Se protegía como podía
con los brazos, gimiendo aterrado mientras aguantaba el chaparrón de insultos y
patadas. – “¡Cretino, garbanzo, renacuajo, cangrejo!” – Oía la risa socarrona y
arrogante de Ricardo Arrigorriaga, dirigiendo a los atroces brutos desde la
retaguardia. – “No pasa nada mamá, me he vuelto a caer en el colegio” - Resignación ante la abrumadora superioridad
de los otros, fardo de dolor al que uno acaba por acostumbrarse.
Ricardo, el mismo que veía ahora en el tee ojeando el primer
green, los brazos en jarras y las piernas abiertas. Alto y fuerte, bigotito
presuntuoso, pelo rizado y crespo, siempre el jefe. Del instituto, de la
facultad y al final de la empresa. Genuino producto de la más estricta burguesía,
había recorrido todas las etapas de su vida como un triunfador. La madre de
Jorge no dejaba de tenerlo al corriente. – “El hijo de Maite va a hacer un
máster en Jacksonville, parece que le han nombrado representante de la empresa
en San Francisco, se va de vacaciones a Australia, se ha casado con la hija de
un banquero riquísimo, sale en el periódico, van a hacer un reportaje sobre su
vida, ¡es tan atractivo!”
Jorge había esperado de Ricardo que alguna vez se
disculpara, que intentara acercarse a él, pero cada vez que se encontraban
seguía despreciándolo y empujándolo hacia el fondo cruelmente, recordándole las brutales palizas. Hoy no contaba con verlo, y menos en su club. – “¿A
qué viene? ¿A joderme? ¡Pijo engreído! Mira a su alrededor como si todo le
perteneciera”
Él nunca había tenido suerte. Todo lo que emprendía le
costaba un terrible esfuerzo y al final sus sueños se derrumbaban una y otra
vez. En casa, sus padres no reprimían su frustración por un hijo tan torpe que
no era más que un engorro, un fracaso irremediable. Su vida había acabado por
reducirse a repetir los gestos cotidianos procurando pasar desapercibido.
Hasta que probó a jugar al golf. Le contrataron como caddie
en el club de Los Arroyos. El sueldo era misérrimo pero el trabajo se fue
transformando poco a poco en un refugio que le hacía olvidar sus congojas. Pronto
aprendió a jugar. Sus manos parecían haber sido creadas para golpear la pelota
y, sin esfuerzo aparente, depositarla en el hoyo con una precisión asombrosa.
Por fin la vida le sonreía. Torneos internacionales, giras vertiginosas, su
extremada pericia era comentada en los foros más exigentes de la profesión. La
gran promesa del golf en todo su esplendor. El mejor.
Conoció a Gloria en una reunión del club. Se celebraba su
victoria en un torneo importante. Ella lo miraba arrobada, con aquellos ojos
glaucos y el pelo gelatinoso color miel cayendo sobre sus hombros.
Deslumbrante. Quedaron en salir al día siguiente, y al otro, y al otro. Para
Jorge era la primera vez. Se despertaba al amanecer y la vida le parecía resplandeciente.
En su imaginación el futuro se le representaba como un rosario de momentos de
júbilo. Era otro hombre.
Habían quedado en el Tropical a las ocho y cuarto. Jorge se
había retrasado un poco y se apresuraba nervioso hacia la barra. La vio sentada
en un taburete charlando con un tipo que le daba la espalda. Se reía
estrepitosamente de algo que le contaba. Estaba irreconocible. Siempre la había visto
más retraída, en cambio ahora su estridencia era casi ordinaria. De repente,
angustiado, sintió el chirrido de una alerta interior. Era Ricardo, como
siempre, Ricardo Arrigorriaga, que se cernía sobre Gloria como un inmenso
buitre.
Se había marchado a vivir a Francia durante unos años,
esperando olvidar y concentrarse en el golf. Pero ahí estaba de nuevo
Ricardo, ruin y prepotente. Sintió que se ahogaba, que lo abrasaba un rencor
rojo y amargo. Revivió su dolor, que salía a borbotones de su memoria,
estrangulándolo. Luego respiró hondo un buen rato hasta que su corazón latió a
un ritmo regular. Concentración. Precisión.
Sus manos acariciaron el driver, su cuerpo se arqueó
ligeramente. De repente todo le era favorable. Los gorriones y los jilgueros
enmudecieron, el calor dejó de latir. La pelota rasgó el aire, recorrió como un rayo los cuatro metros que los separaban y se incrustó en el cráneo de Ricardo. Su sangre gorgoteó sobre el green y se bifurcó en regueros irregulares
alrededor del cuerpo.
La prensa reprodujo la imagen de Jorge destrozado por el
trágico accidente. Se habló de un hecho similar en Argentina, y de otro en
Pernambuco el año anterior. Un infortunado percance totalmente imprevisible.
Adela
Adela
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