martes, 15 de octubre de 2019

Marisol lleva una hora preparando la cena y la luz de la cocina parpadea desde hace una semana. El mismo tiempo que lleva evitando coger la escalera y subir a cambiar la bombilla que amenaza con fundirse. El mismo tiempo que lleva pidiéndole a Ulises que coja la escalera y suba a cambiar la bombilla que amenaza con fundirse. Marisol tiene vértigo pero con los años ha aprendido a mitigarlo. Para ello piensa en el cucú de las palomas las tardes de agosto, el pasar de un avión a la hora de la siesta o las tormentas eléctricas de verano. Está encaramada a la escalera cuando Ulises pasa a la velocidad de un rayo por la cocina.

—Mamá me voy, ceno en casa de el greñas.

Marisol no tiene ni la menor idea de quién es el greñas, solía entender a su hijo pero ahora el propio lenguaje es un abismo que los separa. Fortnite, dub, trap. Marisol tiene vértigo y un hijo adolescente.

Piensa que es una pena que Ulises se vaya a casa de el greñas porque hoy la cena huele especialmente bien a pesar de que a él no le gusten mucho sus recetas veganas. Cuando Marisol era pequeña su madre le contó que había unos monjes en el Tíbet que caminaban encorvados con un pequeño cepillo y barrían el suelo antes de pisarlo para evitar matar cualquier ser vivo que se interpusiera en el camino. Desde entonces admira mucho a los monjes tibetanos y a la gente que es capaz de comprometerse tanto con las grandes causas. Marisol recicla, es vegana, tiene vértigo y un hijo adolescente.

Cuando termina de cenar repara en que ha anochecido y lleva un buen rato a oscuras y está triste. Decide salir a la calle, es agosto y aunque ya es tarde sigue habiendo un ambiente espeso y húmedo. Pasea sin rumbo y sin fijarse demasiado en lo que le rodea hasta que las luces lejanas de un bingo captan su atención. Todos esos colores brillantes le atrapan como si fuera una polilla y para cuando se quiere dar cuenta está entrando por la puerta. Se sienta en una mesa al azar, evitando tocar demasiado el mobiliario. Todas las superficies de ese lugar parecen estar salpicadas de vicio. El hombre que está sentado justo enfrente le mira y le devuelve una sonrisa sin dientes. Marisol se pregunta qué hace allí y cuál será la mejor manera de salir corriendo sin llamar demasiado la atención, cuando pasa el chico que reparte los cartones. Por jugar uno tampoco pasa nada. Le suena el teléfono, es Ulises.

—Mamá, lee los whatsapps —le cuelga.

Han pasado varias horas desde que dejó de pensar en las horas. Marisol apaga el móvil y llama al camarero chasqueando los dedos.

—Póngame un bocadillo de loganizas, haga el favor.

Marisol recicla, es vegana a tiempo parcial, tiene vértigo, un hijo adolescente y ha encontrado el pasatiempo perfecto para las tardes de domingo.

Hada

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