por José Luis
FERMÍN
Fermín
era el tonto de la clase en el colegio. No se puede llamar acoso escolar a lo
que le hacíamos los compañeros porque en aquella época nadie lo llamaba así. En
el aula unos pocos se dedicaban a burlarse de él y al resto nos resultaba
indiferente, pero nunca lo defendimos. Siempre respondía a las burlas con su
silencio y enrojeciendo su cara de forma alarmante. Quizá fue por su aspecto
fofo y regordete, quizá porque nunca decía nada ni se quejaba el caso es que
nunca vi que nadie le pegara.
En el
recreo siempre se sentaba solo, con su bocadillo mientras los demás jugábamos
al fútbol con una pelota de papel o a perseguirnos con el "tú la
llevas". A nadie le importaba su soledad ni que nunca sonriera. Sus
amigos, si los tenía, serían de su pueblo. Llegaba y se marchaba en tren de
cercanías.
Fue
toda una sorpresa encontrarlo en la Facultad de Medicina. Como hijo de los panaderos
del pueblo me lo imaginaba trabajando en el negocio familiar ya que nunca había
sacado notas brillantes. Me sorprendió verlo en la Universidad. Tenía que haber
logrado una nota muy alta en los exámenes de selectividad para conseguir el
acceso a la facultad que yo había elegido. Me dejó la impresión que era mentalmente
mucho más fuerte que lo que creía.
Mi
relación con él fue cordial. Lo saludaba como ex-alumnos que éramos del mismo
colegio pero no hice amistad con él. Pocas veces hablamos entre las clases ya
que ninguno de los dos quería compartir los recuerdos de nuestro pasado.
A él
le costó bastante acabar la carrera. Lo logró cuando yo estaba acabando el MIR
de médico rehabilitador.
Le
perdí la pista durante algún tiempo hasta que me enteré de que lo acababan de
nombrar Consejero de Sanidad tras las elecciones al gobierno de la Comunidad
Autónoma. Enseguida juzgué que la decisión había sido un gravísimo error del
partido político en el poder. No lo veía capacitado para un puesto de tan alta
responsabilidad.
Mi
sorpresa aún fue mayor cuando, días más tarde, acabando la consulta me llamó el
director del hospital para que me presentara en su despacho en cuanto acabara
con mis pacientes. Me comunicó que el nuevo Consejero de Sanidad había
preguntado por mí y que requería mi presencia en la sede de la Consejería al
día siguiente.
A mi
llegada encontré a otros médicos de mi misma promoción. Nos fuimos presentando
y pudimos comprobar que todos éramos de especialidades médicas y hospitales diferentes.
Fermín nos recibió a todos juntos. Nos alabó por nuestro recorrido profesional
y nos contó su verdadera intención. Pretendía que fuéramos sus asesores sin
dejar de trabajar en los hospitales donde estábamos destinados. La forma legal
para hacerlo era crear un equipo consultivo del cual formaríamos parte sólo los
presentes en la reunión.
Sentía
que su pretensión era saber de primera mano lo que estaba sucediendo en los
hospitales y que no se fiaba nada de los directores generales que su partido
estaba colocando en la Consejería, políticos con mucha historia en el partido.
Para que ninguno se echara atrás la pertenencia a este equipo consultivo estaba
especialmente bien remunerada. Con una o dos reuniones mensuales casi
doblábamos el sueldo. Ninguno de los presentes renunció a aquella bicoca.
La
cordialidad fue patente en las primeras reuniones. Al principio nos pidieron
que les informásemos de las mejoras que se podían hacer en los hospitales de
donde proveníamos. De las propuestas que yo llevé, supervisadas por mi director
de hospital, enseguida hicieron caso a las dos que apenas costaban dinero, del
resto nada de nada.
En el
hospital los compañeros empezaron a pensar que yo era del partido gobernante.
Yo lo desmentía diciendo que siempre había pasado de la política. En principio
no me importaron demasiado sus insinuaciones, pero las cosas cambiaron ese
mismo año.
Como
dice el viejo refrán "nadie da duros a cuatro pesetas". Poco a poco
las reuniones del equipo consultivo dejaron de ser cordiales. Empezaron a
pedirnos información que no tenía que ver con la Sanidad. Las preguntas sobre
qué médicos estaban en contra de la Consejería me hicieron sentirme fuera de
lugar. Me abstuve de presentar ningún informe al respecto. Lo justifiqué
diciendo que en el hospital me consideraban del partido y ningún médico hablaba
mal de la Consejería delante de mí.
Los
problemas serios empezaron con una medida especialmente polémica de la
Consejería. Decidieron implantar como obligatoria la vacuna contra el papiloma
humano en todas las adolescentes. El coste lo asumiría íntegramente la
Consejería. Hubo detractores en todos los hospitales, pero fue el compañero de la
promoción que representaba a los pediatras quien se mostró especialmente duro
dentro del equipo. Defendió que era un coste desproporcionado y además comprado
íntegramente a una única empresa farmacéutica, que los estudios realizados
demostraban que la fiabilidad de la vacuna era extremadamente baja y que los
efectos secundarios podían ser muy graves.
En la
siguiente reunión no hubo ningún representante de pediatría. Fermín nos informó
de la dimisión de nuestro compañero. Su cara se puso igual de roja como se le
ponía en el colegio cuando dijo la palabra "dimisión".
Lo
que sucedió en el mes siguiente dio la razón al pediatra. Unas cuantas niñas
tuvieron que ser hospitalizadas tras la vacuna y dos de ellas acabaron en
cuidados intensivos. La siguiente reunión del equipo tenía el aspecto de un
funeral. Casi nadie hablaba. Nos limitábamos a contestar lo más escuetamente
posible las preguntas que Fermín nos hacía. Cuando acabó la reunión todos se
marcharon rápidamente y yo aproveché para quedarme a solas con Fermín.
-Fermín nos conocemos
desde hace demasiado tiempo y quisiera comentar algunas cosas contigo, al
margen del equipo consultivo ¿Podemos hablar ahora?
Se
quedó mirándome fríamente y luego su gesto cambió. Me dijo que sí pero que
debía hacer un par de llamadas. Tras quince minutos de espera salió de su
despacho y me invitó a cenar.
En el
restaurante se desahogó. Me contó que si estaba en política era porque su padre
era un antiguo y bien considerado militante del partido. Que él quería ser
médico y lucho por ello. Su padre quería obligarle a seguir con el viejo
negocio familiar. Para su descanso, su hermana menor había acabado haciéndose
cargo de la panadería. Fue su padre quien lo afilió y quien hizo presión para
que ocupase un puesto de responsabilidad.
Cuando
le pregunté cómo había llegado tan alto sin haber ocupado nunca otros cargos en
el partido volvió a sorprenderme, esta vez con su sinceridad.
-Estoy donde estoy
porque era la única persona que mantenía el equilibrio dentro de las familias
del partido. Yo era y soy un don nadie fácilmente manipulable por sus
directores generales. Por eso creé el equipo consultivo y por eso no hay ningún
director general dentro de ese equipo.
Me
quedé boquiabierto. No me lo esperaba y me di cuenta que no conocía a Fermín.
Asumí que para saber algo de alguien lo primero es acercarse a él y yo nunca lo
había hecho. Ante mi silencio prosiguió.
-La burrada de
las vacunas procede del Director General de Farmacia y productos sanitarios.
Tiene vínculos a través de la cuñada de su mejor amigo con la empresa
farmacéutica que se ha quedado el contrato de las vacunas. Empresa que, por otra
parte, financia generosamente al partido.
-¿Lo vas a denunciar?
-No tengo pruebas, sólo indicios.
-¿Por qué no dimites?
-No es tan fácil. Nada más salir lo
de las hospitalizaciones de las niñas me llamó el Presidente para decirme que
todo el gobierno y el partido están conmigo y que me van a defender a capa y
espada. Lo que traducido fuera del ámbito político quiere decir que tú no te
mueves de ahí.
-En cualquier caso, cuando se enfríe
la situación, te irás.
-No creo que me dé tiempo. En el
partido ya estarán buscando quien me sustituya. Serán ellos quienes me digan cuándo
he de presentar la dimisión. Esto funciona así. No me dejan moverme ahora para
que yo cargue con la responsabilidad y, cuando todo haya pasado, vendrá quien
me sustituya. Así el nuevo no tendrá que dar la cara por toda esta mierda.
-¿Cuándo crees que te van a
sustituir?
-Cuando las vacunas ya no hagan
ruido en los medios de comunicación. Antes ningún sustituto querría ocupar mi
sitio.
-Me has dejado sin palabras. Lo que
te iba a contar son tonterías comparado con lo que me has dicho.
-Esto es la política. Cuanto más
arriba llegas más fuerte es la caída. Nunca debí haber aceptado este puesto. Me
hicieron creer que estaba capacitado y mi padre fue el que más me empujó para
que lo aceptara. ¡Se siente tan orgulloso de mí!
Tras pensar un
momento en lo que me estaba contando noté que había algo no me cuadraba. Le
pregunté abiertamente.
-Me extraña
mucho que me hayas contado todo esto a mí ¿No tienes amigos a quién contárselo?
-Sabes que no
hice amigos en el colegio. Estando en la Universidad entré en el partido. Mis
amigos son del partido y no pretendo mover nada en ese ámbito. Además creo que
más de uno me traicionaría.
Me sentí mal por
él y me di cuenta de dónde me había metido al aceptar ser miembro del Equipo
Consultivo. Para toda la Consejería de Sanidad yo era ahora un hombre de
confianza de Fermín por lo que, cuando él ya no estuviese en el cargo, yo me
quedaría como “el amigo del de las vacunas”.
En esos pocos meses como miembro del Equipo consultivo el director de mi
hospital me dijo que me facilitaría la incorporación a la dirección técnica del
hospital. Un puesto equivalente al número dos del escalafón. Me podía despedir
de ello. Me hacía ilusión ya que mi ascenso en el Servicio de Rehabilitación
era muy difícil teniendo varios buenos especialistas por delante de mí.
En ese momento me salió la vena asistencial y me dije que era el momento de
olvidarme de mí y centrarme en Fermín. Quería ayudarle pero no sabía cómo hacerlo.
Me acordé de mi mujer y se me ocurrió algo que decirle a Fermín.
-Permíteme que
te hable de lo que más daño te está haciendo.
-¿De qué?
-De cómo vives
la relación con tu padre.
Le cambió la cara.
Me miró con odio y dijo:
-¿Qué tienes que
decirme de mi padre? -dijo con la cara enrojecida-
-Nada. No lo voy
a juzgar. Él ha hecho lo que ha considerado mejor para su hijo. Es tu forma de
relacionarte con él lo que te hace daño.
Ahora fui yo
quien le sorprendió.
-¿Tú eres médico
o psicólogo?
-Mi mujer es
psicóloga y está haciendo su tesis doctoral estudiando la respuesta de los
enfermos en relación a sus relaciones personales. No lo típico de las
relaciones conflictivas sino lo que ella llama las relaciones tóxicas.
-¿Qué te hace pensar
que tengo una relación tóxica con mi padre?
-Tu padre ha
dirigido toda tu vida. En los pocos minutos que me has hablado él ha estado
presente en todas las decisiones importantes que has tomado. No me extrañaría
que una de las llamadas de teléfono que has hecho mientras te esperaba en la
Consejería haya sido a tu padre.
La cara de Fermín se volvió a enrojecer mientras yo proseguí.
-Y ahora la pregunta más importante que puedes hacerte para saber si la
relación con tu padre es tóxica o no ¿Cuántas de las decisiones importantes de
tu vida han sido verdaderamente tuyas?
Tras un rato no demasiado largo de silencio me dijo que ninguna. Que de
varias de ellas se sentía verdaderamente arrepentido. Consideró la peor de
todas haberse metido en política.
Me pidió pasar consulta con mi mujer de la forma más discreta posible.
Debido a la apretada agenda de un consejero autonómico le fastidié los sábados
por la mañana a Irene. Ella no se quejó. Quizá esa fuera la única ocasión en su
vida de atender a un político de ese nivel.
En los siguientes meses la batalla de las vacunas se extendió a todas las
comunidades autónomas. El nombre de Fermín pasó a un segundo plano y la firme
defensa de su partido del uso obligatorio de las vacunas puso en primera línea
de la prensa a la Ministra de Sanidad.
Entre tanto Fermín realizó cambios en la cúpula de la Consejería. Acabó,
con el beneplácito de sus directores generales, con el equipo consultivo pero
me pidió que dejara provisionalmente mi puesto de trabajo para ser su asesor
personal.
Se encargó de hacer público que procedíamos del mismo colegio y que éramos
amigos desde la infancia. Esta información fue validada por la prensa.
Las consultas con Irene estaban ayudando mucho a Fermín. Estaba
consiguiendo una transformación personal significativa. Lo primero que aprecié
fue que ya no se ponía rojo en público. Fermín empezó a tomar decisiones de
forma sosegada y sin consultarlas con su padre. Esto no le sentó nada bien a su
padre que pasó a considerarme su peor enemigo político y eso que yo no me
afilié al partido. Tenía claro que yo estaba temporalmente allí y dejaría de
ser asesor cuando el Consejero lo decidiera o, como era lógico, cuando Fermín
dejara su puesto.
En poco tiempo mi trabajo con Fermín me hizo aprender muchas cosas del
funcionamiento de la Consejería que desconocía y, sobre todo, me hizo conocer a
Fermín. No era la persona enganchada al poder que había imaginado cuando me
enteré de su nombramiento. Me escuchaba y aceptaba mis consejos. Nos tuvimos
que enfrentar casi todos los días a nuevos problemas. Muchos días pasábamos más
de 12 horas juntos. El compañerismo fue nuestra herramienta de trabajo.
Cada visita de un Director General era habitualmente una trampa para sacar
más dinero, o para hacerse fuerte en su cargo, o para postularse como sustituto
de Fermín. Bromeábamos con montar una rifa entre ellos para ser su sustituto -Al
menos sacaríamos de ellos algo- me decía. El apelativo más cariñoso que usaba
Fermín para referirse a sus Directores Generales era el de aves carroñeras.
Ninguno de ellos trabajaba para la gestión pública. Para eso ya estaban los
funcionarios de alto rango que, con bastante sensatez, mantenían la consejería
en funcionamiento. Más de una vez era yo quien me reunía con ellos, de
funcionario a funcionario, para enterarnos de los problemas reales de la
Consejería. De paso descubríamos lo que los Directores Generales trataban de
ocultarnos y hacíamos nuestras las propuestas de los verdaderos gestores.
Lo mejor de aquella época fueron nuestras comidas de trabajo. Fermín había
iniciado su confianza conmigo en un restaurante y en esos establecimiento
siempre pudimos relacionarnos con total naturalidad. Menos de trabajo hablamos
de casi todo. Era el lugar para las bromas, los chistes sobre políticos, las confianzas
y las confidencias. Él estaba completamente al día de todos los “líos de
faldas” dentro del partido. Rita, su novia, le mantenía al día de todas esas
novedades. Ella tenía un grupo de amigas perfectamente informadas. Delante de mí
Fermín las llamaba “el clan de las arpías”. Ellas transmitían una información
mucho más importante de lo que parecía ya que esos líos le podían costar a
algunos su carrera política.
Pero Fermín callaba sobre otras confidencias más personales. Cuando trataba
de hablar de su padre me decía que ese tema lo llevaba con su psicóloga y ella
le había prohibido tratarlo en cualquier otro ambiente. Cuando yo sacaba ese
tema, aunque fuera de forma colateral, su respuesta habitual era que hablásemos
de cosas más divertidas.
Fermín me mantuvo alejado del entorno político los fines de semana. Era
habitual que se hiciesen reuniones de militantes con sus parejas. Él nos
excusaba diciéndoles que nosotros no éramos del partido, pero lo que en verdad
quería era que no se le relacionase en ese ambiente con Irene.
Entre
semana yo iba siendo cada vez más conocido por todos los cargos públicos y
funcionarios de la dirección de la Consejería. Me iba ganando el respeto en
aquel entorno. Me di cuenta que allí estaba mejor valorado ser médico que un
buen gestor. Se pensaba que los que veníamos de la atención directa sabíamos lo
que de verdad hacía falta y en parte no les faltaba razón. Aquellos
trabajadores me consideraban el autor del cambio que se estaba produciendo en
Fermín. Ellos no sabían que era Irene la que en verdad lo ayuda. He de
reconocer que me sentía muy alagado de ese reconocimiento y contento con el
trato que recibía.
Cuando
yo daba cualquier indicación era como si la diera el propio consejero. Empecé a
vivir ese poder sin juzgarlo y estaba muy cómodo con él. Hasta ese momento no
sabía lo que era dar una orden y que todos obedecieran. Además Fermín se
permitió sesiones extras con Irene entre semana y me dejó al cargo en la
Conserjería. Era una sensación muy agradable tomar posesión del despacho del
consejero, aunque sólo fuera por un rato, y mirar el despacho desde su asiento.
Un buen día Fermín, tras la reunión semanal del Gobierno de la Comunidad
Autónoma, me dijo que nos iríamos a comer juntos a su casa. Allí, sin
posibilidad que nadie más nos oyera, me dijo:
-Dejaré la Consejería en breve. Lo he hablado con el presidente y ya tienen
un sustituto para mí.
Me esperaba que
Fermín no siguiera en el gobierno toda la legislatura pero no que se fuera tan
pronto. Me sentí descolocado ya que estaba muy a gusto con mi nuevo rol en la
Consejería y le dije:
-Yo volveré a mi trabajo, pero ¿Tú
dónde irás? Dejaste tu consulta de medicina general en un hospital privado que
ya no existe ¿No te interesa quedarte algo más de tiempo?
-No. Ya le he
planteado al Presidente mi decisión y le he contado mi situación laboral. Me ha
dicho que no me va a dejar en la estacada, que le pidiera lo que quisiera.
-No me dejes en
ascuas. Cuéntame.
-Le he pedido
que me ayude a irme a Extremadura. Que quiero ser médico de pueblo donde nadie
quiera ir.
Fermín no había
perdido su capacidad de sorprenderme. Volvió a decirme algo que se salía de mis
esquemas y no me esperaba. Además me dejó sin argumentos para tratar de
convencerle de que siguiera en su cargo más tiempo. Él prosiguió:
-Ya lo he hablado con Irene. Es una
de las cosas que me hizo trabajar más. Decidir lo que quiero hacer con mi vida
sin que nadie más intervenga en la decisión. Como imaginarás mi padre no lo
sabe y se enterará de ello cuando ya esté de camino.
Fermín no se fue de vacío. Antes de irse y aprovechando una directriz de la
Consejería de Hacienda que obligaba a hacer recortes normalizó el gasto de cada
dirección general. Así quien había tenido un incremento de gasto un año al
siguiente tendría una disminución. La Dirección General de Farmacia y productos
sanitarios tendría serios problemas incluso para pagar el gasto farmacéutico
corriente. El próximo político al que mirarían mal sería al que ocupaba esa Dirección General.
La citada directriz le sirvió para más cosas. Fermín limitó el gasto máximo
en dietas y desplazamientos de todos los cargos públicos de la Consejería y
bloqueó la posibilidad de que los pudieran subir. Fui yo el causante de ello.
Le explique a Fermín que la mejor forma de que quien viniera detrás no pudiera
desbloquearlo era gastarse el dinero disponible. Le recomendé como hacerlo y
conseguí que se ocuparan una buena parte de las vacantes de médico existentes
en la región.
El equipo médico de mi hospital me recibió como un héroe a mi regreso a la
consulta externa de Rehabilitación. Conseguir ocupar vacantes en época de
recortes era todo un éxito y todos pensaron, en este caso con razón, que yo
había sido quien había conseguido esos contratos para nuestro colectivo. Me
costó un poco volver a la dinámica de mi trabajo después del período en la
Consejería. Aquello había sido como un chute de poder que tenía que soltar.
Poco a poco me adapté ya que no me faltaba la experiencia.
Pero no todo fue alegría y buen rollo. A las dos semanas de la toma de
posesión del nuevo Consejero de Sanidad me comunicaron por escrito que dejaba
de hacer guardias. Ese era el único ingreso extra que tenía además de mi sueldo
básico de médico.
Estaba pagando un precio muy alto por haber sido el asesor del anterior
consejero y, posiblemente, por los consejos que le di. Pensé que si me habían
quitado todo lo que podían de golpe era porque no podían despedirme al tener la
plaza en propiedad. Me daba miedo que los que detentaban el poder me
demostrasen tanto odio. Esta faena no solo era cosa del nuevo Consejero. Todos
los Directores Generales también estarían encantados de mi linchamiento.
Me puse en contacto con el director del hospital que esperaba mi visita.
Fue muy parco en palabras pero también muy claro.
-Órdenes son
órdenes.
-¿Vienen de muy
arriba?
-De lo más alto.
El domingo
siguiente a mi recorte laboral, día en el que habría tenido guardia, Irene y yo
decidimos salir a pasear y tomar un cerveza en una terraza. Me habían recortado
mucho mi sueldo pero la hipoteca del piso era la misma. Teníamos que moderar
nuestros gastos pero un aperitivo nos llegaba de sobra. Nos sentamos en una mesa donde
estaba el periódico regional de ese día. En un artículo de opinión hablaba de
la caída de Fermín al que consideraban un globo que habían inflado para subirlo
a Consejero y que había explotado.
Tras leer los dos la
noticia Irene me dijo:
-¿Qué te parece la noticia?
-Aunque tienen razón me parece que
tratan de forma injusta a Fermín. Y me alegro de no salir en la noticia viendo
cómo lo han tratado.
-Para mí es totalmente cierta la
primera parte de la noticia. Él era un globo al que habían hinchado pero Fermín
no ha explotado. Lo lanzaron hacia arriba como a un globo, pero no lo
pincharon. Cayó despacio y llegó
suavemente al suelo. El mundo de la política es como el mundo del espectáculo.
Los que entran en él son lanzados hacia arriba con fuerza y poco a poco caen.
No llegan al suelo si los vuelven a impulsar. Pero al final todos caen, todos
caemos de una forma u otra.
-Muy poético lo que dices Irene pero
¿Por qué consideras que no ha explotado como dice el periódico?
-Porque no aceptó proseguir. No fue
el Presidente Regional el que impuso al sustituto, fue él quien lo buscó. Con
las aguas calmadas no les interesaba a los del partido que se fuera. Había
sabido capear el temporal.
-¡No me dijo nada de eso!
-Yo le dije que no se lo contara a
nadie y veo que me hizo caso. Tenía que romper con su pasado. Se ha dejado aquí
a su padre, sus bienes y hasta la medio novia que tenía que también es del
partido.
-Pero ha sido el partido quien le ha
abierto la puerta de irse a Extremadura.
-Es lo que le cobra por los
servicios prestados. Me dijo que cuando tenga en propiedad la plaza de médico
se dará de baja.
-Me parece que voy a hacer todo lo
posible para que el director de mi Hospital pase consulta contigo.
Nos
reímos un rato y luego insistí en el tema. No suelo meterme en el trabajo de
Irene, pero hablando de Fermín yo también estaba interesado. Ella lo entendió y
se permitió contarme cosas.
-Me parece que la marcha de Fermín
se asemeja más a una huida hacia adelante que a otra cosa – le comenté a Irene-
-No es una huida hacia adelante, es
una ruptura de cadenas. Fermín nunca vivió su vida. Ni tan siquiera de niño con
la pandilla de impresentables que tenía por compañeros –dijo mirándome con
desdén y prosiguió- Siempre se sintió solo y se dejó arrastrar por su padre
primero y por el partido después.
-¿Cómo es posible dejarse arrastrar
por un partido si nunca has comulgado con su ideología? Como en el caso de
Fermín.
-El partido fue el primer grupo no
familiar en su vida en el que fue aceptado. Allí se sentía cómodo y no fallaba
ni a los mítines ni a las reuniones por pesadas que estas fueran. En el partido
si bien no lo veían brillante lo veían fiel y lo consideraban de los suyos.
Nunca le habían tenido en consideración hasta entonces.
-Si es el único punto en el que se
podía apoyar fuera de la familia ¿Por qué lo va a dejar ahora?
-Porque por fin ya ha empezado a
considerarse a sí mismo como un ser válido y ha dejado de necesitar apoyos
externos.
-Aun así me extraña su ruptura con
Rita. Aunque ella sea del partido una cosa son los amores y otra como se sentía
con el partido.
-En los amores de partido priman
muchas veces los intereses. Al principio era Fermín quien iba detrás de Rita
sin que esta le hiciera mucho caso, pero en cuanto fue nombrado Consejero de
Sanidad la situación dio la vuelta como una tortilla. Como comprenderás esto
mosqueó mucho a Fermín, pero como a él le gustaba mucho la chica se aprovechó
de su momentáneo interés y enrolló con ella. Ahora que se va a un pueblecito de
Extremadura hace bien en romper. Ella busca otro tipo de vida y en poco tiempo
habría sido Rita quien hubiera roto la relación.
-¿Por qué eligió Extremadura?
-Él está empezando a considerarse
válido y para que esto cuaje sentía que tenía que irse a un pueblo donde lo
recibieran de entrada con los brazos abiertos. No eligió específicamente Extremadura.
Estuvo un par de semanas mirando destinos vacantes en distintas regiones con
poca densidad demográfica. Eligió primero el pueblo y luego se movió para pedir
ese destino. Además recuerda que Fermín es de pueblo y le atrae la expectativa
de vivir en uno de ellos.
Como me estaba
pasado muy a menudo desde que Fermín entró en mi vida de lleno volví a quedarme
sorprendido y sin palabras. Recordé la impresión que me causo verlo por primera
vez en la facultad. Lo que me estaba contando mi mujer refrendaba esa sensación
de fuerza interior de Fermín. Mi silencio momentáneo lo aprovecho Irene para
decirme:
-Además
estábamos invitados para ir a Cilleros, el pueblo donde ha conseguido que lo
destinen. Nosotros tenemos el honor de ser lo único que quiere conservar de su
tierra natal.
En ese momento me di cuenta que, pese que a la faena que me habían gastado
en el hospital por haber trabajado para él, me sentía orgulloso de ser amigo
del tonto de la clase.
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