martes, 15 de octubre de 2019

Carcoma



Se protegía  como podía con los brazos, gimiendo aterrado mientras aguantaba el chaparrón de insultos y patadas. – “¡Cretino, garbanzo, renacuajo, cangrejo!” – Oía la risa socarrona y arrogante de Ricardo Arrigorriaga, dirigiendo a los atroces brutos desde la retaguardia. – “No pasa nada mamá, me he vuelto a caer en el colegio” -  Resignación ante la abrumadora superioridad de los otros, fardo de dolor al que uno acaba por acostumbrarse.

Ricardo, el mismo que veía ahora en el tee ojeando el primer green, los brazos en jarras y las piernas abiertas. Alto y fuerte, bigotito presuntuoso, pelo rizado y crespo, siempre el jefe. Del instituto, de la facultad y al final de la empresa. Genuino producto de la más estricta burguesía, había recorrido todas las etapas de su vida como un triunfador. La madre de Jorge no dejaba de tenerlo al corriente. – “El hijo de Maite va a hacer un máster en Jacksonville, parece que le han nombrado representante de la empresa en San Francisco, se va de vacaciones a Australia, se ha casado con la hija de un banquero riquísimo, sale en el periódico, van a hacer un reportaje sobre su vida, ¡es tan atractivo!”

Jorge había esperado de Ricardo que alguna vez se disculpara, que intentara acercarse a él, pero cada vez que se encontraban seguía despreciándolo y empujándolo hacia el fondo cruelmente, recordándole las brutales palizas. Hoy no contaba con verlo, y menos en su club. – “¿A qué viene? ¿A joderme? ¡Pijo engreído! Mira a su alrededor como si todo le perteneciera”

Él nunca había tenido suerte. Todo lo que emprendía le costaba un terrible esfuerzo y al final sus sueños se derrumbaban una y otra vez. En casa, sus padres no reprimían su frustración por un hijo tan torpe que no era más que un engorro, un fracaso irremediable. Su vida había acabado por reducirse a repetir los gestos cotidianos procurando pasar desapercibido.

Hasta que probó a jugar al golf. Le contrataron como caddie en el club de Los Arroyos. El sueldo era misérrimo pero el trabajo se fue transformando poco a poco en un refugio que le hacía olvidar sus congojas. Pronto aprendió a jugar. Sus manos parecían haber sido creadas para golpear la pelota y, sin esfuerzo aparente, depositarla en el hoyo con una precisión asombrosa. Por fin la vida le sonreía. Torneos internacionales, giras vertiginosas, su extremada pericia era comentada en los foros más exigentes de la profesión. La gran promesa del golf en todo su esplendor. El mejor.

Conoció a Gloria en una reunión del club. Se celebraba su victoria en un torneo importante. Ella lo miraba arrobada, con aquellos ojos glaucos y el pelo gelatinoso color miel cayendo sobre sus hombros. Deslumbrante. Quedaron en salir al día siguiente, y al otro, y al otro. Para Jorge era la primera vez. Se despertaba al amanecer y la vida le parecía resplandeciente. En su imaginación el futuro se le representaba como un rosario de momentos de júbilo. Era otro hombre.

Habían quedado en el Tropical a las ocho y cuarto. Jorge se había retrasado un poco y se apresuraba nervioso hacia la barra. La vio sentada en un taburete charlando con un tipo que le daba la espalda. Se reía estrepitosamente de algo que le contaba. Estaba irreconocible. Siempre la había visto más retraída, en cambio ahora su estridencia era casi ordinaria. De repente, angustiado, sintió el chirrido de una alerta interior. Era Ricardo, como siempre, Ricardo Arrigorriaga, que se cernía sobre Gloria como un inmenso buitre.

Se había marchado a vivir a Francia durante unos años, esperando olvidar y concentrarse en el golf. Pero ahí estaba de nuevo Ricardo, ruin y prepotente. Sintió que se ahogaba, que lo abrasaba un rencor rojo y amargo. Revivió su dolor, que salía a borbotones de su memoria, estrangulándolo. Luego respiró hondo un buen rato hasta que su corazón latió a un ritmo regular. Concentración. Precisión.

Sus manos acariciaron el driver, su cuerpo se arqueó ligeramente. De repente todo le era favorable. Los gorriones y los jilgueros enmudecieron, el calor dejó de latir. La pelota rasgó el aire, recorrió como un rayo los cuatro metros que los separaban y se incrustó en el cráneo de Ricardo. Su sangre gorgoteó sobre el green y se bifurcó en regueros irregulares alrededor del cuerpo.

La prensa reprodujo la imagen de Jorge destrozado por el trágico accidente. Se habló de un hecho similar en Argentina, y de otro en Pernambuco el año anterior. Un infortunado percance totalmente imprevisible.

Adela



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