hasta la orilla? ¿En camisón de manga
corta? ¿En serio, Paco? Todo eran preguntas y ninguna respuesta. Empezó a
barajar seriamente la opción más surrealista de todas. Era una sirena. Lo único
que parecía tener algo de sentido era eso. Pero, ¿Solo la veía él? ¿Habrían más
como él viéndola cada noche en el espigón? Cuando se dió cuenta, era de nuevo
la una de la mañana. El tiempo pasaba volando mientras miraba a esa mujer en
camisón desde su balcón. Era hora de irse a la cama. Estaba casi seguro de que
ella estaría bien.
De nuevo al día siguiente, y como cada día, su despertador
sonó a las diez. Roco arañaba la puerta y restregaba su culo contra el suelo.
Se puso su chándal y salió a la calle. Periódico, café, paseo y casa. En casa
comida precocinada, siesta, Roco, trabajo, salir a correr, más cocina
precocinada y de nuevo roco. Estaba sentado en el sofá leyendo un libro cuando
sonó el teléfono. Las diez y media de la noche, ¿Quién sería?
-Diga
-Hola paco. Soy Carmen, la amiga de Nacho.
-¿Carmen? Esto… No caigo. Lo siento
-Sí. Nos vimos el otro día, en la inauguración del bar de Nacho.
Estuvimos hablando un buen rato sobre Nietzsche. ¿Te acuerdas ahora?
-Ah sí. Nietzsche. ¡Cómo olvidarme de Nietzsche! Dime
Carmen.
-Le pedí tu teléfono a Nacho. Me preguntaba si querrías
salir conmigo a cenar mañana.
Se quedó pensando un rato. Si salía a cenar no estaría en
casa a las once y media para poder ver a su mujer misteriosa otra noche más. Si
es que la veía otra noche más, claro estaba. Si no se había ahogado o golpeado
contra una roca o se la había comido un pez espada. No había peces espada
en estas playas. ¿Quizá un tiburón? ¿Quizá
un calamar gigante la habría atrapado entre sus tentáculos gigantes?
-¿Paco? ¿Ese silencio es un sí o un no?
-Lo siento Carmen. Estaba pensando. Me encantaría, pero no
voy a poder. Tengo muchas cosas que hacer. Trabajo. Ya sabes
-Creí que tenías horario libre
-Y así es. Tan libre que llevo días sin hacer nada y ahora
voy con mucho retraso. Muchas gracias por la invitación, pero la tengo que
rechazar.
-Bueno. ¿Quizá más adelante? ¿La semana que viene por
ejemplo?
-Quizá más adelante. De momento debo dedicarme a trabajar.
Ser un poco vago a veces pasa facturas como esta. Lo siento.
-La semana que viene hablamos. Un beso y trabaja mucho estos
días. ¡Me debes una cena!
-Un beso, Carmen. Adiós
Colgó el teléfono y sonrió. ¿Una mujer llamándole para
pedirle una cita? El mundo se estaba volviendo loco.
En lugar de salir a cenar con Carmen, él solo podía pensar
en su chica del espigón. Mi chica, pensó, y se echó a reír. Su chica era una
lunática suicida que andaba entre las piedras de un espigón en manga corta en
pleno mes de febrero para después tirase al agua. ¿Quién querría una chica así?
Solo él.
Miró el reloj. Las once y media. ¿Estaría de nuevo ahí?
Volvió a salir al balcón por tercer día consecutivo. De nuevo la mujer
misteriosa estaba sentada en las piedras. Como cada día desde hacía tres noches.
No paraba de preguntarse quién era, dónde vivía, de dónde había salido y cómo
lograba lanzarse al mar y sobrevivir después de todo. ¿Tendría novio? ¿Sería todo
aquello una apuesta? Sonaba a locura. Desde luego, si lo que intentaba era
suicidarse, se le daba muy pero que muy mal. El mar seguía revuelto, y hoy era
un día de mucho aire. Aún así, allí estaba ella, sentada en las rocas con su
camisón blanco. Se quedó en el balcón mirándola ensimismado. Pensaba en bajar,
en ir a buscarla. Deseaba conocerla y empezaba a obsesionarse con ella. Había
dicho no a una cena con una mujer real solo para poder estar en su balcón mirando
a su sirena una noche más. Cerró el balcón, cogió las llaves de casa, y bajó corriendo
a la calle. Se dirigió rápidamente al espigón. Estaba oscuro. Subió las rocas y
fue directo hasta el final. Pudo verla a
lo lejos allí sentada. Esperándole. Siguió corriendo hacia ella cuando de
pronto la mujer se levantó, se giró, le lanzó un beso al aire con la mano, abrió
los brazos en cruz, y se tiró al mar.
-¡No! ¡Espera! ¡Estoy aquí! ¡Espera!
Cuando por fin llegó al final del espigón, ella había
desaparecido en el agua. ¿Ese beso era para él? ¡Desde luego que sí! ¡Allí no
había nadie más! Se quedó mirando el mar esperando poder verla salir a la
superficie. Esperando poder saber de dónde venía o a dónde iba. Cada noche se
asomaba al balcón para verla llegar al espigón. Para averiguar algo sobre ella.
Para verla caminar a la luz de las farolas. Pero ella simplemente aparecía en
ese espigón sin más. No venía de ninguna parte. No iba a ninguna parte. El oleaje era tan fuerte que era imposible ver
nada. Más le valía a esa mujer ser una sirena en una noche como esa. Quizá lo
era. Sí. Una sirena. Una sirena que había venido a buscarlo para sacarlo de su
vida de mierda. Se imaginó viviendo en el mar con ella. Como en las películas.
-Vale Paco. Se te está yendo la cabeza. No es más que una
mujer rarita y quizá inmortal. Nada más Paco. ¡Nada más!
Hacía muchísimo frio allí. Miró y miró en el mar, pero ella
no aparecía. ¡Joder! ¡La había perdido! ¡Un minuto antes y habría podido
alcanzarla! ¿Por qué no lo había esperado? ¿Por qué había saltado al mar aún a
pesar de haberlo visto acercarse? ¿La había perdido para siempre?
Se fumó el ultimo cigarro entre las rocas mientras el frío
viento golpeaba su cara. Cuando terminó se fue a casa. Eran las 2 de la mañana.
Se metió en la cama e intentó dormir. Estaba muy nervioso. Con el corazón a mil
por hora. Le pasaban mil cosas por la cabeza. Empezó a dar vueltas en la cama
hasta que finalmente se durmió.
Al día siguiente sonó el despertador. Las diez de la mañana.
Roco rascando la puerta. Pegó un bufido y se levantó de la cama. El día de la
marmota. Él y Roco, Roco y él. Su trabajo. Algo de deporte. La llamada casual
de una mujer casi desconocida invitándolo a cenar. Y una gran cantidad de
rutina y desidia un día detrás de otro. Lo único que tenéa sentido ahora mismo
en su vida era ella. La mujer del espigón. Ella. Mientras se ponía el chándal
tomó una decisión. Debía conocerla. Sí. Iría al espigón de nuevo y se
presentaría. Roco pego un ladrido y restregó el culo contra el suelo.
-Ya voy Roco. ¡Para ti es la vida!
Se levantó de un salto, le puso la correa al perro, y salió
a pasear. Otro día más y él solo podía contar las horas para bajar al espigón
por fin. Creía haberse enamorado de una sombra. ¿Qué sabía de ella en cualquier
caso? Pero ese misterio que la envolvía… A él le había devuelto la ilusión. Las
ganas de vivir. Deseaba que fueran las once y media de la noche para verla. ¿Acaso
no era eso la vida? ¿Tener ganas de vivirla? Se le aceleraba el corazón solo de
pensarlo. Por fin iba a saber quién era ella y qué quería de él. Su imaginación
se desbordaba. La imaginaba con su gran cola de pez saltando entre las olas.
Cualquiera que le hubiera oído hablar habría pensado que estaba como un capazo
de gatos. La noche de antes llegó tarde, pero hoy sería diferente. Hoy llegaría
a tiempo.
Pensó en llamar a Nacho, su único amigo, y contárselo todo.
Pero Nacho ahora estaba demasiado ocupado con su nuevo negocio como para
prestar atención a tonterías. Creía saber lo que le diría nacho: Nano, se te va
la cabeza. No estás bien. Blablablá.
No. No le contaría nada a nacho. Por el bien de los dos.
El camarero le trajo su café con leche. Como siempre. Sonó
el teléfono. Era Nacho.
¡Amigo! ¿Tenemos telepatía? ¡Justo ahora mismo estaba
pensando en ti!
¡Paco! ¿Te ha llamado Carmen? Le di tu teléfono. Espero que
no te importara.
-Sí tío. Me ha invitado a cenar. Le he dicho que no.
-¡Joder paco! ¡Necesitas salir! ¡Relacionarte!
-Mira nacho, ahora tengo mucho trabajo acumulado. No tengo
tiempo de salir con nadie. Le dije que la semana que viene si eso. ¿Esto ha
sido cosa tuya?
-Bueno… Ella me comentó que le pareciste un tío muy interesante,
y bueno, yo he movido algunos hilos. Últimamente me preocupas.
-No tienes de qué preocuparte. Estoy bien. Y no tienes que
mover hilos por mí. Te lo agradezco mucho, amigo, pero estoy bien. Sabes que
siempre he sido un solitario.
-Bueno, no siempre… Pero desde el accidente…
-No hablemos de eso Nacho. Te juro que estoy mucho mejor. La
semana que viene cenaré con Carmen. Iremos a tu nuevo restaurante. ¿Te parece
bien?
-¡Claro que sí amigo! ¡Estoy deseando verte! Ando muy liado
estos días, pero te llamo el lunes y hablamos de vuestro menú. Un abrazo.
-¡Un abrazo, amigo!
Se terminó su café y volvió a casa. Comida precocinada,
siesta. En fin. Lo mismo de cada día. Solo podía contar los minutos que
faltaban para ir al espigón y encontrarse con ella. Tenía tantas preguntas…
Después de cenar se tumbó en el sofá y puso una peli. Las
diez de la noche. En una hora y media estaría allí, en las rocas, buscando a
esa mujer que le esperaba cada noche hasta la medianoche antes de saltar al
agua. Esa noche sería diferente. No la dejaría saltar. Hablarían durante horas.
Se fumó un último cigarro. Miró el reloj. Las once y media. Se levantó del sofá
de un salto, cogió las llaves de casa y salió corriendo hacia el espigón. Subió
por entre las rocas y pudo verla allí a lo lejos. Se fue acercando despacio, sentía
que el corazón se le iba a salir por la boca, y cuando por fin la tenía a menos
de dos metros, cuando por fin podía hasta olerla, ella habló:
-Te estaba esperando.
-¿Quién eres? ¿Dónde vives? ¿Qué haces aquí cada noche?
-Me llamo Ana. Vivo en todas partes y en ninguna. Me lanzo
al agua cada noche esperando poder volver a encontrarme conmigo misma. ¿Y tú?
¿Estás preparado?
-¿Preparado para qué? ¿Qué quieres de mí?
Ana seguía de espaldas a él. Podía ver su pelo negro, largo
y rizado moviéndose al compás del viento. Quería verle la cara. Se acercó un
poco más a ella desde un costado. Podía apreciar su piel pálida a través de las
transparencias del camisón que llegaba hasta sus pies descalzos. Las olas la
salpicaban con fuerza desde los pies hasta la cabeza, pero a ella parecía no
importarle.
-Dime una cosa. ¿Eres feliz?
-¿Feliz? ¿Qué es ser feliz? Hace meses que no sé lo que es
eso. El único atisbo de felicidad en mi vida desde hace mucho has sido tú.
-Lo sé. Te ofrezco un mundo nuevo de posibilidades. Te
ofrezco todo lo que siempre has soñado. Yo puedo hacerte feliz.
-Yo solo quiero olvidar. ¿Quién eres, Ana?
-Soy tu ángel de la guarda. Tu salvadora. Te ofrezco el mar.
El cielo. Puedo poner el mundo a tus pies. ¿Hace cuánto que dejaste de tomar
tus pastillas?
-¿Mis pastillas? ¿Cómo sabes tú…?
-Hace meses que te espero cada noche aquí, sentada en las
rocas. Creía que nunca vendrías. Que nunca estarías preparado. ¡Y por fin estás
aquí!
Paco se quedó mirando a Ana. Ana, Ana, Ana… Se acercó un
poco más a ella. Quería verle la cara. Sus manos en las rocas parecían fundirse
con ellas. Como si ella misma emergiera de entre las piedras. Como si ella
misma fuera una de esas piedras. En ese momento, Ana giro la cara y miró a Paco
a los ojos. Paco pegó un respingo. ¡Era ella! ¡Su viva imagen! Sus ojos negros
y brillantes, sus labios carnosos y sonrosados… ¡Era ella!
-Ana… yo… lo siento tanto…
-Te quiero. Siempre te he querido.
Paco se acercó aún más a ella y la acarició. Acarició su
pelo y sus mejillas húmedas por el mar. Mientras tanto, ella seguía anclada a
las piedras con sus manos.
-Me iría contigo al fin del mundo, preciosa.
En ese momento, Ana se levantó. Cogió a Paco de las manos,
se acercó a él, y lo besó en la boca con dulzura.
-Salta conmigo- le dijo
A la mañana siguiente, la guardia civil rescató el cuerpo
inerte de Paco flotando a pocos metros de la orilla.
María F.
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