jueves, 24 de octubre de 2019

Corrupción primitiva



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De: MIGUEL TEIXIDOR <teixmiguel@yahoo.es>
Fecha: 21 de octubre de 2019, 22:51:57 CEST
Para: MIGUEL TEIXIDOR <teixmiguel@yahoo.es>
Asunto: CORRUPCION PRIMITIVA
Corrupción primitiva                                
 De nombre Macario. Su ilusión,  jugar de portero en el equipo de futbol de Talamanca, su pueblo. Alto y robusto,  tenía una agilidad de mono, pero de mono araña. Ese que tiene una larga cola, que utiliza como un brazo o  pata más.  Así puede brincar como quiere por los bosques de Costa Rica. Ese era el país de Macario.
 Nada le venía de familia.  La afición de su papá, Valeriano,  era la pelea de gallos. Cada uno pues se entrenaba en lo suyo.Su padre con el gallo todos los días. Vueltas y más vueltas empujándolo con las manos. Lo movía a izquierda y derecha, como si trazase un ocho horizontal en el suelo. Capucha cubriendo la cabeza y espolones de afilado acero en las patas. Cada victoria era una fiesta familiar segura. Las apuestas en contra de su gallo eran las que más dinero hubiean dado, pero nunca perdía.
Macario entrenando todas las tardes. El campo de juego, de tierra pedregosa. Ponía el alma para  hacerse con cada balón que le llegaba. El cuerpo era el que sufría los rasguños. Siempre por el suelo. Parecía un “Ecce Homo” de tantas heridas como llevaba en brazos y piernas. Sus amigos le tomaban el pelo. ¿No será que el gallo también se entrena a picotazos contigo? le decían.
Talamanca jugaba el campeonato regional. Macario no había conseguido jugar en ningún partido. Ramiro era el portero titular y lo hacía bien. Su papá, Indalecio, también tenía un gallo de pelea. Nunca hasta ahora había conseguido ganar al del papá de Macario.
Primera semana de enero. Fiestas de Zapote, barrio de San José. Tolerada una pelea de gallos en la tarde del domingo. Esa misma tarde, partido de fútbol entre Zapote y Talamanca. 
El domingo Valeriano recibió la visita de Indalecio. Amanecía y los gallos  cantaban. Indalecio llegó a caballo. Una capa le embozaba el cuerpo y un pasamontañas cubría su cabeza. No quería que  le reconociesen. 
—Compadre Indalecio, ¿a qué debo el honor?
—Menos “ustedes” Valeriano, que sabes soy hombre de pueblo. Voy directo al grano.
Se sentaron en el patio trasero de la casa. Así lo quiso Indalecio para asegurarse de que nadie les vería juntos. Valeriano le ofreció tomar un vaso de guaro. Lo rechazó. Dijo que no estaba para aguardientes tempraneros. Luego, si acaso. En su lugar le pidió aguadulce. Se sirvieron para los dos. 
Indalecio le hizo una proposición.
—Valeriano, tú tienes un  gallo que siempre gana al mío. También tienes un hijo que nunca jugó un partido de titular. Ese puesto es siempre para mi hijo.
—¿Qué queres? ¿Qué ponga a mi gallo de portero y a mi hijo a pelear con tu gallo?
—Menos guasa, que esa vaina no la aguanto.
Indalecio le aseguró que Macario podía ser portero titular esa tarde. A cambio, el gallo de Valeriano debía perder la pelea con el suyo. ¿Cómo conseguirlo? El aceite de ricino era la solución. Indalecio tenía plantas de ricina en su bohío. Con unas pocas hojas prepararía el brebaje. Solo unas gotas en el desayuno de su hijo Ramiro. No se levantaría del retrete en todo el día. Y otras pocas gotas las pondría Valeriano en el pienso de su gallo. Aguantaría la pelea, pero con flojera severa. Perdería seguro. 
Les iba mucho a los dos en el envite. Valeriano se levantó sin decir nada y volvió con una botella de aguardiente. Llenaron los vasos. Bebieron hasta apurarlos. Conforme, le dijo Valeriano. No hubo más palabras. Se dieron la mano. Indalecio salió de la casa, embozado como cuando llegó.  Estaba saliendo el sol.
Macario jugó de titular en el partido. El gallo de Indalecio ganó al de Valeriano. A Ramiro se le limpiaron los intestinos por completo. El único que salió perdiendo fue el patrón de la casa de apuestas. 

Miguel Teixidor

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